Después de un par de horas volando en la fría oscuridad de la noche, Soren aterrizó en un pequeño montículo de tierra silvestre. Básidan bajó de él, caminó hasta el borde y gritó. Gritó sacando todo el dolor y la impotencia que había acumulado desde que vio a Frey tirarse hacia la cuerda que les impedía escapar. Gritó, maldijo, lloró y se dejó caer de rodillas mientras sus manos arañaban la tierra del suelo. El viento estaba tan fuerte que su cabello se agitaba y su larga capa ondeaba detrás de él.
—Básidan.
—¡¿Qué?! ¡¿Qué quieres?!
Idvo retrocedió ante su furia.
—Soren no deja de sangrar.
Fue entonces que el general se conectó a la realidad. Su realidad.
El hombre se levantó, corrió hacia donde el dragón yacía tendido y le examinó las escamas de la cola. La red le había causado un severo daño, que por fortuna, Básidan sabía cómo tratar.
—¿Podrían ayudarme a buscar una flor de Iraldea, por favor? Eso hará que su piel cicatrice. Hablando de heridas, ¡Surcea!
La Corniz le sonrió.
—No te preocupes por mí, mira —le mostró los desgarres de su ropa, pero su piel estaba limpia de heridas o cicatrices—. No sé qué ha sucedido, pero no he sentido nada más que un ligero piquete.
—Te dije que ese símbolo de tu brazo es el poder de la Espada Carver transferido en la carne. No podrás morir a menos de que tu cuerpo sea quemado.
Soren produjo un agonizante quejido de dolor cuando Idvo comenzó a retirarle las escamas infectadas.
—No es por molestar, pero el dragón sigue teniendo algunos picos clavados en la piel. Si los retiro ahora, podría causarle una severa hemorragia.
—Buscaré la flor.
Luego de unos desesperados minutos, Básidan y la Corniz por fin pudieron hallar la flor de Iraldea.
—Tengo que sacarla con cuidado. Lo que cura son sus raíces.
Surcea estaba prestando atención a lo que el general le decía, pero lo cierto es que su mente estaba en una sola persona, y no era Ileana.
—Básidan, ¿puedo hacerte una pregunta?
El hombre levantó la mirada. Se había arrodillado para poder escarbar y no dañar las raíces de la planta.
—Pregunta lo que quieras, lo has hecho desde que salimos de Hordáz la primera vez.
—Es sobre Idvo.
Una sonrisa interna se formó dentro del general.
—Y es un tanto personal.
—Dime, Surcea, ¿qué ocurre con Idvo?
—Él, mmm, ¿crees que tenga alguna relación sentimental con otra mujer?
Básidan trató de restarle importancia a su respuesta mostrando el afanoso interés que tenía por no maltratar las raíces que ya había encontrado.
—Cuando éramos jóvenes, él tuvo una novia.
—¿De verdad?
—Una hermosa muchacha de Vénia. Idvo estaba loco por ella y consiguió tener un par de citas antes de pedirle que se volviera su novia, pero un día le rompió el corazón.
—¿Él?
—Ella. A la primera oportunidad que tuvo lo cambió por un joven rico que acababa de mudarse.
—Pobre Idvo.
—¡Por fin! —Básidan cogió entre sus manos las raíces—. ¿Sabes, Surcea? Hace un tiempo Ileana y yo tuvimos una conversación, y recuerdo que le dije que los opuestos se atraen. Muchas veces, dos personas que son totalmente diferentes encajan mejor que aquellos pares iguales.
—No te entiendo.
—Surcea —Básidan se acercó a ella—. Te gusta Idvo, ¿no es cierto?
La Corniz se puso colorada.
—General Kendrich, ¿cómo puede decir eso…? ¿Se me nota mucho?
—Solo te diré que él te observa con la misma frenética pasión que tú. Y ahora, si me disculpas, tengo que regresar y salvarle el trasero a mi dragón.
Cuando el general y Surcea regresaron, vieron con los ojos bien abiertos cómo Soren había trepado a la cima de una enorme roca y olfateaba el viento.
—Intenté detenerlo, pero amenazó con devorarme si lo hacía —Idvo observó las manos de su compañero—. Qué bien, han encontrado la flor.
Básidan caminó hasta la bestia, ocupó un pequeño lugar cerca de su cuerpo y con la ayuda de dos rocas comenzó a pulverizar las raíces y la flor. Pronto, una masa pegajosa y rojiza comenzó a formarse.
—¿Hueles la magia? —el general untó la pasta sobre sus heridas.
Soren lo miró durante un par de segundos y después regresó su mirada hacia el cielo. No cabía duda, algo había llamado su atención, y apenas pudiera moverse sin que sus escamas se desprendieran de su piel, la bestia los llevaría hacia el punto de su interés.
Básidan, al ser el general de los Caballeros Blancos presumía de tener un olfato privilegiado, sin embargo, comparándose con la poderosa nariz de uno de los cinco grandes dragones de Zervogha, se podría decir que Básidan Kendrich terminaba siendo insignificante.