La Reina de Hordaz

38. Una alianza de sangre y fuerza (Parte 2)

Cantaron en lo más alto los gallos, anuncios de la mañana, en el cielo brilló una hermosa alborada mientras ella sonreía y él la guardaba entre sus brazos. Hidran acariciaba el rostro de Olgha con la punta cálida de sus dedos sembrados de pequeñas cicatrices que todavía no desaparecían. Una parte de sí se negaba a soltarla, pues quería recuperar todos esos años que le fueron robados.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

Ella le besó la punta de sus dedos.

—La que desees.

—¿Qué diste a cambio de tu juventud?

Olgha desvió la mirada, pensó que si tergiversaba la conversación, Hidran le restaría importancia.

—Sabía que cuando llegara a Hordáz, Ileana me impediría verte. Tenía que pelear, y eso solo lo podía hacer si mi cuerpo recuperaba las mismas fuerzas y la agilidad de antes. Necesitaba mi juventud para enfrentarme a la reina.

Pero si hay algo que caracteriza a Hidran Harolan, es su astucia e inteligencia.

—Olgha, ¿qué diste a cambio?

—No importa, cielo. Lo que verdaderamente importa es que tú estés aquí.

—Olgha.

—Hidran.

—Sabes que no dejaré de preguntar hasta que confíes en mí y me respondas. Intentas ocultármelo, eso me da entender que realmente fue algo que apreciabas.

—Renuncié a la maternidad biológica —la bruja se cruzó de brazos.

—¿Cómo…?

—Nunca te lo dije antes, pero me volvía loca de emoción la idea de convertirnos en padres —una bomba de calor se expandió en el pecho del brujo. Se acomodó entre las almohadas de la cama y siguió escuchándola—. Me enamoraba verte cargando y jugando con tu sobrina cuando era una bebé. Me gustaba la cara que ponías cada vez que comprábamos un sonajero nuevo, y el olor tan delicioso a jarabe de miel que te quedaba en las manos luego de doblar las sabanitas. Muchas veces me pregunté, cuando tú ya no estabas, si algún día podríamos cumplir ese sueño; vivir felices como un matrimonio normal. Pero de pronto la realidad me abrumaba. Tú no estabas, yo estaba sola y si en algún momento la vida volvía a unirnos, retomaríamos nuestros planes de buscar los cinco amuletos.

»El deseo de convertirme en madre se fue apagando, y solo adquirió fuerza cuando encontré a Furkán huyendo de un hombre que lo golpeaba y le gritaba que llamaría a los Caballeros Cetrinos para que lo ejecutaran por brujería. Samael y yo habíamos huido hacia Jolwall, y fue entonces que decidí protegerlo… No, proteger a todos esos niños maltratados y condenados a las quemas solo por ser diferentes al resto.

»Cuando hice el Patrón de Intercambio, renuncié a lo que significaba para mí la maternidad. Yo tenía a todos esos brujos y brujas rescatados, pero prácticamente renuncié a un producto que pudo haber sido extraído de mi propia carne. Conseguí la juventud que tanto me hacía falta, y ahora si tú y yo decidiéramos procrear algo propio… no podríamos hacerlo.

Hidran se apresuró a besarle los labios.

—No necesitamos hacerlo. Tenemos muchos hijos para cuidar y encaminar.

—Hijos —los ojos de Olgha brillaron.

—Sí amor, nuestros.

De pronto, el ensordecedor rugido de Daghmar les puso los cabellos de punta. De un solo salto, Olgha se puso de pie, cogió la espada que reposaba en un guarda armas y se preparó para salir.

—Quédate aquí —le dijo a Hidran—. Quizá sea Ileana que viene por ti.

—¿Y dejarte sola en la boca de la batalla? Olvídalo.

—Hidran.

—Estoy libre y fuerte, si desencadenara mi poder, créeme que podría erradicar a todo un ejército entero. No me pidas quedarme aquí de brazos cruzados, por favor.

La bruja sospesó sus opciones, pero al final aceptó.

Afuera, los brujos, y también mujeres, se estaban preparando para recibir al posible enemigo. Daghmar mantenía una postura rígida, los cuernos de su espalda estaban erizados, sus escamas brillaban y en sus ojos se podía distinguir una furia contenida que en cualquier momento despertaría.

Uno de los hijos de Olgha llegó a su encuentro.

—Los niños han sido enviados al bunker, todos aquí estamos armados y Furkán se encuentra al frente, muy cerca de la costa.

Hidran la miró.

—Al ser una isla de brujos independizada de Circe, corremos el riesgo de ser atacados por las Rumass o cualquier otra nación que desapruebe nuestra naturaleza. Es por eso que mandé a construir los túneles de protección.

La Culebra regresó su atención hacia el cielo.

Soren aparecía entre el mar de nubes, su olfato lo había trasladado hasta allí, pues a diferencia de Básidan que buscaba una gran fuente de magia, Soren perseguía el aroma del dragón de la brujería.

—Básidan, ¿de verdad piensas aterrizar ahí? —las manos de Idvo comenzaron a temblar.

—Por Ghirán, nos van a matar —Surcea se abrazó al cuerpo de Idvo y ocultó su rostro detrás de la nuca de él.

—No lo harán.




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