La Reina de Hordaz

38. Una alianza de sangre y fuerza (Parte 4)

—Quizá hice mal —Hidran se frotó las manos—, pero en mi defensa, se lo conté porque mi idea era utilizarlo y enviarlo a ejecutar. Y eso hice.

—¿Cómo lo convenciste para ayudarte? —cuando Surcea se dio cuenta, su boca ya había pregonado la pregunta.

—Le dije que le entregaría el mando absoluto de Circe.

—Hidran —Olgha le gruñó.

—No me veas así, amor, por supuesto no se lo daría.

—No puedo creer que Priry haya sido tan estúpido para creerte —Básidan se frotó la cabeza.

—Y yo no puedo creer que te haya admitido en mi casa.

—No tienes muchas opciones, brujo. Tú y tu esposa tuvieron suerte para escapar de Hordáz, pero no elimina el hecho de que Ileana te esté buscando. Tú tienes algo que ella quiere, y es tu conocimiento.

—Me preguntó sobre los amuletos.

—¿Por qué no me lo dijiste? —Olgha se levantó de su asiento.

—Llevo alrededor de tres días aquí contigo, no quería perder el tiempo hablando de Ileana y de los horrores que me hizo pasar.

—Casi asesina a un amigo mío, y puedo asegurarte de que a él le fue mucho peor que a ti —Básidan explotó de furia—. ¿Qué te preguntó de los dragones?

—En primera, baja la voz, y si me vuelves a gritar, puedes irte olvidando de esa alianza y de seguir con vida.

—No llegaremos a ningún lado si los dos siguen peleando —Olgha se metió entre ellos—. Hidran, ¿qué fue lo que Ileana te preguntó?

—En realidad ella ya sabía algunas cosas que las Gárgolas del Obispo le dijeron antes de que los asesinara. Me dijo que sabía sobre la existencia de los cinco dragones y sus respectivos amuletos. Por supuesto no sabía todo, porque esperaba que yo pudiera hablarle de ellos. Seguramente pensaba torturarme, pero no lo consiguió, pues antes de eso los brujos de Olgha pudieron rescatarme. Me dijo que deseaba un mundo para los brujos, para la magia y para personas como… Omalie. Pero no, sus palabras no concordaban con lo que de verdad estaba sintiendo. Le contesté que lo único que conseguiría era arrastrar a los brujos a una destrucción segura.

—¿Priry sabe algo que pueda poner en riesgo la posición de los amuletos?

—No. Cuando estuve con él, yo desconocía muchas cosas, y por eso mismo no pude hacerlas de su conocimiento. Él sabía que Olgha había tenido el anillo de Kinabraska en su poder, pero que después se quedó en Hordáz y nunca más le volvieron a ver.

—Aguarda —Básidan lo hizo parar—. Olgha, ¿tú tenías el anillo de Kinabraska?

—Fuiste tú —Surcea la encaró—. Tú controlaste a Kinabraska para que pareciera que la Culebra lo había hecho.

—Misterio revelado —la bruja sonrió.

—Claro —en el pecho de Básidan, una extraña sensación de felicidad tomó fuerza—. Solo una mujer podía controlar a una hembra. Tú sostuviste el anillo.

—Por desgracia también lo perdí cuando la reina Arkansa perforó su piel bañando a la Espada Carver. En aquella ocasión, la espada fue más fuerte que el propio anillo, general, ¿qué le asegura que esta ocasión no sucederá lo mismo?

—Tengo que arriesgarme.

Hidran y Olgha se miraron.

—Usted quiere una alianza, y nosotros queremos, no solo destruir la Espada Carver, sino a los propios amuletos —exclamó la bruja.

—¿Destruir los amuletos? ¿Para qué?

—Para que ningún dragón pueda volver a ser controlado. No es el único que ha estado ocupado investigando, general blanco, yo también he tomado algunos tomos sucios de mis estanterías. Los únicos que pueden destruir la espada creada por Brujos Arcanos, son los propios dragones.

Básidan se aferró con fuerza al collar.

—¿Qué pasará con los dragones si los amuletos son destruidos?

—Según mis libros, sus almas por fin serán libres. Son reyes, humanos que fueron castigados y encerrados en cuerpos inmortales utilizados para las guerras y para controlar mundos. Este es nuestro trato, general. Lo ayudamos a destruir la espada y después usted nos ayuda a destruir los cinco amuletos.

Básidan lo pensó, observó a Surcea y después a Idvo.

—A esa mujer le interesa, tanto como a mí, el que Ileana salga ilesa de todo esto —Hidran señaló a la Corniz.

—Y lo hará. Si conseguimos arrancar el poder que está pudriendo a Lelé antes de que termine con su vida, ella será libre, y para eso Surcea ocupará la corona Barklay —Básidan concentró su mirada en la mujer.

—Lo haré.

—Ya la han escuchado, ahora ¿qué dicen ustedes dos? Hidran, Olgha, ¿están de acuerdo?

Pero los dos brujos ya habían tomado su decisión.

—Aceptamos.

—Bien. Tenemos a Soren, el anillo de Kinabraska y a Daghmar. Quizá si buscamos en las planicies de Jolwall podríamos…

—General blanco —Olgha se hizo de su atención—, nosotros tenemos el pendiente.

—Ulka —los ojos de Básidan brillaron.




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