La Reina de Hordaz

39. Versos de amor que nunca se dijeron

Los pasos de Lelé fueron amortiguados por la enorme cantidad de escombro y cenizas acumuladas.

—¿Qué es este lugar? —Priry levantó la cabeza y no pudo ver más allá de paredes destruidas y carbonizadas. Donde quiera que estuviese, su aspecto dejaba en claro que Kinabraska se había tomado su tiempo para destruirlo.

—¿De verdad no lo reconoces? Tal vez porque nunca estuviste aquí, pero es la Gran Capilla. O al menos lo que queda de ella.

El brujo se quedó boquiabierto. Ni en un millón de años aquel sitio carbonizado podría parecerle una capilla.

—¿Kinabraska lo destruyó?

—Y no necesité ordenárselo. De hecho… le di las gracias por hacerlo. Este lugar me tiene espantosos recuerdos.

Un escalofrío recorrió la espalda desnuda y lastimada de Priry. No necesitaba pensar mucho para entender que esos recuerdos se referían al día en el que quemaron a Omalie.

—¿Qué hacemos aquí, Ileana?

Los ojos de la reina estaban brillosos, señal innegable de que su alma estaba sufriendo. Pero ¿de verdad era ella, o era el poder de la Espada Carver que se adueñaba cada vez más de su cuerpo?

—¿Lelé?

Ella se sentó en el pequeño escaloncito que alguna vez estuvo frente a la mesa sagrada, pero que ahora estaba cubierto de cenizas y escombros. Se quitó la capucha y su largo cabello blanco cayó como cascada de invierno. Entonces comenzó a llorar.

Priry la observaba a lo lejos, pero tampoco necesitaba preguntar qué le pasaba para entender que el poder Carver podía crear y destruir. Por desgracia, a Lelé la estaba destruyendo.

Un humo blanco comenzó a entrar por los orificios de las paredes, se deslizó por debajo de los escombros y cubrió la ceniza. Al principio el brujo creyó que se trataba del viento levantando el polvo, pero cuando aquella misteriosa neblina se levantó y llegó a la altura de sus brazos, un escalofrío de preocupación le puso la piel de gallina.

—“Perdonarás a quienes alguna vez te hicieron daño” —Ileana habló y Priry se giró hacia ella—. Muchas veces, cuando yo era pequeña, escuché a Froilán recitarlo durante las misas, y nunca pude darle un significado como el que le estoy dando justo ahora. La bruja que en mí vive no quiere hacer más que destrozarte, arrancarte el corazón y ver cómo te lo tragas —Priry se estaba muriendo de miedo—. Pero la mujer, la reina que cuidó y protegió la magia escondida desde las sombras, no querría que hiciera eso.

—¿Y quién eres en este preciso momento?

Una gruesa lágrima resbaló por la mejilla de Lelé.

—No lo sé. A veces me siento esa bruja, pero a los pocos segundos la reina recupera el control. Priry… —sus ojos estaban llenos de lágrimas cuando levantó el mentón.

El brujo dio unos pasos hacia atrás cuando Ileana se levantó. Vestida con aquella ropa negra; los pantalones, el corsé y la capa que ondeaba entre la neblina blanca, Ileana dejaba de ser esa reina delicada y benevolente para convertirse en la asesina más despiadada, quizá de algún reino perdido, o quizá de otra vida.

Lelé desenvainó de su cintura la poderosa y aterradora Espada Carver, la levantó y el viento pareció bailar alrededor de la cuchilla. Priry cerró los ojos, seguro de que moriría, pero en el último segundo el filo de la espada pasó a su lado y desgarró el aire. Algo se rompió y los recuerdos llegaron al brujo como el peor impacto de su vida.

 

—¿Priry?

—Tranquila.

—¿Qué está pasando?

—Levántate, tenemos que salir de aquí.

—¿A dónde me llevas?

Los Zopilotes estaban en la entrada, hombres musculosos, de dientes podridos y miradas aterradoras.

—Llévensela. Es toda suya.

 

De pronto, los recuerdos se materializaron y el cuerpo de una mujer apareció ahí mismo. Ella estaba frente a él.

—¿Esmerari? —los labios de Priry temblaron.

Era ella y una niña que se abrazaba a su cintura.

Priry miró a Lelé, quien luchaba por controlar sus propias lágrimas. Lo había hecho ella, pues de alguna forma la espada había cortado el candado que mantenía los recuerdos de Priry encerrados. El poder de la espada… No, el poder de Angélica, Rowan, Valerie, Edian y Regina había burlado al poder del Patrón de Intercambio.

—Pero, ¿cómo…?

«Alta condena, acto de fe», Ileana deseó haberle respondido, pero guardó silencio. No era el momento de decirle que el acto de fe era traer el recuerdo de Esmerari, pero que la alta condena se pagaría con la vida del brujo. No tenía caso explicar lo inexplicable.

El fantasma de Esmerari sonrió, tomó a la pequeña niña de la mano y ambas se acercaron a él. Ella estaba igual de hermosa que antes, con su largo cabello negro, su piel canela y sus dientes disparejos que la hacían ver todavía más adorable.

Priry tomó impulso para hablar. Habían pasado tantos años, tantas cosas y noches en las que él se arrepentía de su decisión.




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