La Reina de Hordaz

40. Asesino de seres (parte 2)

Ileana sintió una extraña palpitación en el pecho. Se levantó de la roca en la que había estado llorando y se puso en marcha para regresar al castillo. De la nada, sus lágrimas se secaron, sus manos dejaron de temblar, el corazón le dejó de doler y su semblante volvió a petrificarse en una expresión fría y dura. Quizá el poder Carver tenía algo en contra de los sentimientos.

La reina hundió su mano derecha en el bolsillo de sus pantalones, y fue entonces que pudo notar la presencia de una superficie dura y liza.

Sacó el objeto y lo contempló.

—Artenness —murmuró. Era el reloj de bolsillo que Priry le había regalado hace un tiempo.

Después de observarlo un par de segundos, lo arrojó a la tierra y siguió su camino. Si el brujo había muerto, ella se encargaría de que todos sus recuerdos murieran junto con él.

En el cielo, una nube gris se había adueñado de todo, y el viento acarreaba un aroma a madera y aceite. Algo no andaba bien, pues por algún extraño motivo, Ileana sentía que retrocedía en el tiempo. Esa sensación le hizo pensar en el día que Froilán asesinó a Omalie. Pero no se dio cuenta de lo que pasaba hasta que el rugir de Kinabraska se abrió camino en el cielo.

La reina echó a correr los pocos metros que le faltaban para llegar al castillo, y ya se imaginarán su sorpresa cuando encontró a todos sus soldados movilizando las defensas.

—¡Que alguien me diga qué está pasando!

—Nos invaden, majestad. Han tomado el puerto y las personas intentan protegerse en sus hogares.

Una vez más, Kinabraska lanzó un aullido de advertencia. Los mercenarios se pusieron rígidos, y algunos hasta tuvieron que mirar al suelo para no temerle a la bestia.

—¿Alguien sabe quién intenta invadirnos?

—Tienes a la tierra del emperador declarándote la guerra —Oratzyo apareció. Cargaba entre sus brazos una ostentosa armadura de acero, con decoraciones en dorado y negro y picos de bronce; un par de cuchillos y una capa de terciopelo rojo.

Un escalofrío de miedo y rabia surcó el cuerpo entero de la reina, y no porque ella estuviese reaccionando al nombre de las Rumass, sino porque el poder de Angélica, Rowan, Valerie, Edian y Regina todavía sentía los estragos de aquella espantosa masacre. La historia se estaba volviendo a repetir, pero esta vez irían primero por Hordáz y su reina de la brujería.

Ileana no lo pensó dos veces, se colocó la armadura que entallaba perfectamente su cuerpo, se ajustó la Espada Carver y se preparó para la batalla.

—En un momento le traeremos su caballo, Alteza.

Pero Lelé se negó.

—No hace falta —respondió mirando a Kinabraska.

El dragón de fuego levantó su vuelo, se hundió entre las nubes de tormenta y se dirigió a la costa, guiando a los guerreros que trataban de seguirlo.

***

Básidan levantó la mirada cuando el ensordecedor estallido de un rayo se formó sobre la cabeza de Soren. La luz que emanaba de la lumbre iluminó las nubes y el rostro del general. Las nubes comenzaban a teñirse de un negro muerte, los vientos se intensificaron, y como si se tratase de un paraje apocalíptico, el color del cielo adquirió un verde luminiscente.

Soren comenzó a inquietarse, y a Básidan no le quedó más que aceptar que algo estaba mal. Sintió las manos de Surcea aferrarse todavía más a su pecho, escuchó a Idvo maldecir, y de la nada, un par de ojos grandes, depredadores y verdes comenzaron a formarse en la superficie espectral del tifón. Una cabeza apareció, y de ella se extendió una larga lengua dividida a la mitad.

Era la Culebra. Toda su vida, Surcea la había visto formarse en el cielo, anunciando una fuerte tormenta que a menudo terminaba arrancando árboles y torres débiles de concreto. Sabía perfectamente identificar cuándo La Culebra se estaba formando en el Mar Káltico, solo que esta vez era diferente. Pues aparte de que la Corniz la estuviese viendo a una distancia realmente aterradora, la verdadera Culebra venía detrás de ellos.

Daghmar se abrió camino entre las nubes, el dragón llevaba en la espalda a Hidran y a Olgha, y aunque la figura de la serpiente parecía que estaba a punto de tragárselos, la bestia no se detuvo y se dirigió directamente hacia su lengua. No había nada que temer, pues como ya se mencionó, la verdadera Culebra del Mar Káltico estaba justo ahí, presenciando la espantosa leyenda que durante años les causó terror a marineros, mujeres, niños y hombres.

Hidran dirigió al dragón hacia la boca de la Culebra, y al entrar en ella, el animal completo se desvaneció, botando pequeñas estrellas verdes que también iban desapareciendo y adhiriéndose al cuerpo escamado de Daghmar.

Soren profirió un gruñido y desvió su mirada hacia otro lado. Fue tanta la compasión de Básidan que apoyó su mano enguantada sobre uno de los cuernos de la bestia.

—No te sientas mal, amigo, tus escamas blancas brillan mejor.

El cielo podría haberse disputado por Soren y Daghmar, pero en el océano, Ulka era la que gobernaba. Las tortugas, ballenas y delfines nadaban a su alrededor, y los peces creaban figuras en sus cardúmenes para hacerle la forma de su corona. Los animales sabían que su reina había despertado, sabían que la hermosa reina humana estaba de vuelta, y que seguiría protegiéndolos como lo hizo en el pasado.




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