La Reina de Hordaz

41. Promesa cumplida (parte 2)

Un silencio estremecedor envolvió todo el campo de batalla; las espadas dejaron de chocar, los escudos bajaron y las flechas dejaron de caer. Desde el mar, los soldados de las Rumass avanzaban en hileras bien estructuradas por los pasillos del barco y cortaban con sus hachas las cadenas que sostenían las paredes. Las olas se levantaron cuando la madera se zambulló en la espuma salobre. Ahora solo faltaba cortar las cadenas y que el emperador despertara a la bestia.

Una a una las cadenas se iban perdiendo en el manto oscuro del mar. A lo lejos, Básidan y compañía se quedaron expectantes por lo que estaba a punto de suceder.

Augusto sonrió triunfante, sin una sola herida en su rostro pálido de rey. Hurgó en el interior del bolsillo de su casaca y mostró a la luz la reluciente moneda con la imagen del dragón.

—¡Krettho, levántate de tu sueño y destrona a quien se quiere sentir rey!

Y como poseído por algo realmente diabólico, la bestia abrió sus enormes ojos vidriosos, rugió y se irguió en sus cuatro patas, dispuesto a levantarse. Alrededor de su cuerpo, y bajo la piel de sus alas, llevaba puesto un enorme arnés de madera. Pero entonces, una larguísima cola escamada emergió del agua y envolvió al dragón antes de que este pudiera levantar su vuelo.

Ulka apareció entre las olas, rugió y trató de someter al dragón, arrastrándolo al interior del mar con ella. Los rugidos de ambos azotaban todo el imperio. Se debatían en miradas de muerte y demostraciones de colmillos. Ulka acercó sus fauces al cuello de su rival, mordió sus escamas blancas y partiendo la superficie del barco, lo hundió entre las tormentosas aguas.

Augusto estaba que rabiaba, apretó con fuerza la moneda entre sus manos y después se arrancó la casaca, mostrando un pecho cincelado que brilló ante la luz matutina. En él había un arnés de acero que envolvía sus costillas y terminaba en el centro de su pecho. Ahí colocó la moneda y cerró los ojos.

Todo el campo estaba en completo silencio, incluso Kinabraska había dejado de moverse cuando Daghmar le arrancó los amarres que la apresaban.

En el cuello de Hidran, su manzana se movió dolorosamente. El brujo se estaba muriendo de miedo, y no era para menos, pues un segundo después de que Augusto se colocara la moneda de plata en el pecho, el mar se abrió y Krettho emergió nuevamente.

—Por Ghirán —Surcea se llevó las manos a la boca.

—El Alfa. El verdadero rey. Krettho Zervogha, el primer emperador del mundo —Idvo sintió que sus propias palabras le quemaban la boca.

El humo se partió a la mitad, el fuego mermó, y antes de que Hidran pudiera darse cuenta, Daghmar ya se estaba lanzando contra el dragón.

La poderosa bestia de alas negras y verdes estaba dispuesta a dar la peor batalla de su vida. Un hombre que en su forma humana había sido el brujo más poderoso del mundo. Por supuesto Daghmar iba a demostrar que sus leyendas nunca habían sido una exageración.

Como fusil a punto de estallar, el animal se impulsó con sus enormes alas, abrió sus fauces y expulsó la mayor cantidad de fuego verde que se revolvía en el mechero de su estómago. Krettho recibió el impacto de frente, y aunque trató de cubrirse con sus alas de platino, el daño fue realmente visible. Incluso los hombres de Augusto tuvieron que cubrirse con sus escudos y capas cuando el fuego consiguió alcanzarlos.

—Hay que quitarle la moneda —los ojos de Idvo estaban puestos sobre el emperador.

Por su parte, el monarca de las Rumass se preparaba para soltar el segundo paso de su plan. Desvió su aterradora mirada y asintió en dirección de uno de sus soldados. Este levantó su espada y la dejó caer formando en el aire una media luna. Aquella era la señal.

Los soldados cargaron la pesada balista de hierro, apuntaron, y cuando la mira de madera presentó a Krettho en el centro del objetivo, dispararon. La flecha chilló en el viento, cruzó el cielo, se abrió camino entre el humo y finalmente se incrustó en la espalda del dragón, justo por encima del arnés de madera que envolvía su cuerpo. Los picos salieron de las cintas de madera, partieron las escamas y se clavaron en su piel.

Los ojos de Krettho se tornaron rojos de furia, iracundos y mortales. Dejó de pensar, dejó de ver y solo se guió por su olfato infernal. No le importaría despedazar a cuanto dragón se le pusiera en frente.

Kinabraska y Soren percibieron el peligro, intentaron elevarse en el aire y proteger a Daghmar, pero no consiguieron llegar a tiempo. Krettho se había abalanzado sobre él, le había mordido el cuello y buscaba destrozarle el cuerpo con sus patas de garras puntiagudas.

La bestia chilló, un alarido que incluso logró descolocar unos segundos a Hidran. Krettho giró en el aire. Con el cuello de Daghmar entre su boca, viró hacia el lado de Soren y arrojó al dragón de la brujería sobre su compañero. Y como si tuviera una deuda pendiente, se lanzó en picada hacia el fondo marino, tomando a Ulka de la cola y llevándola consigo a la tierra.

Ileana cargó fuerza, apretó la empuñadura de la espada Carver y rasgó el viento con un corte de luna menguante. La guadaña tomó forma y se abalanzó sobre Básidan dispuesta a cortarlo por la mitad. Por una fracción de segundos, el general sintió a la muerte respirarle en el oído, pero entonces, el corte desapareció. Había sido disuelto por una fuerza mayor.




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