Después de que Angélica, Rowan, Valery, Edian y Regina, los cinco brujos más poderosos de la tierra, regresaran, el portal comenzó a cerrarse hasta quedar un pequeño orificio del tamaño de un frijol, y entonces no hubo más. En el suelo, solo quedaban las cenizas de lo que en su momento fue el arma más poderosa de toda Zervogha.
El rugido de Krettho atrajo la atención de todos, y al darse la vuelta, Hidran notó cómo, en todos los dragones, aparecían diminutos círculos de luz. Aquellos destellos fueron creciendo, y de la nada, ya no eran los imponentes dragones que doblegaban al respeto. Eran humanos. Reyes y reinas hermosas, de piel lustrosa, de rostros seráficos y telas finas.
La reina Kinabraska corrió hacia Lelé, la envolvió entre sus brazos humanos y le sonrió. Ileana se quedó catatónica, no podía creer que aquel bestial dragón ahora fuese una hermosa joven de su misma edad, de ojos marrones y cabello enormemente largo y negro como la noche.
—Gracias —le sonrió la joven. Su energía y jovialidad duplicaban a las de Lelé en sus mejores momentos—. En otro tiempo hubiésemos sido mejores amigas, Majestad.
Soren apareció como un apuesto joven de armadura plateada. Se acercó a Básidan y también lo abrazó.
—Gracias por entregarme tu vida todos estos años —le dijo. Era un poco más alto que el general, profundamente guapo, de cabello negro, musculoso y piel pálida como los glaciales.
Una sonrisa melancólica se acercó a Hidran. Un hombre de larga túnica gris, de espesa barba blanca que le llegaba por debajo del pecho, un sombrero en punta y en la mano cubierta de anillos, empuñaba la irregular forma de un bastón de madera.
Hidran agachó la cabeza en señal de respeto, pero Daghmar le apretó el hombro.
—Luchaste contra tus propios miedos. No hiciste bien las cosas desde un principio, pero una parte la has recompensado con tu valentía. Sigue peleando, y persigue ese perdón.
Olgha se limpió sus lágrimas cuando la hermosa reina de Jolwall, Ulka, extendió sus brazos hacia ella. La reina era hermosa, preciosa en cada poro existente de su piel.
—Has salvado a tu pueblo como siempre deseaste. Siéntete orgullosa.
—Cuántos años estuviste sepultada en el fondo del mar. Perdóname por no llegar antes.
—Todo hubiera seguido igual, querida. No te arrepientas por lo que nunca sucedió y piensa en lo que sí has hecho. Lo hiciste, peleaste y nos han liberado—la piel aceitunada de la reina brilló al contraste con la luz del sol.
Lastimosamente, una voz dura, gruesa y fría como el gélido metal, se elevó en el cielo y atrajo la atención de todos.
Krettho estaba furioso. Un hombre de monumental tamaño, de barba blanca y ojos de roca los observaba con el más cruel desprecio.
—Celebran nuestro cambio como si fuese un acto de triunfo. ¡No lo es! Vean cuánto destrozo, cuántas vidas robadas, todo por una niña que ha desequilibrado su alma por un estúpido capricho de ser reina —Ileana se removió incómoda en los brazos de Kinabraska—. Vergüenza debería darles. Los humanos no hacen nada más que causar desastres.
—Tú eres humano —Hidran enarcó una ceja y Daghmar se carcajeó.
—¿Te atreves a hablarme…?
—Me atrevo porque nos estás juzgando a todos como si fuésemos uno solo. Lo que realmente eres no cambia nada. Necesitaste convertirte en bestia para conocer el lado oscuro de la humanidad. Sin embargo, nada afirma que en tu época esto era diferente.
—¡No escupas tu veneno en mi reino, inmundo brujo!
—Los Rumass, tus sucesores, llegaron en barcos a mi tierra e intentaron adueñarse de todos. No nos culpes cuando fue tu propia línea de sangre la que causó todo esto. El que esa espada fuese creada, fue solo para defender nuestra tierra, a nuestra gente.
—La familia Bálder destruyó lo que la brujería intentó reconstruir —Olgha, sintiéndose apoyada por el peso de la mano de Ulka, también decidió levantar su voz.
—Si los malos han sido juzgados, el intento de Kair Rumass por intentar erradicar al pueblo de la brujería también debería ser castigado y perseguido. Ningún ser volverá a sentenciar poder sobre los pueblos primigenios, y eso, Alteza —Básidan hizo una reverencia— usted debería tenerlo en cuenta.
—¡Idiotas, todos son unos idiotas! —rugió el emperador—. Piensan que porque los malos han caído, nada de esto volverá a suceder. Qué equivocados están.
—Nadie asegura lo contrario —Básidan levantó su mentón. Al fondo, Soren lo observaba maravillado—. Pero ya le tocará a alguien más pelear. Es imposible que la raíz de lo malo se arranque por completo. En el suelo, más hierbas malas buscan la manera de salir.
Y tras un debate silencioso de miradas, Krettho relajó sus hombros.
—Su mundo se quedará así a partir de hoy. Los países no regresarán a sus lugares, y ustedes tendrán que aprender a vivir con ello. Sin embargo —la mirada del emperador se volvió amarga—, nadie estará a salvo.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Hidran.
—Por esas cosas malditas —Krettho señaló los amuletos—. Nosotros fuimos ignorantes al brindar nuestras ofrendas, y ahora debemos cargar con ese precio el resto de nuestras vidas.