La Reina de Hordaz

EPÍLOGO: Las montañas de Devol

Ahren ya había escuchado los cascos de un caballo acercarse a donde ella estaba, pero pareció no importarle. Bien pudo desenvainar su espada y amenazar al intruso con rebanarle el cuello si se acercaba un centímetro más, pero esa noche no sentía deseos de pelear.

Su hermoso caballo blanco estaba tranquilo, el viento de las montañas no parecía incomodarle, y es que la gente de Devol se dedicaba a criar a este tipo de animales, caballos cubiertos de pelo que soportaban temperaturas bajo los cero grados.

—¿Alguna vez te conté la historia de esas montañas? —el intruso por fin había llegado hasta ella, y al igual que Ahren, él también montaba un hermoso caballo rechoncho, solo que el suyo era tan negro como el carbón.

—Cuéntamela —respondió la mujer y se reacomodó en su montura. La capucha de su capa la mantenía caliente, aparte de que escondía su hermoso cabello blanco que nunca pudo regresar a su castaño natural.

El hombre comenzó con su relato:

—Hace muchos años, un niño huérfano que había sido recogido por la horda de asesinos de Begrat, quiso sentirse aventurero. El tonto se internó en aquellas mismas montañas —el hombre las señaló con su mano—, y entonces descubrió que el hielo podía volverse mortal si no se pisaba con respeto y cuidado. Resbaló por una pendiente congelada y no paró de rodar hasta que se golpeó con una roca del fondo. Al principio creyó que se había roto la cabeza, pero al inspeccionarse con los dedos, se dio cuenta de que todo estaba bien.

»Cualquiera con sano juicio, se abría alejado, pero el niño sentía un tirón invisible que lo alentaba a continuar. Finalmente llegó al arco de una cueva en donde se encontró con un objeto brillante. Sin pensar siquiera en su seguridad, se acercó y lo cogió entre sus manos que se congelaban. Era un collar.

»El pequeño se lo puso, no era ambición, sino inocencia, pura inocencia curiosa, hasta que el suelo retumbó bajo sus pies y las paredes comenzaron a caer. El niño se sintió tan asustado que por poco se orina en sus pantalones, pero cuando abrió los ojos, su miedo fue mayor. Estaba abrazado a una enorme espalda escamada que se dirigía hacia el cielo. El dragón lo llevó a dar un largo paseo con el que se ganó su confianza. El niño no era estúpido, sabía que si le contaba a alguien sobre su descubrimiento, la gente de su aldea, incluso de su propio grupo intentarían cazarlo, por lo que, dejó que la bestia se ocultara en las montañas y él regresaría todos los días a visitarlo y subir a las montañas para cazar algunas cabras salvajes.

—¿Qué pasó después? —Ahren tenía su barbilla apoyada sobre su propia mano, y hasta su caballo parecía estar interesado en la historia.

—El tiempo pasó, y un día, alguien lo descubrió. Para este momento el niño había dejado de serlo y se había convertido en todo un joven que deseaba comerse el mundo. Por desgracia, la hija de su amo Begrat se enamoró de él, y el joven no quiso corresponderle. En venganza, Begrat envió a detenerlo; lo torturaron y le quitaron el collar. Esa misma noche, Begrat y sus hombres acudieron a las montañas, estaban dispuestos a domar a la bestia y utilizarla para sus propios fines, pero el dragón jamás apareció ni sucumbió a su llamado. La bestia no los había elegido, no como al joven.

»Cuando Begrat y sus hombres regresaron, el joven ya se había ido. Un compañero y amigo suyo le había salvado la vida. Ni el joven ni el dragón volvieron a reencontrarse, hasta tiempo después, cuando el, ahora hombre, pudo liberarlo de su cuerpo bestial.

—Es una hermosa historia.

—¿Qué hay de ti, Ahren? ¿Tienes algo para contarme?

—De hecho sí. Es la historia de una reina que decidió cambiar su corona por una espada y una silla de montar.

»Después de que los dragones, ahora en sus formas humanas, se marcharon de Zervogha, la reina pasó a su castillo para tomar la poca ropa que aun podía rescatar. Solo era cuestión de tiempo para que los hombres y mujeres de su tierra se levantaran y exigieran su cabeza. ¿Sabes lo que encontró la reina al entrar a su habitación?

—¿De casualidad fue una gallina?

Ahren sonríe, recordando aquel hermoso pescuezo emplumado.

—Aparte. Había una carta sobre su cama. La reina la leyó, y mucho le sorprendió saber que era una carta de su tío, el brujo guardián de los amuletos mágicos. ¿Cómo la dejó ahí? Nunca nadie pudo darle una respuesta, lo cierto es que en ella decía muchas cosas hermosas. Narraba una historia de dolor y supervivencia. Y cuando la reina terminó de leerla, el papel comenzó a quemarse por sí solo. Entonces una voz habló detrás de ella…

Ahren cierra los ojos y aún tiene el recuerdo tatuado en el alma.

 

—¿Lelé?

Al darse la vuelta, no pudo creer lo que sus ojos estaban mirando.

—¿Omalie? ¡Omalie!

Su tío la abrazó con el más grande amor. La abrazó y acunó contra su pecho mientras secaba sus lágrimas y la dejaba vaciar todo el dolor que durante tantos días la estuvo consumiendo.

—Mírame, estoy bien.

—No sabes cuánto te extraño. ¡¿Por qué me dejaste?! ¡No pude pelear por ti, no llegué a tiempo! —sus lamentos le partirían el alma a cualquiera.




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