La reina de la naturaleza verde

04|La visita a la aldea

Para el baile real que dará la reina del otoño en el palacio de Dry Leaves faltan alrededor de cuatro días, mientras tanto seguiría esmerádome para cumplir los requisitos para la coronación. Ahora con un nuevo problema presente: mi poder.

Durante toda la noche estuve leyendo aquel libro, alguna nación en el mundo necesita de mi ayuda, eso es claro según la lectura, pero ¿cuál?.

¿Cómo lo sabré?

Es muy necesaria la ayuda de otras personas, principalmente la ayuda de las hadas mayores, pero antes de ello debo de conversar con mis padres sobre este asunto.

No sin antes haber consultado con mi madre la lista de pretendientes.

—¿Me quieres decir que algún príncipe ha logrado llamar tu atención?—encuesta mi madre sonriente. Yo me siento a su lado, aburrida por la plática que se que me dará justo en este momento.

—Tamocoo es como si me hubiese enamorado de él.—musito.

Le tiendo la lista.

»El primero que aquí aparece—le digo y agranda sus ojos.

—¿Cómo no iba a llamar tu atención?

»Es que debía haberlo sabido desde el inicio.—se expresa tomando el protagonismo de la conversación.

Se acerca a mí, y susurra mirando hacia los lados.

—Su raza, es la más hermosa de toda la raza humana.—confiesa y aunque he intentado parecer cansada con su plática, en el fondo, despierta mi interés.

***

Permanezco nerviosa toda la noche, sabiendo que mientras más rápido actúe, más rápido saldré de esta. Contarle sobre mi poder a mis padres cada vez me causa más espanto.

Despierto y mi madre me invita en el desayuno a un recorrido por la aldea. Cosa que debería de hacer más seguido, pues uno de los requisitos requiere ganarse el corazón de la aldea, y luego de tomar varias cestas con obsequios me dirijo al carruaje que comparto con ella durante el trayecto.

—¿Cómo van los preparativos para el baile?— me atrevo a preguntar en busca de algún tema de conversación para matar el silencio. Me enteré por la Nana de que mi madre esta ayudando con los preparativos para el recibimiento de Otoniel.

— ¡Como no te imaginas, hija, toda la decoración quedará preciosa, ya lo verás!— respondió entusiasmada.

Si hay algo que me gusta de mi madre es que nuestras conversaciones surgen como la de dos amigas, sin privaciones.

El silencio vuelve, está vez es ella la que decide ponerle fin.

—Le he enviado una carta a la provincia Blanca—su mera mención envía señales a mi mente. No debe faltar mucho para que mi madre me presenté con el príncipe Maswell. No suele perder tiempo.

Le miro curiosa esperando que me especifique el contenido que ha puesto en ella.

—Con tal propuesta, el príncipe ya debe de venir cabalgando por ahí —musita mirando la ventana. Ella no creerá que dejaré el asunto así.

—¿Qué has puesto exactamente en dicha carta, madre?—inquiero y captó su atención.

—Ya me lo agradecerás.

»Hemos llegado.—le pone fin a la conversación y observo el rededor.

La calle ladrillada comienza a hacerse paso ante el trote de los corseles y los aldeanos se empiezan a ver.

Los saludo a través de la ventanilla y ellos se reverencia ante el carruaje. Al parecer las cosas han mejorado, se les ve más alegres y motivados.

Al situarme fuera del carruaje junto a mi madre y guardias reales quienes escoltan la seguridad de ambas, distingo el gran número de casas cuyos techos puntiagudos crean un ambiente esombrecedor, los aldeanos todos concentrados en su labor, algunos cultivando los huertos familiares, mientras otros se dirigen a tierras cercanas al cultivo del trigo.

Todos a su paso ofrecen su reverencia a sus majestades, para continuar su camino luego de recibir el obsequio que les he traído.

— Majestad— dice una voz femenina, me giro hacia ella y esta pertenece a una anciana, quien me mira con mucho detenimiento a los ojos.

Le brindo una de las cestas que cargo en brazos y la anciana no me niega el agradable obsequio, más me invita a una corta conversación a solas conmigo, y me veo obligada a negarle por cuestiones de seguridad—según aseguró uno de los guardias reales cuando nos bajamos del carruaje— pues el rey no permitió que se dejasen solas a sus majestades, sobre todo a la futura reina.

La anciana entendiendo esto, se da la media vuelta no sin antes dedicarme una última mirada intrigante y yo le observo curiosa, luego susurra unas palabras en un idioma desconocido que me dejan asustada y confundida y se marcha.

Curiosa, le sigo con la mirada hasta perderla de vista y ser guiada por mi madre a conocer otras partes de la aldea, al volver con ella después de haber encontrado unos girasoles en un puesto de venta.

Durante nuestro recorrido me he mostrado curiosa por cada dato que me ofrece mi madre sobre esta aldea, sin apartar mis pensamientos de la anciana que se refirió a mí hace unos momentos.

Cuando era pequeña solía venir a visitar la aldea, y mi padre siempre me decía que no era muy seguro, no eran uno de los mejores momentos ya que nos encontrábamos en ruina, pero muchas cosas han cambiado, principalmente después de que el rey abasteciera de mejores tierras a los campesinos y aprobara el comercio de diversos artículos con el reino de Dry Leaves.

—Creo que deberíamos volver, ya empieza a caer la tarde—anuncia mi madre a los guardias y yo que me había detenido observando a una joven pareja salir casados de una pequeña iglesia, devuelvo mi atención a la reina encaminándonos juntas hacia el carruaje.

—Princesa, se le ha caído esto—se refiere a mí una voz varonil. Es el sirviente de cabello blanco del castillo.

Me tiende unos de los prendedores que llevo. Deposito mi mano sobre la suya para cogerlo en mis manos. El chico parece nervioso aunque yo no siento mucho su tacto por los guantes de seda que llevo.

—Gracias. Que tenga buen día —le deseo y subo al carruaje ante la espera impaciente de mi madre.

Miro por la ventanilla que el sirviente sigue de pie frente al carruaje. Su mirada se encuentra con la mía mandando cortientes de electricidad por todo mi cuerpo. Siento que me revolotea el estómago.




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