Me pongo de pie y dejo la comida sobrante en la extensa mesa para que los sirvientes se hagan cargo de recogerla. Me dirijo hasta el sirviente y situándome frente a él, busco mi voz firme para hablarle.
— Creo que debemos platicar— digo y tengo que apresurarme porque ya empiezo a tartamudear por los nervios nacientes dentro de mí.
No sé por qué el hecho de la proximidad entre nuestros cuerpos altera sutilmente mis sentidos, lo que origina que mis latidos se aceleren.
Él con la postura lo más erguida posible, asiente con la cabeza y salgo de allí en dirección al gran salón, con el joven caminando detrás mío.
Mi Nana se incorpora a mi lado con Copito en brazos. Le miro siendo consciente de la reprimenda que quiere darme, pero mantiene silencio, su mirada me es suficiente.
No encuentra bien que me dirija hacia el gran salón, en compañía de un sirviente.
Yo por mi parte, no lo consideraría respetuoso, pero lo considero necesario.
Nana suelta todo el aire que lleva conteniendo en sus pulmones y no aguanta más.
—No deberías quedarte sola con el castillo apenas iluminado en compañía de un sirviente. La idea no agradará en nada a vuestro padre.—susurra a mi lado, a pesar de intentar sonar firme y decidida.
—Mi padre no tiene que saberlo—musito y relajo el rostro. Le ofresco una sutil sonrisa.
»No tienes que preocuparte, estaré bien.
»Ve a descansar.
En sus ojos veo reflejado el enorme esfuerzo que está asiendo por mantenerme aquí.
—Pronto estaré arriba—le tranquilizo. Nana no hace más que asentir y tomar rumbo a las dobles escaleras.
Detengo con brusquedad mis pasos al quedar situada frente a las enormes puertas que dan con el gran salón. Me giro pensativa. Y fuese cual fuese la idea que tenía en mente, se esfuma en cuestiones de instantes. Me percato de que el aliento del sirviente chica con mis labios. Me detengo a observar el cómo su pecho se amplia y contrae con cada respiración.
Elevo mi rostro y le miro a los ojos, conservamos un tanto la misma estatura por lo que me resulta sencillo mirarle a los ojos directamente. Cambio la mirada en el mismo instante en que lo miro, sus ojos tornados de azul me penetran hasta el alma con tan solo una mirada.
Los latidos de mí corazón son tan fuertes e intensos que sospecho que él podrá escucharlos. Distingo una leve sonrisa que se ha formado en su delicado y marcado rostro. De un momento a otro me olvido de la situación que nos rodea y por lo que le he traído aquí.
Escucho a alguien carraspear con fuerza, con intenciones de ser escuchado, desde lejos proveniente de una tercera persona. Me incorporo en mi lugar con naturalidad y tomo una prudente distancia del joven, a pesar de que las puertas del salón cerradas me dificulten la tarea.
— ¡Lord Roman! — expreso casi en un grito por la sorpresa. El anciano se reverencia ante mí presencia y se marcha en dirección a los dormitorios de la servidumbre.
—Buenas noches, princesa—expresa desde la distancia.
— Esmeralda— la grave voz del sirviente causa un sobresalto en mi cuerpo. Ha pronunciado mi nombre tan casual, sin epíteto y no sé porque pero me ha removido algo dentro al escucharlo mencionar mi nombre, simplemente mi nombre.
Recuerdo cómo se respira y dirijo mis pasos hacia el jardín, para evitar más interrupciones innecesarias. Cuánto antes converse con él sobre el tema de la anciana de la aldea, antes podré volver a la cama; ya que mañana se realizará el baile en honor a la llegada de Otoniel al castillo y debo encontrarme en plenas condiciones.
—¿Qué viste la mañana en la que me encontraste en el jardín?— le pregunto dejando los rodeos de lado.
Él, respira pesadamente para formular la más estúpida de las preguntas, la que menos me espero que formule:
—¿Qué querías que viera?— sonríe con arrogancia y la molestia que siento por su repentina insinuación no es tan grande como el cosquilleo que recorre mi estómago al verlo sonreír de esa manera.
—Primero, olvidas comportarte como lo que eres, un sirviente que debe respetar a los nobles para los que trabaja, y luego, vienes como todo un arrogante varón y se me insinua olvidando con quién estás hablando — le digo algo indignada, y sin querer me siento miserable por dar a reconocer nuestros lugares en este castillo, me he expresado como una arrogante princesa, lo contrario a lo que realmente soy. Mascullo frustrada una maldición que no llega a escuchar.
— Ha sido usted quién me ha indicado seguirla, aproximándose demasiado a mí. Creo que a la realeza se les tiene prohibido "charlar" con los sirvientes a solas— expresa indignado en la misma medida enmarcando con notoriedad la palabra charlar.
— Y ha sido usted quién me ha faltado al respeto, a su princesa— le expreso aumentando el tono de mi voz y de su rostro solo sale una divertida sonrisa.
« Maldita sonrisa »
Me indigno ante la repentina reflexión que hace mi mente al recordarme que no vine aquí para que el joven me pusiera los nervios de punta y discutir con él algo que claramente no tiene sentido para mí, sino para aclarar el asunto de mi poder.
Ante el silencio que nos abraza, prosigo a decir calmada.
— Me gustaría que reservase los temas que usted ve y oye dentro de los muros del castillo, en vez de andarlos contando por ahí.— me pongo en marcha y camino por su lado con intenciones de volver a la fachada y descansar para el día de mañana. Sorpresivamente soy interceptada por él, y esta vez no ha sido su voz, más bien han sidos sus manos que me sujetan del brazo izquierdo impidiendo mi avance hacia el interior.
Mi mirada se posa en su fría mano que contiene a mi delgado brazo entre los dedos.
— Hay algo de lo que debería de hablarle — confiesa y siento la necesidad en su voz más no alcanzo a verle el rostro, debido a mi prisa por salir del jardín, y es lo que hago luego de asegurarle que ya habrá un oportuno momento para ello.