—El baile de nieve es una danza que llevamos a cabo en la aldea al finalizar una temporada de buenos resultados—me explica Calegorm al tiempo que lleva una cereza a su boca. Y yo observo su acción. Realiza cada acción con tal delicadeza.
Afirmo con la cabeza y observo todo el alrededor. En Greenworld le solemos llamar a una actividad como esa “la gran feria” que a pesar de estar hospedada en la Academia, preparamos un día para excursiones en el pueblo mientras se celebraba está actividad.
Había decidido a preguntarle ante la curiosidad naciente dentro de mí al escuchar a algunas personas comentar sobre dicha celebración a medida que avanzamos hacia el centro de la aldea.
Al llegar al centro de dicha aldea, mis ojos se encuentran con una decorada plaza donde todo el rededor está muy bien iluminado debido a la llegada de la noche y las casas adornadas con bellas plantas señalando que la tierra de Islandia ha dado sus frutos. Su árbol ha Sido recuperado y con ello la magia que embellece y mantiene con vida está ciudad.
También le adorna leves capas de nieve que forma parte de estas tierras y la abrigada vestimenta de los aldeanos de color blanco y azul celeste.
—¿Tienes preferencias por los colores claros?—me atrevo a preguntarle a Calegorm. Hemos dejado el caballo en uno de los establos de la aldea.
—Blanco y azul, nuestro distintivo.—responde y se nota la felicidad en su voz contagiada por el ambiente fiestero.
—Me he podido percatar. Sus vestimentas hacen que todo luzca con más iluminación.
—Nos delimita delicadamente nuestras fracciones élficas. Nos favorecen.
Sonrío porque en realidad, si que le hace lucir más pulco y hermoso con ese traje blanco completo y el cabello a juego. Sus ojos azules son un toque de elegancia entre todo el blanco.
Todos nos observan discretamente y yo les saludo agitando mis manos mientras Calegorm me cuenta algunas curiosidades sobre el pueblo, sobre su raza.
—¡Es todo tan hermoso!— exclamo dislumbrada por tal decoración al tiempo que noto lo ansiosos que se encuentran los aldeanos por la iniciación.
»¿Siempre está nevando acá?— pregunto y me dirijo a Calegorm que me asegura que es muy poco probable que deje de nevar en estas tierras, nunca ha sucedido.
Y en mi mente lo interpreto justo como Calegrom y yo, dos polos opuestos que somos maravillosos siendo individuales pero juntos, llegamos a ser mucho más. Justo como lo serían las relaciones entre nuestros reinos.
—Debo decir entonces, que en mis tierras es poco probable que deje de salir el sol cada mañana—hago el intento de bromear, y Calegrom por fin me mira. Una sonrisa se expande por su rostro. Da dos Pazos hacia mí y luego posiciona una de sus manos en la parte baja de mi espalda.
—Bailemos.—expresa muy cerca de mi oído y nos acercamos hacia el centro del círculo enorme que dibujan las parejas danzantes.
La posición que adoptamos da por iniciada la celebración, luego de que varios súbditos se acercarán a compartir palabras con Calegrom, todos de cabello blanco largo y ojos azules. Tan altos y esbeltos como él.
Calegrom eleva una de sus manos para señalar a los músicos que comiencen a tocar la armoniosa música con la que comienza nuestro baile. Todas las damas están vestidas con delicados y sencillos vestidos blancos a nuestro alrededor.
El dulce y lento movimiento me incita a acercarme más a Calegorm que coloca ambos brazos alrededor de mi cintura recibiéndome gustoso al tiempo que yo coloco mis manos en sus respectivos hombros y le miro directo a los ojos. Se me escapa una sonrisita nerviosa cuando me percato de lo rígido que está. Tal vez nervioso por bailar conmigo, por primera vez.
Los firmes pasos Calegorm van de alante hacia atrás acompañados por los míos, y el latido de nuestros corazones notablemente acelerados, debería de resonar más alto que la música.
Mi cuerpo ha estado empezando a reaccionar de una forma inquieta ante el tacto de Calegorm y yo, en vez de detener el acto solo me acerco más disfrutando del baile.
Distingo lo acelerada que es la respiración de Calegorm en estos momentos y su mirada fija en mi rostro acelera nuevamente la mía por igual.
Había aprendido a bailar desde muy pequeña en una celebración que se llevó a cabo donde bailarían los reyes y sus hijas, las princesitas, que para entonces alcanzábamos algunas los seis años. Puedo recordar la cara de frustración y orgullo al mismo tiempo que tenía mi padre por la incomodidad de bailar con un ser tan pequeño.
Y en la Academia se realizaban de vez en cuando celebraciones que disponían de bailes reales en los que por supuesto bailaba con una pareja asignada. Casi siempre mi compañero de baile era Otoniel, aunque en pocas ocasiones era sustituido por George, príncipe de Star Palace, província que desviaba su interés hacia la astronomía.
Este baile, lo considero un acto muy íntimo, porque a diferencia de mis anteriores compañeros de baile, con Calegorm siento una energía muy distinta, como si a través de este baile nos estuviéramos complementando de manera que quedaríamos unidos para siempre. Y nada pudiera separarnos, nunca.
Es cuando la nieve empieza a caer sobre nosotros en un leve tacto que vuelvo a la realidad, me aparto discretamente de Calegorm asegurando que ya se ha hecho tarde y debemos de volver, ya que mañana viajaremos lejos y no me gusta cabalgar de noche. Mucho menos en la nieve. Podría ser peligroso. Aunque por la actitud de Calegrom, da la impresión de que es todo un espero en esta área, y está acostumbrado a realizar esta actividad en las noches. Recuerdo la noche que me recogió cuando fuí transferida aquí.
—Para la princesa—dice una dulce voz femenina y al girarme me encuentro con una pequeña niña que extiende en sus manitas una hermosa corona hecha de flores y hojas. Sus ojos son verdes igual que los míos, y su cabello rojizo como el atardecer.
Me giro y le doy una rápida mirada a Calegrom que sonríe desde atrás y prosigue a colocarme la corona mientras yo me dedico a darle las gracias a la pequeña Rosita, así me dijo que se nombraba.