Después de mucho rato tratando de acomodarse en la cama sin éxito, Laonis decide por fin levantarse.
Era muy de mañana y la luz del sol ya entraba por la ventana. Los ruidos de los aldeanos que ya iniciaban sus labores era tan rutinario como su vida en el castillo.
Era la hija menor del Laird John Campbell y su esposa Meredith Grant. Tenía un hermano mayor llamado John al igual que su padre y uno menor llamado Axel.
Pero solo a ella mantenían encerrada. Las malas lenguas decían que Laonis era producto de una maldición o peor aún, de una infidelidad.
Los aldeanos al parecer veían con mejores ojos las maldiciones que las infidelidades porque al menos aquellas eran algo Romántico para contar. Las infidelidades no tanto pero como aun no se decidían por una cosa u otra, Laonis pagaba la decidía con su encierro.
Tampoco era como si todo el tiempo estuviera encerrada. A veces solía salir de su habitación para las cenas de gala que su familia hacía, también para las fiesta del clan y cosas así pero siempre la mantenían con un bajo perfil.
Aunque su cabello blanco era difícil de ocultar.
En Escocia había muchos pelirrojos, rubios, castaños pero pocos albinos. Y Laonis era una de ellos. Su cabello era largo y tan blanco como la nieve. Sus ojos azules estaban decorados con unas pestañas tan blancas como su cabello.
En días soleados debía usar una capucha porque la luz le dañaba la vista y como poca personas le habían visto algunas vez, los cuentos sobre su existencia rondaba por todas las tierras de los Campbell y quizás hasta por toda Escocia.
Laonis se sentó frente a su pequeño tocador y cepillo su cabello mientras repasaba mentalmente las cosas que haría durante el día.
No había mucho para escoger. Casi siempre tejía o leía o después volvía a tejer para después volver a leer. Sus padres al menos le habían facilitado una gran biblioteca pero después de tanto leer esas historias de aventuras y acción, las paredes de su habitación le parecían las rejas de una cárcel y eso la deprimía.
Unos golpes en la puerta la hicieron reaccionar y aún con el cepillo en la mano, abrió la puerta.
La cabeza de su hermano mayor se asomó por la puerta.
-Papá y mamá saldrán del castillo hoy.-le anunció con una sonrisa tan parecida a la de su madre.
Eso significaba que ella podría salir del encierro. Con una sonrisa tan radiante como la de su hermano, se apresuró a vestirse mientras John esperaba afuera.
Cuando sus padre salían hacia la aldea, Laonis tenía la oportunidad de salir un poco. John casi siempre la llevaba hacia el bosque donde estaban ocultos de miradas indiscretas.
Al principio, solo eran paseos por el río pero poco a poco se volvieron más agradables y divertidos. John había sucumbido a los aleteos de pestañas blancas de su hermana y había accedido a enseñarle algunos trucos dignos de los hombres.
Pero nada de eructos y flatulencias, más bien, el arma que muchos escoceses sabían usar con suma facilidad : la espada.
Laonis ya sabía montar un caballo con una agilidad que pondría a muchos celosos y gracias a las enseñanzas de su hermano, ahora sabía usar la espada y la daga.
- La ultima vez te vencí. -le recordó Laonis mientras se sujetaba las faldas al salir corriendo hacia el bosque.
-Fuí todo un caballero al dejarte ganar.-farfulló John. -Los caballeros no hacen llorar a las damas.
-Supongo que no soy un caballero al hacerte llorar el otro día.
-¡No lloraba!
-¡No, claro que no!-respondió Laonis poniendo los ojos en blanco.- Tus ojos jamás lloran.
-Y tus ojos jamás verán que lo haga.
Laonis soltó una risita burlona que hizo enfadar a su hermano.
-¡Si te sigues burlando, nos regresaremos al castillo!-exclamó.
-¡Ufff, hermano! Es demasiado fácil hacerte enojar.
-Sólo tú tienes ese don.
-Y me encanta usarlo, créeme. -Pero al ver la mirada airada de John repuso -Pero por hoy ya fue suficiente. Intentaré no hacerlo.
John bufó y puso los ojos en blanco.
Siguieron caminando en silencio por un rato antes de llegar a la orilla del río.
Era verano y las exuberante naturaleza se extendía alrededor como un manto verde. El agua cristalina del río lanzaba un susurró suave y fresco que invitaba a remojarse los pies en el.
John fue directo hacia el pequeño escondite que tenían en el tronco de un árbol y sacó dos espadas , un par de pantalones y un camisón.
Se le había hecho difícil traer todo eso aquí y buscar donde esconderlo pero su hermanita casi le había arrancado las orejas para que lo hiciera.
Laonis tomó la ropa en silencio y se fue a detrás de unos arbustos para cambiarse. Con el pasar de las prácticas se había dado cuenta de que las faldas estorbaban bastante a la hora de la lucha.
La primera vez que se calzó los pantalones se sintió extraña y a su vez, más liviana. La inmensa tela de las faldas las hacia pesadas y estorbosas y dificultaba algunos movimientos.
John también le había traído un gorro que le ayudaba a que la luz No lastimase sus ojos. Así que Laonis se quejaba por parecer un gnomo. Era muy bajita y con el gorro, que a veces le caía sobre los ojos, se sentía ridícula. Pero hoy no lo necesitaría.
Esta era la única oportunidad que tenía de ser libre y salir de su encierro. Le había costado mucho trabajo convencer a su hermano y se felicitaba así misma por haberlo logrado.
Cada día que pasa en su habitación, anhelaba sentir el viento en su cara y entre sus cabellos, sentir la hierba fresca bajo sus pies y escuchar el suave arrullo del arroyo.
John también disfrutaba de esos paseos pero siempre estaba alerta. Su padre era muy estricto con el y siempre le recalcaba que la disciplina debía estar fuertemente marcada en cada hombre.
Para su padre, una persona disciplinada era una persona obediente y si no era así, un fuerte castigo remendaría todo.