Gylen Castle estuvo en revolución por algunos días.
El toro problemático fue asesinado con flechas por Ron. Después, los mismos guerreros lo despedazaron. Por culpa de esa bestia su señora, su doncella y varios guerreros estaban heridos.
Mary había recibido un fuerte golpe pero no pasó a mayores. Algunos guerreros sufrieron fracturas y magulladuras pero se recuperarían. El más afectado fue Gary, un mozo que sufrió una de las cornadas del toro en su pierna. Pero después de las atenciones inmediata de Dory y el subsecuente cuidado de Clarissa, el hombre parecía recuperarse con satisfacción.
Alexander rugía como fiera en su alcoba. Sus padres habían vuelto a Gylen Castle después de que se les avisará de la noticia. Laonis no había despertado. Habían logrado quitarle la estaca de madera de las costillas pero había cogido una leve infección que la mantenía inconsciente y con fiebre.
Ni Lioslaith ni Clarissa ni Dory ni Alexander se apartaban de ella. Se turnaban para descansar y Blake casi arrastraba a su hijo lejos de la habitación para que lo hiciera. Ya era la segunda vez que se encontraban ahí por el mismo asunto.
Se preguntaba si algún día los visitaría sin que hubiera alguien herido o que su nuera no estuviera postrada en una cama a riesgo de morir.
Los Campbell hicieron su aparición al segundo día. John se había encargado de informarles la situación y ya estaban enterados del incidente anterior, así que estaban muy consternados con los hechos.
-¿Que pasa en este clan?-rugió el Laird Campbell.-¿No pueden mantener a salvo a mi hija?
-¡Campbell!-respondió Blake-¡No voy a permitir que ofendas a mi clan o a mi hijo en mi presencia!.-lo advirtió.
-Macdougall-contestó el otro sin amilanarse- ¡Mi hija casi ha muerto dos veces! Espero que San Fergus le permita vivir esta vez, por qué si no...
-¿Por que si no que?!-bramó Blake poniéndose en pie de un brinco.
El Laird John no se amedrentó y lo enfrentó. Los guerreros de ambos clanes no dudaron en apoyar a su respectivo señor y el sonido del acero que desenvainaron retumbó en el salón principal.
Dory e Hilda que observaban todo desde la puerta de la cocina, temblaron asustadas. ¿Sería posible que presenciarían una guerra de clanes en el interior del castillo?
Alexander y John se apresuraron a tranquilizar a sus padres. No era prudente una lucha por ahora. John estaba tan preocupado y enfurecido como su padre lo estaba pero no estaba de acuerdo con la actitud que aquél había tomado.
Alexander por su parte, puso una mano encima de su padre e intentó alejarlo del otro Laird. No sé sentía con ánimos de presenciar una batalla sangrienta en su propio castillo.
-¡Ya dejen de portarse como bárbaros!-exclamó la voz de Lioslaith. Estaba enfurecida y echaba fuego por los ojos. Bajó las escaleras hasta llegar al salón. Había estado atendiendo a su nuera cuando escuchó el ruido que los hombres hacían. -No es ni el lugar ni el momento. Además,-añadió mirando al padre de Laonis-lo de mi nuera fue un terrible accidente.
-Según mis informes , no lo fue.-contestó John Padre, molesto.-Alguien abrió los pestillos del corral. No estaban destrozados por ese toro.
Lioslaith miró a su esposo e hijo y estos asintieron confirmando las palabras del Highlander.
-Nadie aquí querría matarla.-comentó Alexander con voz cansina. Llevaba días sin dormir y el cansancio ya parecía cobrarle factura. Lioslaith corrió hacia su hijo, preocupada.
Los hombres los observaron en silencio. Ambos Lairds pusieron un gesto incómodo. En sus luchas de poder habían olvidado que el muchacho era esposo de Laonis y que probablemente estaba sufriendo por la agonía de su mujer. Quizás era un matrimonio arreglado pero parecía que ambos se llevaban bastante bien.
Ambos Laird ordenaron a sus hombres guardar el acero y estos obedecieron. Lioslaith se llevó a Alexander escaleras arriba donde lo acomodó en una de las habitaciones para que descansará.
El ambiente se volvió tenso e incómodo en el salón y de inmediato Dory e Hilda se apresuraron a sacar bandejas de comida para calmar un poco las ansias de guerra de aquellos hombres. Quizás con el estómago lleno ya no se sintieran tan furiosos.
Betty, que se había refugiado en las cocinas desde el ataque del toro, debió salir de ahí para atender a aquellos hombres. Se sentía acobardada e intentaba quitar de su cara la culpabilidad. En un arranque de celos y rabia había provocado todo este lío.
No había podido evitar ver la cara de sufrimiento de Alexander. El realmente estaba abatido por su mujer. Le dolía verlo así y la punzada de culpabilidad crecía en su interior al recordarse a sí misma que ella había Sido la causante de todo.
Si alguien se enteraba, seguramente la matarían. Temía que algo tan infame como su acción llegará a oídos de Alex. Probablemente la asesinaría el mismo.
Atendió a los hombres con premura y en cuanto tuvo oportunidad, salió del castillo. Necesitaba un poco de aire fresco para calmar sus pensamientos angustiados. Se retorcía las manos con nerviosismo y echaba ojeadas por encima de su hombro contínuamente para asegurarse de que nadie la siguiera. Esos delirios de persecución la siguieron hasta su cabaña. Sin proponérselo había caminado hacia su destartalada cabaña y sin más, se encerró en ella .
Seguramente, ni Dory ni Hilda la echarían en falta. Estaban demasiado ocupadas con ambos clanes. Echó dos troncos en el hogar y fue cuando notó al hombre sentado en su lecho.
Del susto ni siquiera pudo gritar. El hombre la veía con curiosidad.
-No te haré daño. No grites.-le espetó con fastidio.-Me estaba preguntando cuándo llegarías cuando apareciste. Llevó aquí mucho rato y tengo hambre.
Betty lo miro sin saber que decir. El hombre le regreso la mirada y después puso los ojos en blanco.
-Deja de temblar. Ya te dije que no te haré daño.