Faltaban pocos días para el Día de Brujas, y al igual que los años anteriores, Morgana regresaba al pueblo que la vio nacer para la reunión familiar, una que ocurría justamente cuando todo el mundo se encontraría celebrando Halloween, y aunque los Van Kirk no disfrutaban de aquella noche como el resto de las personas, seguía siendo una celebración muy importante como respetaba por todas las generaciones que han conformado aquella familia.
Observaba los diferentes adornos que a pesar del paso de los años, seguían siendo los mismos: fantasmas de papel colgados en las ventanas, y calabazas talladas con sonrisas torcidas. Todos en el pueblo parecían estar contentos con la festividad, quizas se debía a que desconocían la verdadera naturaleza de aquel día, uno donde los muertos volarán desde las tumbas, los vampiros, lobos y otras criaturas estarían acompañándolos dejando a un lado el miedo de ser descubiertos.
Antes de llegar a la casa familiar, hizo una parada en la pastelería amaba las donas que hacían en dicho lugar, por lo que al llegar y antes de irse, siempre se hacía con una caja de doce unidades, podría decirse que era su comida favorita o su más bien un placer prohibido, tras convertirse en una modelo profesional, le habían “prohibido” ciertas cosas y entre ellas, estaba el exceso de comida pasteles o comidas con mucha azúcar. La campanilla sobre la puerta sonó, anunciando su entrenada y justo al terminar de cruzar, se detuvo un momento para disfrutar del olor de aquel local, un aroma entre naranja y canela, diversos tonos dulces que le hacían agua la boca.
—¡Morgana! —Le saludo Marcos, el encargado y dueño de la tienda tras salir al mostrador — siempre te apareces para Halloween, voy a comenzar a creer que eres una bruja —mantenía una sonrisa amigable mientras hablaba. La pelirroja sonrió ante aquel comentario, conocía a Marco desde la escuela y estaba acostumbrada ya a sus bromas, pero lo que desconocía el pastelero es que había algo de verdad en sus palabras, algo que Morgana no estaba en condiciones de confesar.
—Si lo fuera, te lanzaría un hechizo para que hicieras donas el doble de grandes —respondió, guiñándole un ojo. Sus ojos azules se enfocaron en la vitrina del mostrador, apreciando los diversos dulces enfocados en la época, en especial las donas que contaban con dibujos o figuras relacionadas como fantasmas, telarañas, y unas galletas que parecían ojos. No tuvo que pedir algo, Marco ya sabía muy bien el gusto de Morgana, comenzaría a llenar la caja con sus favoritas: glaseadas, rellenas de crema y una especial con toques de canela que solo hacia esa semana del año.
—Aquí tienes —Le paso la caja, y recibía el billete por parte de la chica — este año tenemos muchos turistas, es un poco inusual —agrego mientras se apoyaba del mostrador, y fijaba su en el ventanal, apreciando a las diversas personas que iban pasando.
—Supongo que es solo la emoción de la fiesta, y la experiencia de celebrarlo en un pueblo a mitad de la nada —dijo sabiendo las historias que solían rondar de boca en boca, viejos pueblos encantados, que destacaban por aquella extraña sensación de magia, encanto o nostalgia, era algo difícil de explicar pero siempre empezaban asi.
La campanilla volvió a sonar en el instante que salió del local, y Morgana se detuvo un momento para corresponder los saludos de algunos vecinos, era algo difícil pasar desapercibida en aquel lugar, no precisamente por su profesión, sino que su familia era muy influyente en el pueblo, ya sea por sus donaciones a la caridad, negocios y diversas contribuciones a lo largo de la historia, tanto era esta influencia que su tío Jeffrey Van Kirk, era el actual Alcalde. Una vez en el coche, abrió la caja para tomar una de las donas, y tomar rumbo a la vieja mansión de los Van Kirk en la colina. Cada kilómetro recorrido parecía llevarla más lejos del mundo cotidiano y más cerca del oscuro corazón de su herencia.
—Bienvenida a casa —murmuró cuando pudo apreciar la mansión frente a ella.