Isabela había aprendido a navegar en las profundidades de los negocios turbios con una facilidad escalofriante. A medida que ascendía, también crecía el círculo de personas peligrosas que comenzaban a verla como una aliada valiosa. Su presencia era requerida en eventos exclusivos donde se cerraban tratos y se sellaban pactos en susurros. Pero aunque estaba rodeada de "aliados", Isabela no tenía amigos. Cada relación era un intercambio de beneficios, y nunca dejaba de recordar que, en este juego, todos estaban dispuestos a traicionar si el precio era el adecuado.
Una noche, Isabela fue invitada a una reunión privada organizada por Leonardo Varela en una mansión apartada de la ciudad. La invitación era tan exclusiva que solo unos pocos empresarios y figuras del bajo mundo habían sido convocados. Al llegar, la opulencia de la mansión y las medidas de seguridad le dejaron claro que este no era un evento cualquiera. Esa noche, su intuición le decía que algo cambiaría para siempre.
La reunión se llevó a cabo en un salón decorado con lujosos tapices, donde las conversaciones parecían más un juego de estrategia que una simple charla. Isabela se movía con elegancia entre los invitados, escuchando, observando, midiendo cada palabra y cada gesto. Pronto, Leonardo la llamó a su lado junto a un hombre alto y de aspecto afilado, de cabellos oscuros y mirada penetrante.
Leonardo: (Sonriente) Isabela, quiero presentarte a un viejo amigo. Este es Mateo Silva, uno de los inversionistas más importantes en nuestros proyectos de exportación.
Mateo extendió la mano y, por un instante, sus ojos se encontraron con los de Isabela. Había en su mirada algo frío y calculador, un brillo que reflejaba una mente igual de ambiciosa que la de ella.
Mateo: Es un placer finalmente conocerte, Isabela. He oído mucho sobre ti.
Isabela: (Con una sonrisa cautelosa) Espero que sean cosas buenas.
Mateo: Oh, lo son. Leonardo me ha contado de tu capacidad para resolver problemas... y tu falta de escrúpulos.
Isabela sintió un pequeño estremecimiento ante las palabras de Mateo. Ese comentario, más que una simple observación, parecía una prueba, una invitación a demostrar que, efectivamente, estaba dispuesta a cualquier cosa.
La noche avanzó, y finalmente, Leonardo, Mateo e Isabela se retiraron a una sala privada. Allí, en una mesa de caoba, Leonardo desplegó unos documentos y miró a Isabela con seriedad.
Leonardo: Isabela, tenemos un nuevo proyecto. Uno grande. Involucra mucho dinero y, por supuesto, mucho riesgo. Pero necesitamos a alguien que pueda manejarlo sin dudar, alguien que no se amedrente. Alguien como tú.
Isabela observó los documentos con interés, pero con una calma que había perfeccionado con los años. Sabía que, en estos negocios, la desesperación era una debilidad que los demás podían oler como depredadores.
Isabela: ¿De qué se trata exactamente?
Mateo se inclinó hacia ella, su voz baja y grave.
Mateo: Estamos hablando de una cadena de exportación y distribución... pero no precisamente de productos convencionales. Es un negocio que requiere discreción absoluta y la capacidad de lidiar con autoridades... y competidores.
Isabela captó el mensaje de inmediato. No era la primera vez que escuchaba hablar de contrabando de productos prohibidos, pero este era el primer proyecto de esa magnitud al que la invitaban. Por dentro, sintió una mezcla de emoción y precaución. Sabía que aceptar implicaba cruzar una línea de la que no habría retorno, pero la posibilidad de manejar algo tan grande era tentadora. Los riesgos eran altos, pero las recompensas también lo eran.
Isabela: (Mirándolos con calma) Suena interesante. Pero quiero el 15% de los ingresos totales y acceso a los movimientos financieros.
Leonardo arqueó una ceja, impresionado. Mateo sonrió, como si esperara esa respuesta.
Mateo: Directa al grano. Me gusta. Pero, para ganarte tu porcentaje, necesitamos asegurarnos de que puedas manejarlo. Esto no es como tus tratos anteriores, Isabela. Aquí te enfrentarás a personas que no dudarán en actuar si sienten que los pones en riesgo.
Isabela: (Desafiante) No soy nueva en esto, Mateo. Sé lo que implica y estoy más que preparada.
Leonardo asintió, complacido.
Leonardo: Entonces, estamos de acuerdo. Tenemos una operación que lanzaremos en unas semanas, y quiero que tú seas la cara invisible de este proyecto, Isabela. Te voy a poner en contacto con nuestros contactos en el puerto y el área de transporte. Ahí es donde necesitarás tomar decisiones rápidas y sin vacilar.
Isabela aceptó el reto sin parpadear. Sabía que este era el paso final hacia el poder absoluto que tanto ansiaba, y nada ni nadie la detendría. Desde esa noche, su vida se tornó un entramado de contactos, dinero y decisiones arriesgadas. Cada llamada, cada reunión, cada trato sellado la acercaba más a la cima, pero también la sumergía en una oscuridad de la que ya no veía salida.
Los meses siguientes fueron de trabajo constante. Isabela manejaba la cadena de distribución con una precisión calculada, ganándose el respeto de sus "socios" y la lealtad de aquellos que temían sus decisiones. Su nombre comenzaba a escucharse en los círculos más oscuros del mercado negro, y su reputación como una mujer implacable y sin piedad la precedía. Con cada movimiento, se convertía en una figura temida y respetada.
Sin embargo, ese éxito tenía un precio. Una noche, mientras revisaba los balances de las operaciones, se encontró recordando la última conversación con su madre, las advertencias que Rosa le había dado sobre vivir una vida llena de ambición y sin amor. Durante unos segundos, sintió una punzada de duda, un eco lejano de la vida que alguna vez soñó tener, una vida sencilla y honesta.
Pero desechó ese pensamiento de inmediato. Sabía que, en este mundo, la compasión era una debilidad que nadie podía permitirse. Para ella, el poder y el control eran lo único que importaban. Cualquier rastro de debilidad era una amenaza a su imperio en ascenso, y no permitiría que ni un solo sentimiento empañara su camino.