Un mes después del incidente en el puerto, Isabela estaba más fuerte que nunca. Su reputación como la Reina de las Sombras había alcanzado niveles que hasta ella misma encontraba sorprendentes. Había escuchado rumores de respeto y miedo en la voz de aquellos que, sin saberlo, trabajaban bajo su mando. Pero la tranquilidad que había recuperado era temporal, una calma tensa que auguraba el próximo desafío.
Una tarde, recibió una invitación inesperada. Era de un hombre llamado Emiliano Figueroa, uno de los empresarios más influyentes en la región. Conocido por su carisma y apariencia elegante, Emiliano no era un extraño para Isabela, aunque nunca habían cruzado caminos directamente. Se decía que Figueroa tenía intereses en negocios tan oscuros como los de ella, pero su habilidad para mantener una fachada intachable lo hacía aún más peligroso. Isabela aceptó la reunión con cautela; un hombre como Emiliano no se acercaba a alguien sin motivo.
La reunión tuvo lugar en el ático de un exclusivo hotel de la ciudad, un sitio discreto y aislado de miradas curiosas. Cuando Isabela llegó, Emiliano ya estaba allí, esperándola junto a una mesa donde dos copas de vino tinto estaban servidas.
Emiliano: (Sonriendo mientras se levanta para recibirla) Isabela Reyes. Finalmente nos conocemos en persona.
Isabela: (Sin perder su expresión controlada) Emiliano Figueroa. He oído hablar mucho de usted. Supongo que lo mismo puede decir de mí.
Emiliano sonrió suavemente, su mirada reflejó una mezcla de admiración y astucia. Ambos tomaron asiento, observándose como dos rivales que se evaluaban mutuamente antes de dar el primer movimiento en una partida de ajedrez.
Emiliano: Sin duda, tu nombre ha crecido mucho en poco tiempo. Y déjame decirte que has impresionado a más de uno en el círculo. No es fácil ganar respeto en este mundo, pero tú... tú lo has logrado.
Isabela mantuvo su mirada firme, sin responder al halago. No estaba allí para recibir cumplidos, sino para entender qué buscaba Emiliano.
Isabela: Aprecio sus palabras, Emiliano, pero sé que no me ha llamado solo para felicitarme. ¿De qué se trata?
Emiliano asintió, comprendiendo que Isabela no estaba interesada en rodeos. Bebió un sorbo de vino antes de hablar, sus ojos fijos en ella.
Emiliano: Tengo una propuesta que creo que te interesará. Sé que tienes influencia en varios puertos y en la distribución de ciertos... productos especiales. Yo, en cambio, tengo algo que podría potenciar tu operación. Pero necesito a alguien con tu visión y... tu capacidad de decisión.
Isabela levantó una ceja, intrigada. Emiliano era un hombre de muchos recursos, alguien que no solía compartir el control de sus negocios. Si la buscaba a ella, significaba que lo que estaba ofreciendo era más que una simple colaboración.
Isabela: ¿De qué clase de producto estamos hablando?
Emiliano bajó la voz, acercándose un poco hacia ella.
Emiliano: Armas. Tecnología de última generación. Algo que está fuera del alcance de la mayoría, pero no para mí. Si tú pones la red, yo pondré la mercancía. Juntos podríamos crear algo grande, algo que nadie en esta ciudad pueda desafiar.
Las palabras de Emiliano resonaron en la mente de Isabela como una propuesta demasiado buena para rechazar. Armas significaban más poder, un recurso que todos temían y respetaban. Podría consolidar su dominio y multiplicar sus ingresos en poco tiempo. Pero también implicaba riesgos mayores y llamar la atención de enemigos aún más peligrosos.
Isabela: (Pensativa) Es una oferta interesante, Emiliano. Pero ¿por qué precisamente yo? Sabes que esto no es algo que pueda manejar cualquiera.
Emiliano: Precisamente por eso. Eres implacable, no tienes miedo a ensuciarte las manos, y eres inteligente. Contigo, sé que no habría fallas.
Isabela sabía que Emiliano estaba apelando a su orgullo y ambición, pero también era consciente de que esa oferta venía con condiciones implícitas. Aceptar significaba que sus operaciones tendrían una nueva dependencia, y cualquier debilidad podría ser explotada en su contra.
Isabela: (Con una sonrisa controlada) Emiliano, me halaga que me considere para algo así. Pero tengo mis propios términos. Si vamos a hacer esto, quiero el 40% de las ganancias, y un control compartido sobre la red de distribución. No pienso arriesgarme a quedar fuera de juego.
Emiliano la miró, impresionado. La mayoría de las personas habrían aceptado cualquier porcentaje, pero Isabela estaba en una posición que le permitía negociar. Eso lo divertía, porque le confirmaba que estaba frente a una igual, alguien que no se dejaba intimidar.
Emiliano: (Sonriendo) Me gusta tu estilo, Isabela. Muy bien, acepto tus términos. Pero si fallamos, ambos estaremos en peligro. Debemos ser discretos y actuar con precisión.
Isabela asintió, consciente de lo que significaba aquel pacto. Estrechó la mano de Emiliano, sellando el trato con la misma frialdad y determinación que la caracterizaban. Había asumido otro riesgo, uno más grande que todos los anteriores, pero el precio de la ambición siempre era alto. Ahora, el siguiente paso era organizar la logística y asegurarse de que todo fluyera sin interrupciones.
Durante los días siguientes, Isabela se sumergió en los preparativos. Nuevos contactos, rutas de transporte y medidas de seguridad ocupaban cada minuto de su tiempo. La operación estaba en marcha, y la sensación de poder que sentía al tener el control de un proyecto de tal magnitud era embriagadora. Ahora no solo era la Reina de las Sombras; estaba en camino de convertirse en una figura legendaria, alguien que no podía ser derrocada.
Sin embargo, en su mente comenzaba a formarse una sombra de duda. Las armas eran un negocio delicado, uno que ponía su vida y su libertad en riesgo de una forma que nunca había experimentado. Sabía que los enemigos aparecerían, y con cada paso que daba, sentía que se adentraba más en un terreno del que quizás no habría vuelta atrás.