Héctor se enteró que Isabela tenía problemas y reapareció en su vida sin previo aviso, como un viento que entra por la ventana y desordena todo a su paso. Al verlo, Isabela sintió que el tiempo se detenía, como si en un instante su vida hubiese cambiado de rumbo. Desde su reencuentro, él no tardó en notar las sombras que la rodeaban, los silencios incómodos y las miradas cautelosas de quienes trabajaban para ella. Isabela trataba de ocultarle lo que pasaba, no quería que su hermano supiera de sus negocios ilícitos, cada vez que Héctor preguntaba queriendo saber con claridad lo que ocurría, ella lo evadía o le mentía. Después de unos días, Héctor no pudo contenerse más y decidió confrontarla. El eco de la ambición de su hermana y los rumores sobre sus negocios turbios lo tenían profundamente preocupado. Esa noche, fue a verla en su casa, dispuesto a hablar.
Héctor: (Con voz seria) Isabela, no puedo seguir ignorando lo que está pasando. He escuchado cosas... cosas que me cuesta creer. ¿Qué está pasando contigo?
Isabela: (Evitando su mirada, tratando de mantener la calma) No es asunto tuyo, Héctor. Lo que hago con mi vida es decisión mía.
Héctor: (Con determinación) No cuando estás lastimando a personas, Isabela. ¡Esto no es lo que mamá y papá nos enseñaron! ¿Acaso olvidaste quién eres? Tú no eras así.
Isabela sintió el peso de sus palabras. Durante un instante, el reflejo de la joven que había sido, la hermana cariñosa y compasiva que alguna vez conoció se asomó en sus recuerdos. Héctor era su debilidad, su única conexión real, y sus palabras despertaban algo en ella que había suprimido hacía mucho.
Isabela: (Intentando mantenerse firme) Héctor, no entiendes. La vida no es tan simple. Estos negocios son... necesarios. Sin ellos, no tendría nada.
Héctor: (Con tristeza) ¿Y a qué costo, Isabela? Estás sacrificando todo. ¿Es que ya no te queda nada de humanidad? Lo peor es que sé que, en el fondo, tú sabes que esto está mal.
Las palabras de Héctor la desarmaron. Durante un momento, sintió que todo su mundo de ambición y poder era frágil, como un castillo de cartas a punto de derrumbarse. Él era la única persona que la miraba sin temor, que le hablaba con honestidad, recordándole que aún podía ser alguien mejor. Un asomo de humanidad surgió en ella, una vulnerabilidad que no había permitido que nadie más viera. Pero ese instante de duda fue fugaz. Isabela sabía que no podía permitirse flaquear. Si quería conservar su imperio y mantenerse como la figura implacable que había construido, tendría que proteger sus intereses a toda costa, incluso de Héctor. No podía darse el lujo de dejar que él se convirtiera en una debilidad. Esa misma noche, mientras Héctor se marchaba, Isabela se quedó en su despacho, inmóvil, sintiendo un conflicto desgarrador entre el amor por su hermano y la ambición que había forjado en su vida. Sabía que Héctor no dejaría de intentar detenerla, de insistir en que recuperara lo que quedaba de su humanidad. Y también sabía que no podía permitir que él interfiriera en sus negocios. Finalmente, tomó una decisión que la marcaría para siempre. Llamó a sus hombres de confianza y ordenó que alejaran a Héctor de la ciudad, bajo el pretexto de protegerlo de "enemigos" que podrían ir tras él debido a su relación familiar con ella. Para Isabela, esta decisión era la única forma de mantenerlo a salvo, de que no lo involucraran con ella y de que él no siguiera investigando qué ocurría en su vida. Sabía que, si permanecía cerca, tarde o temprano se convertiría en un obstáculo más en su imperio. Mientras colgaba el teléfono, una mezcla de tristeza y alivio se apoderó de ella. Sabía que esta era la mejor decisión, pero al mismo tiempo, era el precio de su propia humanidad. La última persona que la conectaba con una versión más pura de sí misma, la única persona que realmente la amaba, ahora estaría lejos, fuera de su vida.
Al amanecer, cuando Isabela se miró en el espejo, vio en su reflejo la figura de una mujer endurecida, decidida, y sola. Su decisión la había cambiado para siempre; el costo de su ambición ahora era claro, y con él venía un vacío que ningún negocio o acuerdo podría llenar. Sabía que, a partir de ahora, no habría vuelta atrás.