Isabela caminaba sola por los pasillos vacíos de su pent-house, escuchando el eco de sus propios pasos en la fría soledad. El peso de su poder, que alguna vez la llenó de orgullo, ahora se sentía como una cadena. Cada rincón de la casa le recordaba que estaba sola, que había alejado a la única persona que realmente la había amado sin condiciones. Su hermano Héctor, la única persona por la que había sentido algo real desde que perdió a sus padres, estaba fuera de su vida, y cada día sin él era un recordatorio de lo que había perdido en su ambición desmedida. Intentaba convencerse de que todo esto era necesario, que el sacrificio de sus relaciones personales y su humanidad era el precio del éxito. Pero en esos momentos de silencio, las dudas la acosaban. ¿Había valido la pena? ¿Realmente estaba dispuesta a soportar esta soledad a cambio de un imperio de negocios turbios y traiciones? La respuesta era cada vez menos clara.
Una mañana, mientras revisaba unos documentos en su oficina, una llamada urgente interrumpió sus pensamientos.
Guardaespaldas: (Con nerviosismo) Señora, hay problemas. Emiliano fue capturado por la policía anoche. Parece que le ofrecieron un trato para reducir su condena... y es posible que esté dispuesto a cooperar.
El estómago de Isabela se hundió. Emiliano, su socio y pieza clave en el negocio, había sido atrapado. Sabía lo que eso significaba: tarde o temprano, él los entregaría a todos para salvarse. Por primera vez, el peso de sus decisiones se le vino encima como una avalancha; el riesgo, que siempre había manejado con frialdad, ahora parecía insuperable.
Isabela: (Con una calma tensa) Quiero un informe de la situación.
Al colgar la llamada, Isabela sintió que el suelo se tambaleaba bajo sus pies. Durante años, había creído tener todo bajo control, con cada movimiento planeado meticulosamente. Pero ahora, el peligro se hacía cada vez más real. La captura de Emiliano era solo el principio de una caída que podría destruirlo todo.
Dos días después, en medio de la tormenta, ocurrió algo que nunca imaginó. Uno de sus contactos la llamó para informarle que la policía quería entrevistarla como parte de la investigación sobre Emiliano, y el oficial a cargo de la entrevista era alguien que ella jamás pensó volver a ver: Sebastián, su amor de adolescencia. La última vez que lo había visto, ambos soñaban con una vida diferente, llena de promesas y esperanzas. Pero ahora, el destino los cruzaba en bandos opuestos.
Cuando Sebastián entró a su oficina, Isabela sintió un nudo en el estómago. Él estaba igual que siempre, con esa mezcla de determinación y bondad en sus ojos, aunque ahora más maduro, con la seriedad que su rol exigía. Sebastián no sabía que ella estaba involucrada en los negocios de Emiliano, solo tenía una sospecha, una intuición que lo había llevado a incluirla en la lista de posibles contactos de Emiliano.
Sebastián: (Con una sonrisa amigable pero profesional) Hola, Isabela. Ha pasado mucho tiempo.
Isabela: (Intentando mantener la compostura) Sí, Sebastián, mucho tiempo. ¿En qué puedo ayudarte?
Sebastián la miró con detenimiento, quizás intentando ver más allá de la mujer que tenía delante, buscando algún rastro de la joven que alguna vez amó. Para él, esto era una mera formalidad, pero quería asegurarse de que Isabela no tuviera ningún vínculo con las actividades de Emiliano.
Sebastián: Necesito hacerte unas preguntas sobre Emiliano Figueroa y tu relación de negocios con él. No es nada personal, pero... ya sabes cómo es esto.
Isabela sintió cómo su corazón se aceleraba. Estaba frente a un abismo, uno del que podría no salir. Cualquier palabra en falso, cualquier movimiento en falso, podría delatarla. Forzó una sonrisa, haciendo un esfuerzo por parecer tranquila.
Isabela: Claro, entiendo. Pero... Emiliano y yo solo hemos coincidido en algunos eventos empresariales, nada más.
Sebastián la miró con cierta incredulidad, quizás porque intuía que había algo más, o quizás porque le resultaba difícil imaginar que Isabela, su Isabela, estuviera involucrada en algo turbio.
La entrevista continuó, pero en cada respuesta, Isabela sentía que caminaba por una cuerda floja, tratando de mantener el equilibrio mientras el suelo se tambaleaba bajo sus pies. Cuando Sebastián se despidió, le dedicó una última mirada, una mezcla de nostalgia y cautela.
Sebastián: Cuídate, Isabela. Ten cuidado con las personas con las que te asocias.
Ella asintió, sin poder responder. Mientras lo veía alejarse, el peso de la soledad y el peligro se hizo insoportable. Ya no tenía a Héctor para apoyarla, Emiliano estaba a punto de traicionarla, y ahora su antiguo amor la miraba con desconfianza.
Esa noche, Isabela volvió a su hogar, con un vacío en el pecho creciendo hasta volverse insoportable. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que no tenía salida. Isabela se encontraba sola en su lujoso pero desolado despacho. Las paredes de mármol, el ventanal que dominaba la ciudad, y los cuadros costosos que decoraban el espacio ya no le provocaban la misma satisfacción que antes. Había alcanzado el poder, la riqueza, y la influencia que tanto había buscado, pero el vacío en su pecho crecía día a día, una sombra que ni todo el dinero del mundo podría llenar.
Se dirigió al baño y se miró en el espejo. Por un momento, no reconoció el rostro que tenía frente a ella. Su mirada era fría, los ojos vacíos, el brillo que alguna vez la caracterizó había desaparecido. Su piel, cuidada y perfecta, solo parecía un reflejo hueco de quien alguna vez fue. Se pasó la mano por el rostro, tratando de ver algo familiar en ese reflejo, algo que le recordara a la joven que había sido, una joven llena de sueños y esperanza. Pero esa imagen ya no estaba. Lo único que veía era la dureza que había acumulado a lo largo de los años, la frialdad que había adoptado para protegerse de los sentimientos y las debilidades que, creía, solo estorbaban en su vida.