La reina de las sombras

Ecos del pasado

La figura de Sebastián, tan firme y genuina, había dejado a Isabela más inquieta de lo que ella misma podía admitir. La mirada honesta de su exnovio no solo la había puesto en una situación peligrosa, sino que le había recordado todo lo que alguna vez fue. Esa bondad que él aún veía en ella se sentía como un espejismo en medio de la oscuridad en la que se había sumergido. Esa noche, mientras las luces de la ciudad parpadeaban a lo lejos, Isabela tomó una decisión que llevaba tiempo postergando. Marcó el número de su hermano Héctor, temerosa de que él ya no atendiera sus llamadas. Pero, para su sorpresa, Héctor contestó después de unos pocos tonos, y el sonido de su voz, aunque frío y cauteloso, fue como un ancla que la sujetó a algo real, algo auténtico.

Isabela: (Con voz temblorosa) Héctor, sé que probablemente esta es la última llamada que esperabas recibir de mí. No sabes cuánto lamento todo lo que te hice pasar... alejarte así. No tienes idea del vacío que dejaste en mi vida.

Héctor: (Con una mezcla de tristeza y desaprobación) ¿Qué esperas que te diga, Isabela? Cuando te vi por última vez, sentí que estaba hablando con una desconocida... una persona a la que no podía reconocer.

Isabela: (Con lágrimas en los ojos) Tienes razón. Me he convertido en alguien que no debería ser, alguien que nuestros padres jamás habrían aprobado. No tienes idea de cuánto me pesa todo lo que he hecho.

Héctor: (Pausa larga, antes de responder) Si realmente sientes eso, entonces deberías detenerte. Hay tiempo, Isabela. Siempre hay tiempo para cambiar. Pero tienes que estar dispuesta a renunciar a todo por lo que luchaste... y a enfrentarte a las consecuencias.

La llamada terminó, y aunque Héctor no le había dado el perdón que ella anhelaba, había una pequeña semilla de esperanza en su voz, una posibilidad de redención, Isabela sintió que quizá había una salida... una oportunidad para restaurar lo poco que quedaba de su vida pasada.

Al día siguiente, Isabela se dirigió al cementerio, hacia el lugar donde descansaban sus padres. Con cada paso que daba hacia las tumbas, sentía que el peso de sus acciones se hacía más insoportable, como si todos los errores y las traiciones le cayeran encima de una vez. Frente a las lápidas, el silencio la envolvió, dándole espacio para enfrentar todos esos sentimientos que había ocultado. Arrodillada, dejó que las lágrimas corrieran libres, como si sus padres pudieran verla, como si el dolor de perderse a sí misma fuera ahora el único castigo.

Isabela: (Sollozando) Mamá, papá... ¿qué he hecho? ¿Cómo llegué tan lejos de lo que ustedes querían para mí?

Durante años, había construido muros a su alrededor para no sentir, para no cuestionarse; pero ahí, en ese lugar sagrado, se permitió quebrarse, enfrentar la vida que había destrozado por su ambición. Sus padres le habían dado una vida llena de amor y valores, y ella había convertido todo eso en un recuerdo distante. Frente a las tumbas, susurró una promesa que ni siquiera sabía si podría cumplir.

Isabela: (Con voz rota) Voy a intentar cambiar, aunque no sé si aún pueda. Pero por primera vez... por primera vez siento que quiero dejar de huir de lo que soy.

El viento susurraba entre los árboles del cementerio, como una voz lejana que la reconfortaba en su desesperanza. Isabela cerró los ojos, tratando de retener ese último lazo de calidez que sus padres le ofrecían desde el silencio. Aunque no sabía cómo, algo en su corazón le decía que era el inicio de un camino diferente.




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