La reina de las sombras

La caída de la reina

Isabela tenía una lucha interna por cambiar y ser la mujer que sus padres habrían querido que fuera o no dejarse derrumbar por esta situación y controlar sus emociones. Por momentos había un atisbo de bondad en ella pero inmediatamente volvía a poner por sobre todas las cosas su hambre de control y poder. Sabía que su imperio estaba en peligro, pero no estaba dispuesta a abandonarlo sin luchar. La situación era delicada: algunos de sus negocios habían sido intervenidos, y había rumores de una investigación policial en su contra, encabezada por su antiguo amor de juventud, ahora un oficial de alto rango, Sebastián.

Isabela convocó a sus socios más cercanos para una reunión urgente. La cita era en una mansión apartada de la ciudad, un lugar discreto donde esperaba asegurar el apoyo de sus aliados y tomar las decisiones necesarias para proteger su imperio. Al llegar, la sala estaba cargada de tensión. Los rostros de sus asociados reflejaban tanto la ansiedad como la desconfianza. Sabían que el negocio estaba en problemas, pero confiaban en el ingenio de Isabela para encontrar una salida.

Isabela: (Con voz firme y controlada) Señores, estamos atravesando una crisis, y lo único que debemos hacer es mantenernos unidos. Nadie tiene que hablar, nadie debe caer. Tengo contactos que nos ayudarán a manejar la situación, y pronto esto solo será un mal recuerdo.

Mientras hablaba, uno de sus socios, Ricardo, se acomodó nerviosamente en su asiento. Isabela notó su incomodidad, pero lo atribuyó a la presión del momento. Sin embargo, lo que ella no sabía era que Ricardo ya había hecho un trato con la policía para evitar su propia captura. Esa noche, había llegado a la reunión llevando un micrófono oculto, transmitiendo en vivo cada palabra que Isabela decía.

Isabela: (Con dureza) Así que escúchenme bien: no voy a permitir que nadie derrumbe lo que he construido. Si alguno de ustedes considera delatarme, sepan que las consecuencias serán más graves de lo que pueden imaginar.

A medida que hablaba, un frío inquietante se apoderaba de Ricardo. Sabía que en cualquier momento la policía intervendría, pero también temía las represalias de Isabela si las cosas no salían como esperaba. Justo cuando ella estaba a punto de terminar su discurso, la puerta de la sala se abrió abruptamente, y una decena de agentes de policía irrumpió en la mansión, rodeando la mesa. Isabela dio un paso atrás, sorprendida y furiosa. Entre los agentes, reconoció el rostro de su exnovio, el oficial a cargo de la investigación, Sebastián. Con una mezcla de desdén y amargura, se enfrentó a su mirada sin apartar los ojos.

Sebastián: (Con voz firme mientras leía sus derechos) Isabela Reyes, queda detenida por múltiples cargos, incluyendo fraude, lavado de activos, tráfico de armas, desaparición forzada, concierto para delinquir, corrupción, y enriquecimiento ilícito. Todo lo que diga puede ser usado en su contra, tiene derecho a una llamada... cada palabra de Sebastián se iba perdiendo en sus pensamientos, aun así, Isabela se mantuvo en silencio, su rostro imperturbable, pero en su interior sentía una furia contenida. Nunca pensó que uno de sus aliados sería quien la traicionara de esa manera. Al mirar a Ricardo, quien evitaba su mirada, comprendió que había sido él quien la había traicionado. Todo su imperio, construido con años de maniobras y sacrificios, se desplomaba en cuestión de segundos.

Mientras los agentes la esposaban, Isabela se mantuvo altiva, sin dejar ver el menor asomo de debilidad. Sabía que su poder había caído, pero no estaba dispuesta a ceder. Cada paso que daba, escoltada hacia el auto de la policía, era un recordatorio de que, a pesar de haber perdido todo, aún le quedaba su dignidad. Dentro del vehículo, mientras Sebastián ocupaba el asiento del conductor, ambos permanecieron en un silencio tenso. Era un eco del pasado, una ironía cruel que ahora él fuera quien la llevara a prisión. La última decisión de Isabela, salvar su imperio a toda costa, le había costado su libertad. Pero mientras las luces de la ciudad se desvanecían tras ella, solo tenía un pensamiento claro: algún día, de una forma u otra, encontraría la manera de volver.




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