La reina de las tinieblas

Salir del bosque

En un salón oscuro con paredes que conservan su humedad, con baldosines rotos y un piano a remendar, una mujer de oscuras vestiduras toca sus teclas con debilidad.

Una melodía que adormece a sus oyentes.

Esta canción envuelve un castillo abandonado, el cual su naturaleza se veía tan cuidada.

Verde, radiante de vida.

El palacio era iluminado por largos rayos de sol, en una de las tantas habitaciones de esa mansión el príncipe reposaba sobre una cama de lino fino.

Su cabello brillaba, sus labios se movían, sus ojos se abrían con lentitud.

Se acomodó sobre la cama observando un ligero rayo de luz qué se asomaba por la ventana, sus oídos escucharon la dulce canción.

Una melodía para relajar el cuerpo.

Quitó las cobijas, se masajeó el cuello analizando la habitación para salir de ella.

Los pasillos de aquel lugar se encontraban solo, la estructura estaba deteriorada, el techo tenía grietas, al igual que algunas de las paredes.

Los insectos se posaban en el vidrio de la ventana.

Dio dos pasos haciendo sonar las tablas del suelo.

—¿Quién vive aquí? —se preguntó

Lleno de dudas, e intriga camino por los pasillos entablonados buscando la melodía con sus oídos.

Tenía un buen sentido de la escucha, por lo que, en medio de la oscuridad, encontró en una habitación una figura negra.

Sus ojos se abrieron con sorpresa al ver a ese espectro, sus labios temblaron.

El iris gris reflejaba al espíritu que tocaba con pasión, dio dos pasos hacia atrás sin darse cuenta que alguien estaba en sus pies.

El chillido de una criatura gelatinosa alteró al príncipe quien al bajar la cabeza observo una serpiente con cabeza circular, la cual chillaba como un bebé recién nacido.

Todas las ventanas del palacio se cerraron.

La criatura lloró sangre, sus ojos eran de botón, sus labios tenían colmillos, y luego se convirtió en un ser cuyo cuerpo era de peluche de distintas texturas.

—¡Dios! —nombró alzando a la criatura quedando perplejo por los pequeños bracitos que tenía

Cuando los movió lo dejo caer haciendo que, su chillido fuera más fuerte, a tal punto de los quejidos insoportables de todo recién nacido.

No soportó el asco retirándose de la criatura mientras él se seguía moviendo llamándolo con sus diminutos brazos.

—¿Qué le haces? —la voz de una mujer en pena lo alertó

Al girar su rostro sé encontró con una piel pálida, unos labios rosados, unos ojos grises y una mirada envuelta en tristeza.

—¿Quién es usted? —soltó la pregunta en un susurró

—¿Es así como saludan los príncipes de ahora? —ella extendió su mano hacia él.

Al bajar la mirada se encontró con un guante negro.

Él se negó a besarla, a saludarla como debía ser.

—¿Quién es usted? ¿Qué es este lugar?

Ella bajó las manos pegándolas juntas, paso a un lado de él recogiendo a la serpiente qué ahora estaba tan seca como una col.

Ella lo beso en la frente, luego lo arrullo.

—Vete de mí palacio, no eres el tipo de príncipe que merece estar aquí. Si te vas por el Sur encontrarás a tu caballo, si te vas por el Norte, te iras más rápido —explicó

—¿Usted es una bruja?, ¿cómo sabe que soy un príncipe? ¿Cómo sabe que perdí mi caballo?

Ella le devolvió la mirada observándolo de arriba abajo.

—¿Eres ciego o imbécil? Tu ropa es muy fina, además mis cuervos te vieron caer, te trajeron aquí porque tenían miedo que algo te pasara. Ahora vete y sigue mis recomendaciones —la mujer le dio la espalda caminando por los pasillos

El príncipe la siguió por la espalda, disculpándose con cada paso.

—Señorita perdón, ya lo he repetido antes, pero estaba asustado, este lugar tiene leyendas sin fin. No era mi intención ofendería mucho menos lastimar … ese ¿gusano?

La mujer se detuvo en seco fulminándolo con la mirada.

—¿Cómo lo llamaste? —preguntó con un tono de voz fuerte

Él estiró sus manos abriéndola, negando con ellas con una sonrisa nerviosa.

—N-no no era mi intención

—¡Nunca es tu intención! —regaño —ahora, solo quiero que te vayas

El príncipe dobló el ceño, tenía en cuenta eso había sido grosero, mal educado, sobre todo irrespetuoso.

Tantos años de buena postura para nada, ¿acaso era tan insensible como no notarlo? O estaba tan maravillado que estaba tomando mucha confianza.

Sea cual sea su respuesta, solo había una solución a su error.

—Señorita, me iré si así lo desea, pero por favor podría prestarme un mapa

Ella lo observó con superioridad atendiendo a su petición, lo guio hasta la salida donde la luz tocó el primer escalón.




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