La reina de las tinieblas

Flor de invierno

Ese acto de generosidad hizo sonrojar un poco sus mejillas.

Además de la forma como lo dijo.

—Veo que eres muy agradecido —dijo

—Solo es formalidad, es lo menos que puedo hacer por lo que está haciendo por mí, ¿nos vamos? —inquirió

Ella asintió con la cabeza, dejó al príncipe caminar primero, después siguió su paso, conforme se alejaban una rosa negra creció con esplendor; sus pétalos se abrieron y a su alrededor, en sus bellos bordes un color azul brillante se expandió.

Conforme caminaban, mas flores se elevaban, creando un camino, hasta acercarse a su caballo, con ayuda de Spencer subió a él, y con una cálida mirada, regresaron al palacio.

El grosor de las espinas creció tanto, al igual que su filo, que en un momento crítico una de las espinas se enterró en la tierra, mientras su grosor aumentaba, y las rosas que Lizabeth había plantado sin razón empezaron a nacer a su alrededor.

Opacando el camino, y si, sin darse cuenta no dejar ir al príncipe.

***

—Disculpe su majestad, pero por el tiempo que llevo aquí, me temo que aún no se su nombre —Spencer la observó, llamado por aquel lado de su rostro cubierto y una que arruga qué se estaba de su máscara

—Lizabeth I Caldes Robert. Es más largo, pero es mejor acortarlo —contestó

Spencer pronunció su nombre en varias ocasiones por mucho tiempo, Lizabeth, Lizabeth, Lizabeth. Era tan hermoso

Extraño, en realidad por su parte “E” “Elizabeth” .

Aunque, sería un nombre bastante usado por la realeza en los últimos años, el suyo era extrañamente original.

—Spencer, como reina puedo solicitarte algo ahora que viviremos juntos —Lizabeth se relajó en su caballo soltando las riendas del mismo.

—Por supuesto —respondió relajado, con una expresión tan suave que su rostro era similar al de una persona desinteresada, pero a la vez atenta a sus palabras

—Quiero que nos tratemos como amigos, por favor llámame por mi nombre, no quiero “su majestad” no quiero nada de títulos puestos por la corona… solo quiero sentirme bien —sus palabras eran sinceras

Había permanecido en soledad durante tanto tiempo que había olvidado que era estar con alguien.

Alguien de confianza, alguien que no importaba cuántos títulos tuviera siempre te trataría como un amigo y no como su superior.

Una amistad así valía oro, Spencer lo sabía muy bien.

Como príncipe heredero jamás tuvo un amigo verdadero.

—Sí así lo quiere, entonces señorita Lizabeth considere las cordialidades de la corte olvidadas —prometió llevando su mano derecha al pecho al hablar

Ella sonrió con alegría.

Esperaba que lo que dijo se cumpliera como debía ser.

Estaba segura que su convivencia con el príncipe podía ser buena, solo habría que esperar el comportamiento de su alteza real.

Aunque de algo estaba segura la reina, y eso es que jamar lo soltaría

Al llegar al castillo las plantas habían tomado un color más verdoso gracias a su humor, a sus sirvientes.

Lo pequeños duendes al verlos llegar se escondieron entre flores marchitas sintiendo aquella vibra brillante que se desprendió de su reina, era extraña.

Pronto notaron también la cara del príncipe, sobre todo su mano asustándose aún más.

El gordito se apartó de inmediato escondiéndose acerca de las dalias.

Su compañero fue detrás de él.

—¿Qué sucede? —inquirió

—No te das cuenta. ¡el principito tenía su mano vendada con el velo de la reina! —exclamó en voz alta

El pequeño francés cubrió sus labios con ambas manos, el ceño fruncido y observando a los alrededores.

—Escucha bien baboso, tú y yo sabemos ese pacto de sangre, por ende, tenemos dos opciones o el principito nos ayuda a liberar el reino o estamos muertos. Él es nuestra última opción —le dijo el francés

De eso no había duda, el príncipe debía tomar buenas decisiones tanto para el reino, como para el castillo.

Aquella mansión de tétricas paredes negras, ventanas sucias, baldosines dañados y jardín de maravilla, lo llenaron de incertidumbre, como también de un sentimiento que no sabía determinar.

Pensativo y encima de la cama; gusanos de seda con otras especies más junto con la reina sanaban su herida.

Agregaran alcohol a la zona mientras ella le daba ligeras indicaciones.

—Al quedarte aquí te permitiré arreglar el salón principal, los pasillos y tu habitación. Tienes prohibido tocar la cocina, y las demás habitaciones, también la habitación con escaleras de piedra. Si entras abras destruido mi confianza —en ese momento pellizco su piel con la pinza

—¡Auch! —se quejó de inmediato apartando su mano de ella

Lizabeth levantó las manos con miedo, no sabía qué había pellizcado con tanta fuerza.

—Perdón —dobló ofreciendo su mano nuevamente

Él la dejo encima mientras observaba como la reina retiraba espinas de su sangre.

—¿Siempre estuvieron ahí? —tenso el ceño dudoso

—Sí, son pequeñas por eso es normal que no sintieras dolor

Incrédulo dejo que ella siguiera sacando espinas de su mano, observando cada movimiento con atención.

Levantó un poco su rostro sin creer lo que seguía saliendo de su mano, pero imaginando el por qué.

En su momento cuando toco la espina, pudo sentir pequeños dientes en la misma, algo que aumento su dolor, sin embargo, Lizabeth las toco y no se lastimó. Pero él con el primer tacto se cortó de inmediato.

Una herida profunda la cual le dejo secuelas con pequeñas espinas en su sangre, como si ahora sus glóbulos rojos estuvieran transportando espinas en vez de su componente natural.

Ellas mismas se hubieran colado en su sangre.

Además de haber escuchado algo extraño en el muro.

Ese lugar era inesperado, extraño, bello también.

Con criaturas místicas la cuales le habían fascinado, pero ese muro… le decía que algo malo podría pasarle al igual que las pisas de porcelana.

—Listo —dijo la reina al terminar de amarrar el vendaje




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