La reina de las tinieblas

Trabajar para sanar

Después de dos días, Spencer empezó a trabajar en el palacio, decidió llevarse bien con los sirvientes del castillo los cuales eran tan extraños con su reina.

Algunos eran arañas gigantes las cuales cargaban en su cuerpo el cemento qué el príncipe utilizaría para arreglar las paredes, pequeños animales de porcelana con muñecas del mismo material traían los demás utensilios.

Un grupo de seis figuras le alcanzaron una pala.

Él quitaba la pintura con sus manos, la humedad había afectado tanto la infraestructura del lugar que fue fácil retirarla, a tal punto que un trozo de pintura seca cayó encima de las criaturas de porcelana.

—Dios mío

Spencer fue al rescate de estas criaturas levantando lo que les cayó encima.

—¿Están bien? —ayudo a levantar a las criaturas

Ninguna había sufrido Mayor daño, solo estaban sucias.

Algunas hasta estornudaron, la diferencia con estas criaturas es que ellas no hablan, solo sonreían. Sí. O movían su cabeza. No.

Por esto mismo, recibió respuesta inmediata.

Al ver las paredes sin pinturas, noto las enormes grietas que llegaban al techo.

—Por el amor de Dios

Parpadeo un poco al ver como se sostenía la araña negra que en las noches ilumina el castillo.

Tenso el ceño perdiendo el interés en el proyecto; sin embargo, se lo había prometido a la reina.

En una cubeta mezcló cemento con agua haciendo un fluido homogéneo.

Al empezar a tapar las grietas, lo hizo de bajo hacia arriba, subiéndose de puntillas al no poder alcanzar el final de una, y de esa manera seguir con los ojos una curva hasta el techo preguntándose como lograría subir hasta allí.

En ese momento se enfocó en las grietas de abajo mientras Lizabeth lo observaba desde el barandal de su escalera, a las espaldas del príncipe, fue en ese momento cuando los muñecos con ojos de botón jalaron su vestido.

Ella bajó la mirada a su criatura agachándose, y pegando su oído a la comisura de los labios de la criatura.

—¿Debemos llevarle algo de beber? —inquirió

—Sí, llévale un té de sangre de búfalo, con sangre de hada y agrégale frutas —recomendó

«Necesito probarlo»

Se dijo la reina observando al príncipe trabajar, debía probar su fidelidad, además el gusto por la rareza sin igual.

La muñeca de trapo obedeció bajando los escalones de la escalera con pequeños saltos, luego camino como un pingüino hacia la cocina donde le dijo a las ratas cocineras lo que le indicó la reina.

—¡Preparen Sangre Frutal! —exclamó en un gran grito

Ellas obedientes a la petición dejaron lo que estaban haciendo, era de saber por qué la reina no quería a Spencer en la cocina, este lugar era sagrado para las ratas.

De todo el castillo era el más limpio, el más bello, el más organizado del lugar.

Por lo que al escuchar las órdenes de aquella muñeca sabían que era de suma urgencia.

Mientras unos trituraban las hadas en un molinillo extrayendo su jugo, otros estaban empeñados en traer de un cuarto frío la sangre de búfalo.

Las demás picaban las frutas rojas, frambuesas, fresas, cerezas, vallas del bosque y arándonos.

Partieron una gran cantidad de estas frutas porque sabían que la reina le gustaba el tazón de frutas.

A los pocos minutos la bebida estaba lista y la muñeca como fiel camarera le llevo aquel extraño líquido al príncipe, una araña fue la encargada de llevar el tazón de frutas.

Ella subió las paredes por el techo hasta donde estaba su reina, dejando el tazón en sus piernas.

—Permiso su majestad —comentó la araña llevando una de sus patas al pecho

—Sigue

La araña se retiró, haciéndose más pequeña.

—Su alteza —llaman la muñeca al príncipe quien había empezado a sudar hace unos cuantos minutos —para usted

Levantó la bebida bajando un pie, inclinándose con su cabeza baja.

Él tomó la bebida con una sonrisa.

—Muchas gracias —por un momento su sonrisa desapareció, atraído por el color observó a la reina

Ella tragó en seco volviendo al tazón de frutas bajando la mirada, cuando el pego sus labios a la boca del vaso. Lizabeth levantó un poco la mirada.

Spencer sentía un ligero olor a hierro en la bebida, pero era tan chiquita que desconocía lo que era aquella bebida.

Observó a la reina nerviosa, volviendo a ese extraño líquido cerró los ojos bebiendo un sorbo de él.

Al pasar por su garganta, no sabía que estaba bebiendo.

Era dulce, líquido, con un color peculiar a sangre, al igual que el sabor a hierro que sintió al principio con su aroma.

Volvió a beber por curiosidad comiendo las frutas qué se colaban por su boca, no estaba seguro qué estaba bebiendo, tuvo que probar varias veces hasta terminar.




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