—Te educaron bien muchacho —halago la araña
—¿Usted cree? —una sonrisa amable se dibuja en sus labios
La belleza en su rostro iluminó los ojos de la reina quien en el pecho sintió un fuerte golpe.
Trago en seco al sentir las punzadas en su ser, su corazón se contrajo y su nariz empezó a sentir un ligero olor a hierro que la obligó a abandonar la sala.
Se refugió en su cuarto escondiendo las rodillas, en el vestido negro con aquel velo.
El grifo quien era su compañero de vida observó su descontento y a la vez su miedo, su dolor.
Sin mucho que hacer o decir, aquel ser de piedra sin corazón de carne e imposible de demostrar sentimientos se acercó a ella arruinando la madera del piso.
Su incesante sonido atrajo la atención de Lizabeth quién giró su rostro.
Sus ojos plateados demostraban un incesante miedo por saber qué era lo que estaba sucediendo.
El Que No Tenía Emociones, comprendió después de tanto tiempo que era lo que sentía su corazón.
—Temes ser sanada porque sabes que te va a traicionar —confesó
Ella levantó la cabeza con impacto.
—¿De dónde sacaste esa idea tan descabellada?
—De su mirada. Lizabeth he vivido con usted más de un siglo entre estas paredes, la gente abajo la recuerdan por su forma de ser, la leyenda de la Reina de Las Tinieblas aún resuena entre ellos —el grifo con el único movimiento de sus patas delanteras empezó a rascarse uno de sus dedos hasta este cayó —Sanar duele, ¿verdad?
—Haz estado escuchando a las personas otra vez, ¿verdad? —devolvió la pregunta esquivando la demás
—Sí no es por el camino que tú misma creaste hace tantos años, ellos harían quemado el castillo
El grifo sin mucho interés en su reina volvió a arrastrarse hasta su esquina donde se acomodó como vil estatua, antes de poder apagarse le dio unas últimas palabras a su reina.
—Cada vez que te niegues a soltarlo, más dolor sufrirás. Lizabeth te amo, te amo tanto que es el único sentimiento que puedo experimentar. Quiero verte feliz, entonces ayúdate. Destrúyete y ármate otra vez
El último sonido que escucho fue el chasquido de sus dedos, así como tenía el don de crear, también podía deshacer, por lo que aquella piedra se convirtió en polvo.
Cenizas de un muerto que ella amo con todo su ser, antes de enloquecer.
Fue a su estante buscando una botella vacía, encontrándose con una de tamaño peculiar.
Con su mano esquelética movió las cenizas hasta llenar el frasco.
Con una pluma escribo en un papel viejo.
“Tayron”
Él… Antes de volverse loca fue aquel amigo que la escucho en todas sus desgracias, fue el último que transformó.
En una roca porque vivía más, pero dañado su corazón porque no merecía sentir.
No merecía tener emociones como ella.
Él era su versión masculina, a sus ojos un hombre incondicional a quien dañaron antes que ella.
El cual encerró su alma aceptando la piedra por temor, el miedo de ver a un viejo amor dañarse.
En la soledad.
Lizabeth, como reina, se recostó en su cama observando el techo, con las manos en el pecho, lamiendo sus labios ya secos.
El dolor no se había detenido, era leve, pero poderoso.
Estaba segura que la araña había influido en él para que su trabajo fuera aún mejor.
Esa tarde la reina no se presentó en el almuerzo, dejando al príncipe solo en el comedor.
En la noche la historia se repitió.
Spencer pinchaba sus verduras hervidas con el tenedor esperando la presencia de la reina.
Deseaba verla; sin embargo, dudaba, no estaba seguro qué había pasado con ella, si era adecuado ir a verla o estaba ocupada con sus cosas.
Aunque pasó mucho tiempo comiendo en silencio y acompañado, estar solo no era una de sus pasiones más seguras.
Encarecidamente se levantó del asiento con su comida en las manos dirigiéndose a su cuarto, en el camino se encontró con la muñeca que le había dado aquella bebida.
Ella estaba limpiando con una escoba de su tamaño los pisos del pasillo. Al notar la presencia del príncipe caminar con grandeza se inclinó bajando la cabeza.
Spencer se detuvo en frente de ella, se inclinó para observar mejor su rostro de comisuras viejas y desgastadas, acarició su rostro con su dedo llevándolo a su barbilla.
Luego la levantó observó esos hermosos ojos de botón.
—¿Dónde está su majestad la reina? ¿Ella se encuentra bien? —inquirió
La criatura abrió su boca, lo que había en ella era oscuridad.
—Sí, solo está un poco cansada. ¿Desea que le ayude en algo? —devolvió la pregunta
Spencer negó de inmediato, no necesitaba ayuda, ella sí.
Se levantó despidiéndose de la muñeca, al llegar a su cuarto dejó la comida sobre la mesa, desprendiéndose de su voraz apetito.
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Editado: 05.12.2025