Esa noche se le imposibilito conocer a los trillizos, pero pudo oírlos jugar entre los pasillos entre incesantes risas, propias de un infante.
En la mañana, la reina no se presentó en el comedor, y pronto la ausencia se apoderó de la fría mansión…
Las arañas lo ayudaron a esparcir el cemento por el resto de la pared, tenía a varios insectos diminutos bañados de la mezcla, emparejando la superficie hasta el techo.
Después de horas de trabajo, durante el almuerzo, tampoco pudo deleitarse de su presencia, y aunque comprendió la ausencia, aún no se acostumbró a su soledad.
Las ventanas del mismo castillo se nublaron, las ramas de los árboles secos taparon el paso, y de camino al pueblo espinas de hierro brotaron del suelo hasta la entrada, dando una fiel indicación…
Conforme pasaban los días, Spencer perdió total comunicación con la reina, aquella vista de humanidad que aún se conservaba eran los inviertes del castillo, en especial la muñeca de trapo que ahora tenía parte de su cabello lanudo arrancado, y sus brazos con manchas de mugre.
Era la más cercana a la reina, algo así como su dama de compañía. La única con acceso directo a sus aposentos.
En una ocasión, después de un mes de privacidad continua, Spencer acorralo a la muñeca en medio del pasillo, la tomó del cuello levantándola, cubrió su boca llevándola a su habitación donde entre forcejeos la dejo encima de la mesa, al lado de un florero.
—Lamento tomarte de una manera tan vulgar e Irrespetuosa, pero me estoy preocupado por su majestad
—Ella se encuentra bien…
—Pero no la he visto, y eso me duele
La muñeca se paralizó.
—¿Qué le duele? —preguntó impactada.
—No lo sé… —hizo una pausa apartándose de la muñeca —algo me duele, no sabría describirlo porque es como si todo mi cuerpo llevará púas… y al tocar mi pecho este fuera atravesado por alfileres. ¿Me entiendes?
—Entiendo que está loco
Frustrado alcanzó una silla metálica con espirales en la espalda, completamente negra.
la arrastró girándola, y así sentarse, al contrario, el espaldar estaba en frente de la mesa con su pecho siendo cubierto por los espirales, las piernas lado a lado.
Apoyó su cabeza en el respaldo soltando un enorme suspiro.
—Supongo que es su manera de decir: “eres normal”
—¿Qué es ser normal? —llevo su cabeza a un lado
—En mi reino es seguir las exigencias del monarca, y no hacer enojar a la iglesia con pensamientos externos al suyo… aquí, logró notar con grato agradecimiento que lo normal es la contraparte del mal —confesó
La muñeca bajo la cabeza, con una mala cara, canino lento en dirección a la puerta saliendo de la habitación.
—La reina, es una maravilla muy extraña. ¿Puedes decirme por qué? —levantó la mirada a la mesa, buscando con sus ojos a la muñeca, que tiempo antes había salido —maldición —expresó con un suspiro
Se levantó de la silla, acomodando el objeto en su lugar, se dirigió a donde antes estaba la muñeca notando con gran impresión qué había una nota cerca de un chocolate.
— “Los trillizos hablarán con usted si así lo quiere, pero si se ponen agresivos muéstrales el chocolate” —todo escrito con una tinta azul, y letras chuecas.
«Los trillizos»
Dudando de las palabras de la muñecas como las mismas advertencias antes declaradas, guardó el papel, sin prestar mucha importancia.
Organizó su cama acostándose en el suave colchón con miles de pensamientos invasivos, como las criaturas que había visto.
Gracias a las arañas, la pared ya estaba lista, los baldosines ya habían sido cambiados, por ende, ya había terminado la sala, seguido de su fortuna con los pasillos….
—¡Demonios! —expresó
Se levantó sobre exaltado, camino en dirección al pasillo que estaba arreglando; escuchando sutiles risas provenientes del rincón.
Al enfrentarse a las criaturas logro notar a tres pequeños saltando en los bultos de cemento, una de las bolsas había sido abierta, y con su contenido había sido esparcido por todo el pasillo, les había dado tiempo de hacer un muñeco de nieve.
«¿son los trillizos?»
Cada uno tenía una máscara con diferente forma, y color.
Sus trajes eran batas de un color amarillento, sus manos también son singulares, uno tiene tres dedos, el otro cuatro, por último, el dos.
Al bajar sus ojos por sus piernas se dio cuenta que estas pertenecían a las ancas de unas ranas.
Levantó cabeza tras escuchar un profundo ruido, y los tres hermanos lo estaban observando de una manera tétrica.
Las formas de sus máscaras habían cambiado a expresiones enojadas, como si entre esos sacos de papa tuvieran dos caras pintadas.
Una feliz como la anterior, y otra enojada como ahora.
—Ustedes deben ser los trillizos. ¿Cómo están niños? —preguntó con amabilidad
Amabilidad que los trillizos malinterpretaron.
—Burton… —escuchó su apellido resonar entre las paredes
—No me da confianza.
—A mí tampoco.
—Matémoslo.
Sus ojos se abrieron al escuchar su plan.
Ahora entendía las palabras, las advertencias y en especial esa que los caracteriza: Jugar.
—Ya sabes que vamos a jugar…
En un momento rápido los tres niños se acercaron a él, tomaron sus brazos empujándolo con fuerza, así, dejándolo caer.
Con forcejeos se expresos ante ellos, pero la fuerza de los niños era que solo uno logró inmovilizar sus piernas.
En coro empezaron a cantar una canción sofisticada:
A matar a Tim Burton,
Vamos a matar a Burton.
Él asesinó a la reina
Con su belleza.
A matar a Tim Burton
Dueño de la creación
Envolvió a la reina
En su mundo de dolor.
—¡Suéltenme! ¡Se los exijo! —protesto todo el camino
Ellos no dejaron de cantar y al final, en medio de un rincón con un espejo limpio.
Levantaron el cuerpo listo para empujarlo a él.
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Editado: 28.10.2025