La reina de las tinieblas

Pesadillas vivas

Spencer dejó que la caída lo consumiera hasta que su cuerpo no tuvo más remedio que aceptar su lecho de muerte, cayendo con grato impacto sobre una carreta llena de paja.

Paralizado, se levantó apoyando en los bordes observando la montaña a su alrededor.

Levanto la mirada al cielo con impresión, tenía nubes, un sol radiante, colinas verdes, mariposas de un bello color azul, y el canto de una mujer que con sus dedos toca un piano.

Ella, envuelta en misterio con un velo blanco, y lo que parecía un hermoso vestido de novia digno de la realiza.

«Esa melodía…»

Bajo de la carreta limpiando su ropa como su cabello, dando unos ligeros pasos, sus piernas temblorosas cómo su sistema nervioso no soportó el impacto, cayendo de rodillas sobre el suelo.

Era imposible llegar a caminar en un estado donde todas las emociones se compactan en una sola.

Aferrado a un árbol que no estaba cuando llegó, logró detallar los pies sobresalientes de la periferia, caminó con cuidado rodeándolo y así dar con un hombre.

Un joven de cabello rebelde, ojos cansados y tristes, tan oscuros que la luz se consume tras ellos, nariz grande y labios de contextura mediana.

En sus manos tiene la base de un muñeco hecho con alambre, a su lado, lo que parecía ser plastilina o arcilla.

Aquel joven no deja de modelar, toma papel aluminio, y empieza a darle forma a su cachivache.

—¿No tienes lengua? —preguntó sin apartar la mirada de su trabajo

Spencer no hablo.

—Bueno, supongo que puedo crearte una

Tras decirlo, en unos pocos segundos y sin saber que hizo, al príncipe le nació una nueva lengua encima de la otra.

Spencer aterrado se llevó las manos a la boca gritando como podía, él al ver aquel sufrimiento deshizo de manera inmediata el hechizo con un chasquido.

—¡¿Qué te pasa?! —exclamó enojado

El joven desinteresado, alzó los hombros con una mueca en su rostro.

—Yo solo quería aliviar tu sufrimiento

—¡Podía hablar!

—¿Por qué no lo hiciste cuando te pregunté?

Analizó su ropa con interés, desviando su mirada al cielo.

—¿Vienes de arriba? —señaló

—Sí

—Increíble, no te oí gritar —volvió a centrar su mirada en su muñeco

—No grite

Levantó la mirada intrigado por aquella reacción, en unos segundos, volviendo a su trabajo.

—¿Qué hace? —cuestiono

—Creo

—¿Qué creas?

—¿No sabe hacer otra cosa que preguntar? —devolvió la pregunta. —Mejor dime cómo está su majestad

—No sé….

—¿Se encerró? —inquirió

Spencer asintió con la cabeza.

—Eso explica porque este lugar es tan pacifico —confesó

el silencio invadió el valle por unos instantes y mientras el príncipe apreciaba con suave belleza aquello que estaba analizando hace mucho tiempo, el joven de mente creativa lo invitó a sentarse a su lado.

Sumiso a su petición, se sentó estirando sus piernas, apoyando su espalda al otro lado del árbol, sin dejar la conexión con él.

—¿Por qué te enviaron al calabozo? —preguntó curioso mientras preparaba la arcilla

—No lo sé. Unos niños me miraron y empezaron a cantar una canción relacionada con la muerte de un hombre llamado Tim Burton.

El joven se detuvo en seco, desvió su mirada estudiando el perfil del príncipe.

No tenía ninguna condición extraña, no tenía ojos de botón (era evidente), no tenía partes en estado de putrefacción, no estaba mutilado, o con alguna mala proporción en su cara.

Fue entonces cuando se levantó, se Acercó tomando su rostro con brusquedad buscando algún indicio en sus ojos.

—¡Suélteme! —alegó, pero no opuso resistencia

Aquel joven bajo el párpado del chico logrando ver en su esclerótica las líneas negras resaltar entre ese imperfecto color de los ojos.

—Tienes la marca de las tinieblas —mencionó.

—¿Disculpe?

—Vives con ella y no sabes a que te enfrentas. ¡Niño por el amor de la oscuridad y la creación! ¡Ella te marcó! —exclamó enfurecido

Lo tomó del cuello de la camisa bajando la misma, y con el reflejo del sol unas marcas se resaltan en su piel.

—Maldición. Ven —exigió tomándolo del brazo

Lo levantó con fuerza caminando en dirección a otra montaña con el árbol más seco, más feo, y espantoso qué haya visto.

No dijo ninguna palabra, quería hablar, soltarse, expresarse como debía hacerlo, pero algo en él se lo negaba.

Una fuerza imposible de frenar, cuya magnitud se encargaba de destruir todas sus ilusiones, esperanzas, como si algo lo matará por dentro hasta llegar a aquella colina.




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