Mamá no dejaba de llorar al saber que mi hermano Dan, habia desaparecido al igual que muchos otros en el pueblo. No me explicaba como siendo el tan precavido pudo ser una victima mas en este juego de muertes inexplicables.
Me sentía angustiado de ser el sheriff del pueblo y no poder hacer nada para encontrarlo. Tres días desde que mi hermano menor habia desaparecido y desde ese suceso, siete hombres mas fueron reportados desaparecidos y sinceramente no sabia que mas hacer. Ya solo quedaban mujeres, ancianos y niños entre ellos unos sesenta hombres que no tardarían en ser los siguientes incluyéndome a mi.
210 desaparecidos y sin poder encontrar ningún cuerpo. Me martirizaba el hecho de saber que la solución recaía en mis manos y que incluso siendo así me sentía inútil, pues el terror y el miedo también me invadía, tanto o mas que a los pueblerinos.
Aquella tarde fue la ultima que recuerdo en la que vi el cielo azul y claro. Los días siguientes una horrible nube de color negro se poso sobre los cielos del pueblo, mientras una extraña lluvia que no tenia intenciones de detenerse caía a cantaros.
—Es el fin de los tiempos—Solía decir el párroco de la única iglesia del pueblo, que ya casi estaba a punto de derrumbarse.
Para ser sincero no era muy creyente pero todo a meditaba que el hombre al que todos consideraban demente tenia razon.
Apenas la lluvia seso, millones de cuervos se pasaron sobre los cielos del pueblo y a cada hombre que se encontraban por las calles, le comían los ojos. De no haber sido por mi endemoniada camioneta que muchas veces me dio dolores de cabeza, hubiera sido una victima mas de aquellas pequeñas bestias con alas.
La tierra comenzó a temblar y pese al clima un extraño calor en pleno invierno nos azoto a los pocos que quedábamos con vida y desde la ventana de mi camioneta pude ver como una mujer que jamás antes habia visto caminaba rodeada de aquellas aves del demonio. Al principio creí que estaba siendo atacada, pero no tarde mucho en descubrir que era ella quien les ordenaba.
Mi padre solía contarme historias sobre como los ansíanos creían que aquel pueblo no era otro mas que la boca del infierno. Un lugar donde los demonios podían ir y venir a su antojo pues la puerta a su hogar estaba bajo la tierra de aquel pequeño pueblo.
Vi como tres niños se le acercaban sin temor como si una fuerza demoniaca los invitara a seguirla. Dieron media vuelta girando los ojos hacia mi y vi como estos se volvieron de color blanco y como un millón de dientes puntiagudos asomaban por sus pequeñas bocas.
—Aliméntense demonios del infierno—Dijo la mujer abriendo la puerta de mi camioneta, la que me mantenía oculto de ella, o al menos eso creía yo.
Como bestias se lanzaron sobre mi y comenzaron a morder cada parte de mi cuerpo haciéndome gritar de dolor. Con mi arma le di en la cabeza a dos de ellos, haciendo que el ultimo huyera aterrado.
La tierra nuevamente comenzó a temblar y una gran grieta en el pavimento se abrió. Dejando escapar un millón de gritos de lamentos, como si millones de personas suplicaran por perdón.
—Mi hermano ya casi esta aquí—Dijo la mujer que aun mantenía los pájaros revoloteándole alrededor.
—¿Quién eres? ¿Qué quieres?—Pregunte con la vos temblorosa y muerto de miedo.
—Soy Aradia, reina de los cuervos y hermana de satanás.—Dijo girando su cabeza como quien solo mueve un musculo—Quiero que este mundo vea que los demonios si somos reales.
En aquel instante vi a mi madre correr hacia mi desesperada, pues era perseguida por un montón de espantosos cuervos que buscaban alimentarse de sus ojos. Apenas logro llegar junto a mi, le grite a todo pulmón que huyera, pues ella aun no se percataba de aquella presencia demoniaca que permanecía de pie a un costado de la camioneta.
La mujer llamada Aradia pronto se volvió una mujer asquerosa con el aspecto de una anciana. Su tés era verdosa y viscosa como la de un sapo, tenia millones de verrugas a punto de reventar en todo su rostro y dos horribles cuernos en su frente. Al ver a mi madre lamio sus labios y como si de un animal hambriento se tratara, salto sobre mi madre hincándole el diente en la yugular, alimentándose de ella en frente de mi.
La devoro mordisco a mordico, mientras aun estaba viva, dejando solo un mar de huesos sobre la acera.
Yo mientras tanto intentaba apagar el llanto que moría por escapar de mi y que aduras penas lograba mantener bajo control.
Sus cuervos prontamente se transformaron en hombres, con el mismo aspecto de un cuervo, pero con la altura de los humanos. Fuertemente mente comenzaron azotar la camioneta buscando de alguna manera obligarme a salir de allí.
¡Dios! Estaba mas que aterrado, mi corazón latía a mil por hora y realmente jamás creí estar vivo para presenciar la llegada de los demonios a la tierra. Cubrí mi rostro con mis manos cuando los cristales de la ventanilla saltaron por todos lados en millones de pedazos. Uno de los cuervos me jalo de los pies y me arrastro por todo el pavimento y sin contemplaciones simplemente me lanzo por aquella abertura por donde los lamentos suplicantes escapaban.