La Reina de los Diamantes

Capítulo 3

Una conferencia de prensa. Esta había sido la segunda mejor opción que Roger le aconsejó un día antes a Ariana y que empezaba a encajar mejor como número uno. Esta, aunque no erradicaba el problema, quizás lo amortiguara. Aunque esto no era muy fácil ya que posiblemente saldrían a colación temas que ella seguía sin querer sacar a la luz pública como, por ejemplo, ¿qué hacía ella en el desfile si se suponía que estaba en una cena de negocios al otro lado de la ciudad? O ¿qué sucedía en realidad en el Hotel Diamonds sino era un encuentro romántico?

Pero además de esto también había un segundo problema. Para poder hablar con la prensa y que las cartas jugaran a su favor, debía pedirle ayuda a su coprotagonista de escándalo. Y faltaba ver si Austin Lawrence estaría dispuesto a ayudarla.

Morderse las uñas no era algo que Ariana hiciera en la oficina, sin embargo, en aquel momento había bajado la guardia sin darse cuenta. Luego de un par de minutos dándole mil vueltas al tema en vano, sonó el teléfono.

—Dime Diana.

—Licenciada, su cita de las dos ha llegado.

— Muy bien Diana. Dile que pase.

—Enseguida—respondió Diana al otro lado del intercomunicador. —Adelante, por favor —le dijo Diana al Sr. Loer con una pequeña sonrisa mientras se disponía a abrirle las puertas de la oficina de Ariana.

—Gracias, Diana. —Le dio un guiño el Sr. Loer a Diana en agradecimiento. Pero una vez dentro, el desconcierto invadió al Sr. Loer.

El lugar era un ambiente frío, y no era culpa del aire acondicionado ni el mobiliario. Era más bien una sensación que emanaba desde la propia Ariana quien se había quedado inmóvil detrás de su escritorio.

Pero… ¿Quién es está mujer? — Se preguntó a sí mismo. La persona que tenía frente a él era muy diferente a la que casi lo derribaba la noche del desfile. Y con quien había discutido en el elevador. ¿Se habría equivocado de persona?

Una blusa manga larga color negro, el cabello perfectamente peinado y sujeto en una coleta con cada rizo negro en su lugar. Además de unos relucientes ojos azules que lo veían a través de un par de gafas de diseño aéreo. Confirmado. Está no es la mujer que él había tenido la desdicha de conocer. La otra chica era de ojos pardos.

Y sin gafas.

—Disculpa. Creo que me he equivocado de oficina…

—¿Se puede saber qué hace aquí?

Un parecido increíble, se dijo Austin, sin embargo, seguía sin poder reconocerla de un todo, aunque Ariana sí que lo había reconocido desde el instante en el que se abrieron las puertas de la oficina.

—Lo siento, de verdad. A quién venía a ver era quizás a tu hermana. O prima.

Ariana frunció el ceño. — Soy hija única. Y si en verdad está buscando a mi querida y adorable primita, déjeme decirle que está buscando en el lugar equivocado.

En ese momento, Austin reconoció el sarcasmo que casi lo masacró dos veces en esa semana. Aunque siempre seguía notando algo diferente en su timbre.

—Lo siento. Es que creí que eras… No te reconocí.

— Pues yo a usted si, Sr. Lawrence. O, ¿prefiere Sr. Loer?

—Llámame Austin —se quedó estudiando el rostro de Ariana un segundo. —Lo siento, es que sigo creyendo que eres otra persona.

—Lamento desilusionarlo. ¿A quién esperaba exactamente?

Austin se encogió de hombros. —No lo sé. Quizás a alguien salido de un cuento de hadas.

—Pues está es la realidad.

—Sí, ya veo. —Por algún motivo se sentía un tanto desilusionado. Aunque los ojos azules también le parecían atrayentes.

—Quisiera recordarle que soy una persona ocupada, así que por las razones que esté aquí, espero que sea breve.

Yo también quisiera saber que hago aquí con esta bruja, se preguntó Austin.

—Creí que lo sabrías —respondió señalando con el dedo la pila de periódicos arrugados que aún se encontraban desparramados en una esquina de la oficina justo detrás de Ariana.

—Esas pueden ser miles de razones—Ariana le señaló la silla frente a ella indicándole que se sentara—. Aunque para ser sinceros, la que resalta más es sobre una pareja un tanto dispareja. —Ariana se acomodó las gafas —. Y si del tema se trata, quisiera aprovechar para pedirle razón sobre los doscientos tulipanes que me llegaron ayer junto con la acusación de un compromiso escrito en un adhesivo. Me gustaría que se abstuviera de siquiera pronunciar mi nombre en lo que le resta de vida, si fuera tan amable.




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