Ariana lanzó una palabrota a los mil vientos cuando leyó el mensaje de Austin. Por millonésima vez desde que había conocido a ese hombre, golpear un saco de arena mientras decía varios impropios en diferentes idiomas no lograba calmarla. ¿En qué demonios estaba pensando ahora? ¿Acaso no habían acordado verse hasta dentro de por lo menos veinticuatro horas por la fiesta de la empresa? Ni siquiera había dicho aún el “sí, acepto” y ya las palabras de todos sus amigos resonaban en su cabeza con un “Te lo dije” burlón.
Después de dar un último grito de frustración fue a buscar el móvil a su bolso. No estaba completamente convencida de la idea, pero era lo único que podía hacer en ese momento.
— Si es por el asunto de Luxemburgo, no tienes nada de qué preocuparte. ¡Todo ha salido de las mil maravillas! Ahora mismo estoy saliendo de la reunión.
—Y estoy segura de eso. Sin embargo, te llamo por otra cosa. Necesito que te encuentres con mi prometido en una hora en Strawberry’sCake.
—¿Qué?
Ariana suspiró. —A Austin le dio por sentirse demasiado solo en estos días y no me ha dejado opción.
Su amiga resopló para mostrar su desaprobación.
—¿Qué no te ha dejado mucha opción? ¡Por Dios! ¿Y si nota la diferencia?
—No lo hará. Y por si acaso, puedes decir que estás resfriada o que te duele la cabeza.
—Bueno, eso no sería una mentira. Empiezo a sentir intolerancia a la luz. ¿Y de qué se supone que debo hablar? Te recuerdo que no me has hecho un diario sobre ese pequeño detalle.
—Lo siento por eso. En realidad, no creí que tendría que cambiar papeles en mi asunto con Austin también.
—¿Celosa de ti misma?
Ariana abrió los ojos como platos. —¿Por qué todos preguntan lo mismo?
—Mmmm, ¿por qué será? Quizás porque todos vemos lo evidente.
—No hay absolutamente nada evidente, Alana.
—Sigue diciéndote eso. ¿No te ha dado Alina los pormenores de la otra noche? Al parecer, a tú novio no le hizo mucha gracia conocer a Axel y Eric en específico. Creo que llamaré a Lory está misma tarde antes de que se cierren las apuestas.
—Todos ustedes están locos, ¿sabían?
—¡Eso es cierto! Pero recuerda que Dios los cría, y ellos se juntan. Te llamo luego, Leo acaba de llegar.
—No hagas nada que yo no haría —logró decir Ariana antes de que su amiga colgara.
Una hora y diez minutos más tarde, Leo detuvo el Rolls-Royce negro en el sitio de estacionamiento más cercano que encontró y se dispuso a abrirle la puerta a la joven que lo ocupaba en el asiento trasero. Habían llegado al punto de encuentro acordado, una de las cafeterías muy famosas por sus deliciosos postres, especialidad del chef Julio. La recién llegada se dirigió hacia la puerta del establecimiento con el maletín de su portátil en una mano y el aire altivo que su papel requería. Como primer paso observó las mesas en busca de un rostro atractivo y misterioso que coincidiera con las fotografías de revistas que había visto antes.
El primer descubrimiento fue una chica con una portátil comiendo un delicioso y enorme sundae. Luego de esta había varias parejas e incluso un bebé dormido acompañando a una de ellas, pero ningún famoso dentro de todos los presentes.
La chica decidió entonces caminar un poco más al fondo del lugar hasta encontrar la imagen de un chico atlético con jeans oscuros, chaqueta verde olivo y lentes oscuros. Con el índice izquierdo golpeaba la mesa como si estuviera siguiendo el ritmo de la música que seguramente estaba escuchando por los auriculares que llevaba puestos. Esbozando una sonrisa, avanzó hacia donde debía presentar su improvisación.
Mientras, Austin que llevaba pocos minutos de espera en la cafetería, lo sorprendió una nube de fragancia a rosas en cuanto una mujer de aspecto conocido pasaba a su lado con aire de imponencia, la cual se sentó frente a él. Tardó unos segundos en reaccionar.
—Siento la tardanza. ¿Ha esperado mucho?
Austin se quitó los auriculares. —Pero, ¿qué?
Su impresión de aquella mujer que tenía frente a él era totalmente diferente a la que normalmente veía. Todo en ella decía a gritos que era Ariana Allen; su cabello negro recorrido en un moño, su traje formal de oficina, sus gafas que protegían un par de encantadores zafiros. Aunque, ¿por qué le parecía un tono azul distinto al usual?
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Editado: 20.10.2019