La Reina de los Diamantes

Capitulo 32

Ariana estaba absorta haciendo una presentación en Prezi cuando Austin salió del baño vestido únicamente en vaqueros, mostrando su bien cuidado six pack. Para ella, el cuadro estaba pasando completamente desapercibido, sin embargo, para Austin era todo lo contrario.

Su chica tenía el cabello aun húmedo recogido en una cola de caballo, llevaba un par de vaqueros negros y una blusa de seda celeste entallada que mostraba a la perfección la delicada forma y volumen de sus pechos de manera espectacular. El maquillaje destacaba el color de sus ojos azules y junto con el rímel hacían que sus pestañas se vieran como las bellas plumas del pavorreal en abanico, con un toque intelectual debido a las gafas de acetato negro. El brillo labial les daba aún más vida y deleite a sus labios, y el aroma oriental con un leve toque floral provocaba que sus sentidos hicieran corto circuito. Cómo había llegado a ponerle tanta atención a cada detalle de su ahora esposa, era todo un misterio para él.

—¿Qué estás haciendo?

—Afinando unos detalles del trabajo.

Austin alzó una ceja. —¿En tu luna de miel?

—Terminaré en cinco, no te preocupes.

Austin dejó escapar un suspiro y sin querer bajó la mirada hacia los pies de Ariana. Una sonrisa asomó entonces al creer que aún había un grano de esperanza para la reina del hielo.

—Nunca creí verte en tenis. ¿Es que es la nueva moda para la oficina esta temporada?

Ariana hizo un doble clic. —Me gusta estar cómoda en mi tiempo libre.

¡Por Dios! Si a esto llamaba “tiempo libre”, no quería ni imaginarse como sería un día ocupado en la vida de Ariana.

—¿Estas completamente seguro de que la prensa no va a arruinarnos tu itinerario? —Ariana empezó a extender y encoger los dedos de la mano derecha con uñas perfectamente manicuradas.

—Ese es el plan —Él buscó su mirada por un instante. —Te aseguro que nada ni nadie podrá arruinarnos nuestras vacaciones.

—Ojalá tengas razón. Unos minutos de paz fuera de los reflectores es lo que más deseo en estos momentos.

—Hablas como toda una profesional de la farándula —Las palabras quedaron suspendidas en el aire por un instante. —Sin embargo, sepa usted que sus deseos son órdenes para mí, ma reine — Austin se acercó a ella para tomar su mano y posar sus labios en el dorso.

Las mejillas se le enrojecieron aún más de lo que el colorete había hecho ya por ella. El roce de sus labios no debería afectarla de tal manera, como si hubiese recibido un toque eléctrico de un cable sin protección.

—No sabía que hablarás francés.

—Y todavía no lo hago —él esbozó una sonrisa dándose la vuelta con el clásico giro de pasarela, y fue hasta ese instante en el que por fin fue consiente del exquisito atuendo con el que su esposo la había estado engalanando hasta ahora el cual lastimosamente desapareció un segundo después gracias a una camisa tipo polo.

Suspiró en cuanto su caballero cambió de habitación.

—Muy bien hecho, Ariana.

 

Aproximadamente a la misma hora en que Austin y Ariana se disponían a partir del hotel a lo que sería su corta luna de miel, al otro lado del país estaba Marisol en un bar oscuro moviendo los engranajes de lo que ella esperaba fuera el fin de su querida prima.

—Más te vale que lo que me traigas sea importante —le advirtió su acompañante quien iba cubierto por un abrigo y bufanda dejando a la vista únicamente la parte superior de la cabeza.

—Vamos, no tienes por qué repetirme la misma cantaleta todo el tiempo —se quejó ella al tiempo que le entregaba un sobre cerrado al hombre misterioso. —Yo diría que esto daría de que hablar por lo menos medio año si se lo hubiese entregado a la prensa. Un asunto sucio, ¿no? Solo espero que los términos sigan siendo los mismos.

—No cabe la menor duda de que eres toda una mujer de alto vuelo y de que venderías a tú madre al mejor postor.

—Por favor, no tiene que verlo de esa manera. Simplemente podría decirse que nunca desaprovecho una buena oportunidad cuando se presenta.

—Pues créeme que con esto acabas de confirmar que vales tu peso en oro, querida —la atención del hombre estaba puesta en las fotografías que tenía en ese momento en sus manos.

—¡Dios! Yo diría que en diamante.

—¿Cómo has podido conseguir este tesoro? —preguntó el hombre ansioso sin dejar de admirar las fotografías.




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