La Reina de los Diamantes

Capítulo 35

— Austin, espabila, despierta —decía una voz grave mientras lo zarandeaba con la suficiente energía como para revivir al difunto más antiguo de su familia.

A juzgar por el tono de voz del misterioso rescatista y creer reconocerlo en medio de su aun somnolencia, Austin estaba completamente seguro de que aún no era tiempo de encontrarse con San Pedro. A menos que dado las casualidades de la vida, les hubiera tocado a ambos tomar el mismo avión hacia el más allá. Dejó escapar un suspiro, contrariado, rindiéndose ante la evidencia de que el juego se había acabado con un duro golpe bajo.

O, mejor dicho, alto.

—Austin…

Empezó a mover de un lado a otro uno de sus brazos como queriendo defenderse del aire fresco que lo rodeaba.

—Creo que realmente estas mal herido. Debes levantarte para poder llevarte al hospital.

—Lo único que tengo herido es mi orgullo —contestó Austin aun medio aturdido y tratando de levantarse con ayuda de su rescatista: un hombre mayor oscilando sus sesenta años, 1.60mt de estatura y con un pequeño problema de sobrepeso.

—Eso seguro. Has recibido un durísimo golpe en la cabeza que te ha dejado grogui[1]. Ya he informado a un amigo en la policía para que empiece a buscar a tu esposa sin que la prensa se entere.

—¿Policía? No es necesario llamarla.

—¿Qué no es necesario? No estarás hablando enserio, ¿verdad? ¿Cómo no iba a ser necesario informar el secuestro de tu esposa? Y a juzgar por cómo te ha quedado ese golpe, el que lo hizo debe ser una persona sumamente peligrosa experta en algún tipo de arte marcial.

Austin sonrió burlescamente. —¡Fue precisamente mi esposa quién me ha derribado!

Él hombre mayor parpadeó y se quedó dubitativo unos instantes. —¿Estás diciendo que tú esposa te ha golpeado al punto de dejarte inconsciente?

—Exactamente así es a como fue —le echó un vistazo a la habitación en busca de alguna pista visible que hubiera podido dejar Ariana.

—¿Qué fue lo que hiciste para despertar su instinto asesino y que te pateara el trasero en plena luna de miel?

—No mucho en realidad. Pero supongo que me equivoqué con mis métodos de conquista.

—E imagino que esos métodos provienen de mi sobrino.

—Aunque no lo crea, jamás he tomado en cuenta las palabras de Max dentro de ese campo.

—Bueno, reconozco que un paseo en yate no es algo que estaría dentro del repertorio de Maximiliano.

—Sí, y empiezo a creer que tampoco debería haber sido parte del mío.

—Chico, sea lo que sea no debe ser algo tan grave como para que empieces a flagelarte desde ahora. ¿Sabías que la primera discusión que tuve con mi mujer fue por culpa de unas tontas rosas?

Austin enarcó una ceja con el estilo propio de haber escuchado algo gracioso. —¿Lo dice en serio?

—Si. Fue exactamente el día después de casados. Llené la habitación con mil doscientas rosas rojas que, según yo, eran sus favoritas.

—¿Acaso no lo eran?

—Por supuesto que no. Ella odiaba las rosas rojas y al no poner la suficiente atención en nuestras conversaciones, terminé confundiendo todo y llenando los vacíos a mi conveniencia. Pero desde ese día aprendí mi lección.

—Ojalá Ariana y yo tuviéramos un simple problema de decoración —contestó Austin, encontrándose por casualidad en el suelo un pendriver[2] cerca de la ventana el cual guardó en su bolsillo.

—Bien, mientras tú sigues ahogándote en un vaso con agua, iré a informarle al capitán y la tripulación que todo está bajo control. Después de todo, estaban muy angustiados al creer que había sucedido un secuestro a plena luz del día y en frente de sus narices.

—¿Acaso nadie vio a Ariana salir del yate por su propio pie? ¿Cómo es eso posible?

—Eso es algo que también me estoy preguntando ahora mismo. A pesar de la poca gente que hay en el barco, por lo menos alguien hubiera visto algo de reojo. Empiezo a creer que esa chica es experta en el arte de escabullirse.

Austin se encogió de hombros y miró por la ventanilla hacia el océano. —Muchas veces me hace pensar lo mismo. Imagino que los trucos los pudo haber aprendido de una estrella de la farándula que necesita escabullirse por los pasillos para escapar de la prensa.

—Sí que tienes una gran imaginación, pequeño. ¿Has pensado en ser escritor?




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