La Reina de los Diamantes

Capitulo 36

Ariana estaba desesperada por salir a toda velocidad y dejar atrás toda aquella pesadilla de la cual ella había sido irónicamente la única autora. La furia y el dolor provocado por la humillación hacían de ella toda una divinidad del caos y la destrucción que ni la mismísima diosa de la guerra podría haberse atrevido a posarse delante suyo. ¿Cómo demonios se había atrevido Austin a tratarla de esa manera?

Era verdad que ella cargaba con el peso del pecado por omisión, la mentira y el engaño, pero esa no era excusa suficiente como para darle el derecho a ofenderla. ¿Acaso ya había olvidado quién era ella? En un pasado no muy lejano había hecho polvo a más de uno por menos de lo que Austin había dicho, y ahora ¿qué le impedía hacerlo con él?

¿Gratitud? ¿Simpatía? O quizás, la idea de volver a tener un amigo cómplice de algo le había nublado el juicio. Eso posiblemente era, después de todo, Oliver había sido su único amigo y cómplice por mucho tiempo llegando a distanciarse el día en que ambos tuvieron que sentarse en sus respectivas sillas doradas.

Antes de que surgiera otra posible respuesta a su pregunta, el Ferrari rojo que acababa de rentar en el puerto ya estaba demostrando su valía en medio de la autopista y la brisa refrescante solo la animaba a pisar más a fondo el acelerador.

¿Una hora de camino hasta su destino? Patrañas. Al paso en el que iba, quince minutos sería decir que se tomó su tiempo en pasar al autoservicio en medio del trayecto.

 

Austin seguía con el ceño fruncido al entrar en el ascensor. Quizás era demasiado tarde para aceptarlo, pero en lo que concernía a Ariana, todo en ella y lo que la rodeaba empezaba a formar un gran misterio para él.

Aunque siendo sinceros, nunca había logrado entender a ninguna mujer. Esa era la razón principal por la que su soltería se había mantenido pulcra hasta entonces contradiciendo por completo los titulares de las revistas de chismes.

¿Y por qué había decidido entonces complicarse tanto la existencia?

La respuesta le llegó como un rayo golpeando la tierra con la imagen de una belleza desconocida de ojos pardos enfundada en un elegante vestido largo hasta el piso color champagne con abertura frontal por donde se veía una zapatilla con decoraciones de pedrería y un botín de cintas de estilo rockero. El recuerdo de esa escena hizo que Austin esbozara una sonrisa.

Antes de poder darse cuenta de lo que estaba haciendo, deslizó su lengua por los labios intentando sentir el dulce sabor de la piel de aquella hada de hielo, la exquisitez de su esencia que embriagaba aún más que el vino y el modo en el que la prueba de su masculinidad se pronunció lo desconcertó por completo.

Haciendo un increíble esfuerzo logró entrar a la suite del hotel con una muy mínima esperanza de no encontrarla vacía… como así fue. Todo lo que había en ella era el aroma de su perfume, su vestido de boda tendido sobre uno de los sillones y una de sus zapatillas a pocos metros mientras que la otra estaba desaparecida en algún lugar de la habitación.

—¿Qué tengo que hacer para que seas mía? —dijo Austin sosteniendo una de las mangas del vestido.

Examinó el resto de la suite en busca de algún objeto olvidado que pudiera darle un indicio de donde se pudiera encontrar Ariana, sin embargo, todo esfuerzo fue inútil. Además de su equipaje, no había rastro de artículos personales o documentos que al menos aseguraran su regreso.

¿Pensaría volver luego de encargarse de “sus asuntos”? O, ¿este sería el fin de su idílico matrimonio?

No. Este no podía ser el fin. Tenía que encontrar la manera de que Ariana volviera a él y sino era demasiado pedir, que permaneciera con él sin volver la vista a ningún otro hombre.

Se disponía a iniciar una nueva búsqueda cuando su móvil sonó y Austin se apresuró a responder.

—Cariño, por favor perdóname. Créeme que estoy muy arrepentido, en ese momento no estaba pensando con claridad y…

—No te preocupes cariño, no soy rencoroso. Estas del todo perdonado —bromeó Max al otro lado del auricular.

—Muy gracioso Max —le recriminó Austin mientras se pellizcaba el puente de la nariz.

—¡Ánimo hombre! El estrés no trae nada bueno y necesitas estar muy bien para tu esposa.

—Ni siquiera sé si aún puedo decir que tengo una.

—Pues según mi tío no debe andar lejos. Quizás esté por algún restaurante del puerto matando el tiempo suficiente como para que a ti te de un infarto.




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