Austin se encontraba de pie delante de la ventana de su habitación del pequeño hotel, observando el desierto desolador de la ciudad que los acogía. Lo más irónico del caso era que a minutos de ellos se ubicaba el epicentro de la locura y cuya protagonista descansaba plácidamente a pocos metros de él en un cómodo sofá.
—Creo que estas demasiado pensativo como para ser alguien que acaba de tener una descarga de adrenalina huyendo de la prensa —Meryl se aseguró las cintas del antifaz.
—Estoy preocupado por mi esposa. No sé dónde pueda estar y no puedo confiar en que ese imbécil con el que está pueda cuidar bien de ella.
Meryl sonrió e intentó no reírse.
—Estoy segura de que ella está bien. Además, ¿has escuchado que las malas noticias son siempre las primeras en llegar?
—Veo que él también te tiene colgando del meñique. Supongo que tendré que comprarme una guitarra y asistir a clases si no quiero quedar obsoleto.
Meryl enarcó una ceja y sonrió divertida.
—No necesitas nada de eso para permanecer en planilla. ¿Es que acaso no tienes fe en ti mismo?
—Hasta hace unos meses la tenía. Ahora, no estoy tan seguro.
—¡Vamos! Tienes bastantes cualidades que volverían loca a cualquier chica.
Austin la miró a los ojos y esbozó una sonrisa lobuna. —Si eso es verdad, ¿quiere decir que en estos momentos estás haciendo tu mejor esfuerzo para parecer cuerda?
Meryl se rio. Ella sabía perfectamente que aquel hombre delante de ella era un actor de primera, ganador de varios premios y que solo estaba flirteando usando las líneas de un libreto. Aunque, la risa acabó en cuanto se dio cuenta que había mucha similitud entre el Austin de Meryl con el Austin de Ariana.
—En tus sueños, amigo —dijo Meryl levantándose del sofá con intensión de ir hacia el cuarto de baño.
La respuesta de Meryl hizo un fuerte eco en la mente de Austin. ¿Por qué acababa de escuchar a su esposa? Como una reacción normal, Austin empezó a mirar a Meryl de arriba abajo descubriendo algo inquietante. Unas semanas atrás, la belleza gótica y misteriosa no había logrado siquiera despertarle la simple curiosidad, sin embargo, aquel contoneo de caderas estaba consiguiendo enviarlo directo a la ducha fría.
—Espero que aún este despierto el chef. Muero de hambre —declaró Meryl saliendo del cuarto de baño luego de haber comprobado su aspecto. Afortunadamente, todo estaba en su sitio y las lentillas habían dejado de molestarle.
Austin sacudió la cabeza para espabilarse. —¿Qué se te antoja?
—Mataría por un sándwich de jamón y queso acompañado de un café con leche muy caliente.
Austin sonrió al momento de reconocer el deja vú. ¿Acaso podría ser posible tanta coincidencia? —No irás a pedirme tostadas con mermelada también, ¿verdad?
—¡Santo Cielo! ¿Cómo has hecho para leerme la mente?
Él se encogió de hombros. —No lo sé. Quizás por qué tienes gustos similares con otra persona que conozco. —Alzó la cabeza hacia el techo, exhaló un largo suspiro y parpadeó cuando bajó la cabeza de nuevo y sus ojos se posaron sobre una increíble figura alta y curvilínea enfundada en cuero negro, cabellera negra y roja estilo atigrado. Por más que lo hubiese pensado por un segundo, era más que evidente que la posibilidad de que la mujer que tenía delante suyo fuese Ariana Allen era nula.
Meryl parpadeó y fijó la mirada en la de Austin.
—¿Qué? —inquirió confundida.
Él esbozo una media sonrisa, llevando la vista a la boca de Meryl justo en el momento en que esta se mordía un labio violáceo. —No es nada. Es solo que estaba pensando de más.
—Supongo que no necesito de un gran título colgado en la pared como para diagnosticar que no estas a gusto conmigo.
—No pienses eso. Es solo que…
—Lo sé. Lo sé. Estás preocupado por tu esposa.
—Lo siento.
—No tienes que disculparte. Lo entiendo. Supongo que yo también estaría estresada de pasar por algo similar.
—Tú novio debe de ser un idiota por dejarte sola con otro hombre a mitad de la noche.
Meryl río. —Y tú esposa no se queda atrás por dejarte solo con otra mujer a mitad de la noche.
Ambos se quedaron viéndose a los ojos un buen rato mientras las risas desaparecían.
—Creo que aquí los únicos tontos somos nosotros —murmuró él.
—Eso está muy acertado. —A Meryl se le escapó un bostezo.
—Lo siento. Debes estar demasiado cansada después de todo lo ocurrido.
Meryl resopló. —Lo estoy.
—Vamos. Tienes que meterte en la cama.
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Editado: 23.11.2024