El sol entraba perezoso por las ventanas del auto, la tensión era palpable, y en el aire flotaba el aroma a sándalo blanco, como si quisiera suavizar la pesada atmosfera que los rodeaba.
Austin se quedó por un minuto observando a Meryl con una mezcla de frustración y confusión. Ella, con su antifaz siempre puesto y su actitud distante, parecía más una de sus coprotagonistas en medio de una escena dramática que una aliada en una búsqueda verdaderamente seria. La verdad es que, para él, esa mujer misteriosa era la clave para encontrar a Ariana, y cada minuto que pasaba sin noticias le hacía sentir como si la realidad se le escapara de las manos.
— ¿A dónde más vamos? — preguntó Austin, rompiendo el silencio mientras Meryl aceleraba por la calle vacía.
Meryl, sentada a su lado, ajustó su antifaz con una mano, como si fuera su ritual de concentración. La cantante de rock, famosa por su actitud rebelde y su misterioso antifaz que nunca se quitaba, parecía más incómoda que nunca. La verdad era que no le gustaba mucho esto, pero había aceptado ayudar a Austin a regañadientes.
—La próxima parada será en el estudio de grabación — respondió ella con voz seca, sin mirarlo directamente.
—Genial. Solo dame cinco minutos a solas con el bajista. Es lo único que pido como regalo de navidad.
Ella se quedó boquiabierta y lo miró con cara de pocos amigos.
—¿Te caíste de la cuna de pequeño o qué? ¿Es que no me has escuchado cada vez que te digo que Ariana no está con Axel?
—Claro que lo he hecho. Más a mi favor ya que podré romperle unos cuantos dientes sin que haya distracciones.
—De acuerdo, me rindo —dijo Meryl, levantando la mano para que no siguiera.
El auto avanzó silenciosamente por todo el camino, acompañado únicamente del sonido del exterior: bocinas, voces, el murmullo de la calle. Austin no pudo evitar pensar en lo irónico que era que, durante ese viaje con Ariana a casa de sus padres, quien los acompañó fue la melodiosa voz de la persona que en ese momento permanecía en votos de silencio.
Unos minutos más tarde, se encontraron con un policía de tránsito que, en lugar de aliviar el tráfico, parecía empeñado en causarlo todavía más. La fila de autos se hacía cada vez más larga, y el ambiente se llenaba de bocinas y palabras airadas. Mientras Meryl cambiaba de carril para intentar rebasar el embotellamiento, el móvil de Austin sonó de repente.
—Tendrías que haberme llamado hace una hora, amigo.
—Como si tu chica fuera fácil de encontrar. Te advierto que este asunto está poniéndose feo para ti —comentó Max desde el otro lado de la línea.
—Dímelo a mí. Creo que me tomaré un descanso de las películas de acción después de esto. Creo que ya he gastado suficiente adrenalina por lo que resta del año.
—Y eso que aún no te he dicho las novedades.
Se volvió hacia Meryl y arrugó la nariz, como si estuviera considerando si tener esa conversación en el auto o dejarla para después.
La curiosidad pudo más.
—Suéltalo.
Max hizo una pausa dramática, y Austin notó que Meryl parecía estar escuchando con atención.
—Tú amada esposa cambió de rumbo y para resumírtela, solo debemos ubicar a Richard Wright y tu búsqueda del tesoro acabará.
—¿Quién diablos es Richard Wright? —preguntó Austin, frunciendo el ceño.
En ese instante, cuando ese nombre salió de su boca, Meryl frenó de golpe con un chirrido de llantas. La sorpresa, sincera y genuina, se había dibujado en su rostro.
—¿Richard Wright? De los Wright.
—Demonios —balbuceó Meryl, mientras volvió a acelerar. Era evidente que ella sabía quien era ese hombre, pero lo que no lograba descifrar Austin era si la sorpresa fue porque él se había enterado o si era porque ella desconocía que ellos estuvieran juntos.
—¿Estamos hablando de vinos? —aventuró Austin.
—¡Exacto! A cómo yo lo veo, no lo tienes nada fácil.
Meryl volvió a poner en marcha el auto, con las manos temblorosas y los dedos cruzados, rogando en silencio que no se topasen con ninguna patrulla. Sabía que habría una gran posibilidad de dar un falso positivo al alcoholímetro; todavía estaba en shock, con la mente nublada y las manos temblorosas en el volante. Cada segundo parecía una eternidad mientras el miedo y la adrenalina se entrelazaban en su pecho, intentando disimular la confusión que la invadía. ¿En qué rayos estaba pensando Alana?
¿Y es que algo ha sido fácil hasta ahora? —dijo Austin, con un resoplido. — Solo espero que sepa como escabullirse de la prensa. No quiero ni imaginar que haría mi querido suegro si se llega a enterar de como está pasando Ariana su luna de miel.
— Última parada.
El motor del auto se apagó con un clic seco al mismo tiempo que Meryl anunciaba el final de su viaje. Austin se guardó el móvil y le dirigió una mirada acusadora.
—¿Todo esto ha sido a propósito?
—¿Disculpa?
—Todo este tiempo sabías donde y con quién estaba Ariana y solo me sacaste a “pasear”.
Editado: 02.05.2025