La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE I: BAJO ATAQUE - CAPÍTULO 4

La margen izquierda del río Pomel era más escarpada, con altas barrancas en las cuales el cansado grupo encontró una cueva de pocos metros de profundidad donde decidieron pasar el resto de la noche. Descansaron por turnos, haciendo guardias cortas. La única que durmió toda la noche fue la agotada Sabrina, a quién ninguno de los demás quiso despertar para que hiciera guardia.

Al amanecer, Sabrina abrió los ojos y se desperezó con un gruñido soñoliento. Descubrió que estaba bien arropada con una cálida manta, junto a un crepitante fuego sobre el cual descansaba una pequeña olla de cobre cuyo contenido despedía un olor que le hizo recordar que estaba hambrienta. A su lado estaba su camisa, perfectamente seca y doblada.

—Buenos días —la saludó Liam, sentado a su lado.

—El desayuno estará listo en unos minutos —dijo Dana del otro lado del fuego, revolviendo la olla con una cuchara de madera.

—¿Qué…? —se refregó los ojos Sabrina.

—Toma —le alcanzó Liam un bulto de tela.

—¿Qué es esto? —preguntó ella, tomando el bulto.

—Perdiste tus pantalones en el río —respondió él—. Estos son unos extras que guardaba en mi mochila.

—Pero…

—Te dejaré sola para que te vistas en privado —dijo él, poniéndose de pie.

Ella solo se lo quedó mirando sin responder.

—De nada —le sonrió él con sarcasmo, saliendo de la cueva.

Sabrina se puso los pantalones y la camisa en silencio:

—¿Fue Liam el que me sacó del agua? ¿El que me salvó de la serpiente? —le preguntó a Dana.

—Sí, y también te cargó en brazos hasta aquí —le respondió Dana, probando el estofado con la cuchara y agregando un puñado de especias a la olla.

Sabrina no dijo nada.

—No morirás si le pides disculpas, ¿sabes? —le dijo Dana, mirándola de reojo.

—¿Dónde están los demás? —cambió de tema Sabrina, pasando sus dedos entre su enredado cabello negro para luego trenzarlo con destreza.

—Afuera, reconociendo el terreno. ¿Por qué no vas a avisarles que esto ya está listo?

Sabrina estuvo a punto de decirle a Dana que ella no era su sirvienta para que la mandara a hacer cosas, pero luego lo pensó mejor y obedeció. No le venía mal alejarse de Dana antes de que la siguiera sermoneando sobre cómo debía actuar con Liam. Encontró a los otros tres afuera, señalando la barranca y hablando de distancias y tiempos de recorrido. Los tres abandonaron su conversación con gusto ante el anuncio del desayuno y volvieron a la cueva junto con Sabrina.

Dana retiró la olla del fuego con cuidado para no quemarse y la puso en el suelo, justo en el centro del círculo en el que todos se habían sentado, para que pudieran alcanzar el estofado sin problemas. Les repartió cucharas de madera y todos comenzaron a comer con gran deleite.

—¿Cómo va el reconocimiento? —preguntó Dana.

—Bruno encontró un lugar donde la parte superior de la barranca es más accesible —dijo Augusto—. Pensamos que desde arriba podremos tener una mejor vista del área para poder ubicarnos.

—Buena idea —concedió Dana.

—Tengo algo que decirles —interrumpió Sabrina.

—Te escuchamos —dijo Augusto.

—Llegó el momento de separarnos y que cada uno siga su camino —anunció.

Liam se atragantó con estofado y tosió violentamente:

—¡¿Qué?! —logró articular después de un momento—. ¿Por qué?

—Bueno, mi plan no era este, mi plan era huir sola, y la verdad es... la verdad es que ustedes me están retrasando. Lo siento, pero ustedes son un lastre para mí. Necesito moverme más rápido.

—¿Piensas que te las puedes arreglar sola? ¿Que no nos necesitas? —Liam tuvo que refrenarse para no gritarle.

—Por supuesto, soy una guerrera entrenada —respondió ella con tono arrogante.

—¿Por qué no comes un poco más de estofado? —le dijo Liam con tono helado—. Creo que lo necesitas, porque parece que la falta de alimento te provocó anemia en el cerebro.

—Liam... —lo reprendió Dana.




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