La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE I: BAJO ATAQUE - CAPÍTULO 6

Cuando Sabrina escuchó los pasos de Liam que se acercaban, se pasó el dorso de la mano rápidamente por los ojos, secándose las lágrimas:

—¿Qué quieres? —le espetó enojada, dándole la espalda.

Liam la rodeó hasta quedar frente a ella:

—¿Estuviste llorando? —le preguntó, sorprendido.

—No —mintió ella—. ¿Qué quieres? ¿Encontraste más insultos para herirme?

—No —dijo él con la voz apagada. El verla en ese estado de vulnerabilidad, había desvanecido toda la furia con la que había venido a confrontarla.

Hubo un largo silencio entre los dos. Finalmente, Liam se atrevió a preguntar:

—¿Por qué quieres dejarnos? Dime la verdad.

—Ya te dije la verdad —protestó ella.

—Lo que te dije allá adentro… —comenzó Liam— no es cierto. Solo estaba enojado. Sé que no eres estúpida y que sabes perfectamente que no estarías viva de no ser por nuestra intervención, aunque te niegues a reconocerlo en voz alta. Así que esa explicación insultante de que somos un lastre es mentira. Dime la verdad, el verdadero motivo —insistió con suavidad.

—Es… complicado —se excusó ella.

—Tal vez tienes la impresión de que soy un retrasado mental, pero no lo soy: puedo entender cosas complicadas —dijo él, tratando de reprimir sin éxito su sarcasmo.

—Ya han arriesgado demasiado sus vidas por mí —respondió ella, cabizbaja—. No vale la pena que lo sigan haciendo.

—¿Crees que no lo vales?

—Creo que las circunstancias por las que estoy en esta situación no lo valen —corrigió ella.

—¿A qué te refieres?

—¿Sabes quién soy, Liam?

—Sabrina Margaret Madeleine Eleonora Isabel de Tirso —recitó Liam—. Hija del emperador Ariosto de Tirso y princesa heredera al trono de Marakar.

—Felicidades por saber todos mis nombres y mis títulos —esta vez fue ella la que usó un tono sarcástico—. Casi nadie en Marakar se molesta en aprender mi nombre completo y mucho menos en el orden correcto.

—He hecho mis deberes —sonrió Liam.

—Durante mi escape de Marakar —continuó ella con tono serio—, me metí en muchos problemas.

—Sí —admitió Liam—. Saltar desde la ventana de tu habitación en la línea de visión de los guardias que te vigilaban fue el único movimiento poco inteligente que te he visto hacer, bueno, aparte de lo de meterte en un río con serpientes acuáticas que salen a comer de noche.

—No tuve mucha opción, los embajadores de Istruna ya estaban camino a mi habitación para llevarme. Fue una suerte que ustedes estuvieran justo en el patio donde caí y decidieran espontáneamente ayudarme a librarme de los guardias.

—Sí, una verdadera suerte —murmuró Liam para sí.

—Aun sin saber quién era, aun sin entender la situación, me salvaron.

—La situación no era difícil de entender: tres guardias armados contra una chica indefensa. Era obvio que el lado correcto de la situación era el tuyo.

Ella solo sonrió.

—Bueno, no tan indefensa —continuó Liam—. Esa pequeña ballesta tuya dejó fuera de combate a dos de los guardias y Bruno noqueó al tercero antes de que terminara de ahorcarte. Las flechas disparadas por Dana amedrentaron a los demás, obligándolos a ponerse a cubierto mientras te sacábamos por los jardines.

—Acciones heroicas para ayudar a alguien a quien ni siquiera conocían. Creo que si hubiesen sabido el motivo de mi huida, habrían permitido que los guardias me capturaran.

—No. ¿Por qué dices eso? —le apoyó él tentativamente la mano en el hombro.

—Oh, Liam, me temo que tienes razón: soy una chiquilla mimada y caprichosa. La razón por la que escapé del palacio de Marakar es porque mi padre pretende darme en matrimonio al príncipe Gaspar de Novera para realizar una alianza de sangre con el reino de Istruna.

Liam permaneció en silencio, sin hacer ningún comentario.

—Mi felicidad y mis sentimientos no importan cuando se trata de ventajas políticas —continuó ella—. Mi negación a este matrimonio arreglado me convierte en traidora a la dinastía de Tirso. La presión que mi padre ha estado ejerciendo en este asunto es tan brutal que no tuve más opción que escapar. Sé que te parecerá trivial, que te parecerá un mero capricho. Después de todo, ¿qué diferencia hay entre pasar de vivir en la corte de un palacio a vivir en otra? Es decir, no es como si… —Sabrina comenzó a sollozar suavemente, sin poder terminar la frase.




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