La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE I: BAJO ATAQUE - CAPÍTULO 9

Al caer la noche, acamparon en un paraje agreste, cobijándose bajo un espinillo raquítico que no ofrecía un refugio muy adecuado. Según los cálculos de Sabrina, estaban solo a medio día de Strudelsam, donde podrían retomar la Vía Vertis hacia el norte. Después de una cena fría (no era conveniente hacer fuego en un lugar abierto y atraer la atención de más Ojos), todos se acomodaron para dormir, dejando a Sabrina y Liam haciendo la primera guardia.

—No ha habido más Ojos —comentó Liam para hacer conversación—. Eso es bueno.

—Tal vez —respondió ella—, o quizás significa que el Ojo que enviaron obtuvo lo que querían y ya no es necesario enviar más.

—¿Siempre eres así de pesimista? —gruñó él.

—¿Y tú? ¿Siempre eres así de ingenuo?

—Solo estoy tratando de ver el vaso medio lleno —protestó él.

—¿Qué significa eso?

—Si un vaso está lleno hasta la mitad, el pesimista se concentrará en que el vaso está medio vacío, en cambio el optimista pondrá su atención en el hecho de que el vaso está medio lleno —explicó él.

—¿Y tú eres un optimista?

—Debo serlo. De otra forma nunca hubiese podido salir del pozo en el que me encontraba antes de… —Liam dejó la frase sin terminar.

—Veo que tú también tienes tus secretos —dijo ella.

—Lo siento. Tal vez algún día pueda contarte todo, quién soy, de dónde vengo… todo.

—Yo también espero poder contarte todo sobre mí también —sonrió ella.

—¿Qué te lo impide? ¿No confías en mí todavía?

—Liam, seamos sinceros, ni siquiera tus propios compañeros confían en ti, sin ofender.

—Tal vez no fue buena idea que tú y yo hiciéramos guardia juntos —refunfuñó Liam, que sí se había ofendido, y que se sentía dolido y excluido por primera vez en mucho tiempo.

—Si quieres, puedes dormir. Yo puedo vigilar el campamento sin tu ayuda —dijo ella, retorciendo el puñal de angustia que su comentario anterior había clavado en el pecho de Liam.

—Lo haría, pero no tengo sueño —dijo él con fastidio.

—Yo tampoco —retrucó ella.

Los dos estuvieron en silencio por un largo rato. Liam, mascullando, resoplando y gruñendo de forma ininteligible por lo bajo. Sabrina, con una sonrisa burlona en los labios. Fue ella la que finalmente rompió el mutismo:

—¿Conocías a Bernard desde antes?

—No, me lo presentaron no más de media hora antes de que saltaras por la ventana y comenzara todo el pandemonio —respondió él—. ¿Quién es él en verdad?

—Él es el jefe de la Gran Biblioteca de Marakar —respondió ella.

—Pero es mucho más que eso para ti, ¿no es así?

—Lo conozco desde que tengo uso de razón —asintió ella—. Él es mi maestro, es el que me educó desde niña. He pasado más tiempo con él que con cualquier otra persona en mi vida. Él me lo enseñó todo, desde ciencia e historia hasta etiqueta palaciega. Me enseñó a manejar mi cuerpo y mi mente, a ser una dama y una guerrera. Él es más un padre para mí que mi padre biológico.

—Cuando lo conocí, me dio la impresión de que el cariño era mutuo —dijo Liam—. ¿Sabía él de tu dilema con el príncipe de Istruna?

—Él sabe todo de mí —asintió Sabrina—. Siempre he corrido a él con todos mis problemas, con todas mis dudas. Él es el único que siempre ha podido comprenderme por completo.

—Entonces, ¿por qué te sorprendió que hubiese arreglado las cosas para que te ayudáramos en tu huida?

—Bernard es un hombre culto y sabio —respondió Sabrina—, pero es un ermitaño. Su vida ha estado siempre entre los libros. No le es fácil relacionarse con la gente, y menos con extranjeros. No me imagino cómo hizo para contactarlos a ustedes y mucho menos para convencerlos de que me ayudaran.

Liam no contestó.

—Supongo que tú no sabes nada de cómo lo hizo, ¿no? —inquirió ella.




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