—¿No preparaste el desayuno, Gus? —le recriminó Liam a su amigo—. ¡Te tocaba, viejo! El que tiene la última guardia antes del amanecer es el encargado de…
—Tranquilo, Liam —lo apaciguó Augusto—. No querrás despertar a Sabrina con tus gritos.
Liam miró de reojo a Sabrina que todavía dormía y se calmó.
—¿Qué pasa? —se refregó los ojos Bruno, incorporándose parcialmente sobre un codo.
—Nada —respondió Augusto—, Liam tiene hambre. Ya sabes cómo se pone cuando tiene el estómago vacío por mucho tiempo.
Dana apareció de detrás de unos arbustos. Liam se volvió hacia ella para informarle de sus quejas por la falta de desayuno, pero ella lo detuvo enseguida con una mano en alto:
—Ya escuché toda la discusión —lo desestimó—. La razón por la que Augusto no preparó el desayuno es porque ya no tenemos provisiones.
—¿Qué? ¿Cómo es posible? —volvió a levantar la voz Liam entre indignado y preocupado.
—Perdí mi bolsa de víveres en el cruce del río —explicó Dana—. Lo único que quedó es lo que habías empacado en tu mochila y lo terminamos ayer. Recorrí el lugar esta mañana, pero esta es la estación seca y no hay nada comestible en los alrededores.
—¿Entonces? —cuestionó Liam.
—Estamos a medio día de Strudelsam —dijo Dana—. Nos reaprovisionaremos allí.
—¿Entraremos en la ciudad? ¿No es eso arriesgado? Agrimar es enemigo de Marakar, si descubren…
—Nadie va a descubrir nada —lo calmó Dana—. La ciudad es grande y la Vía Vertis la mantiene inundada de viajeros todo el año. Nadie va a prestar atención a un grupo de extranjeros buscando alojamiento y provisiones. Solo tenemos que evitar que Sabrina hable con su acento de Marakar y estaremos bien.
—¿Lo ves, Liam? —intervino Augusto—. No tienes nada de qué preocuparte. Si tu estómago aguanta unas horas más, disfrutarás de un desayuno mucho mejor de lo que yo hubiese podido preparar con mis básicas habilidades para la cocina. Sin mencionar el acceso a un baño con agua caliente y una cama de verdad para esta noche. Nos merecemos esos lujos después de todo por lo que hemos pasado, ¿no te parece?
—De acuerdo, ustedes mandan —aceptó Liam, que también estaba cansado de dormir sucio y en el duro suelo.
—Despierta a Sabrina y vamos —lo animó Dana.
Liam asintió y se arrodilló junto a la princesa, sacudiéndola suavemente del hombro:
—Arriba, Sabrina. Nuestra siguiente parada es una lujosa posada en Strudelsam. ¿Sabrina? ¡Sabrina!
—¿Qué le pasa? —se acercó Dana.
—No lo sé, no despierta.
—¿Sabrina? —la tomó Dana del rostro—. Sabrina, ¿puedes escucharme?
La muchacha gimió unas palabras ininteligibles y se revolvió bajo las mantas. Estaba cubierta en sudor.
—Está ardiendo de fiebre. ¿Pasó algo anoche? —preguntó Dana con urgencia.
—Nada. Estaba bien —aseguró Liam—. Gus, ¿puedes hacer algo?
—Quítale las mantas —dijo Augusto—. Tenemos que enfriarla.
—¿Cómo? Estamos muy lejos del río y no tenemos nada con qué bajarle la fiebre, ¿o sí? —dijo Liam, lanzándole una mirada de soslayo a Dana.
—Mis provisiones de Robidra están en el fondo de la Olla Muerta —respondió Dana, preocupada.
Augusto le desabrochó los pantalones a Sabrina y comenzó a bajárselos.
—¡Qué crees que estás haciendo! —lo increpó Liam, tomándolo fuertemente de la muñeca para detenerlo.
—Necesitamos saber la causa. ¡Déjame trabajar, maldita sea! —se soltó Augusto.
—¿Qué es eso en su muslo? —preguntó Dana, señalando una herida roja con bordes amarillentos.
—La serpiente debió morderla cuando la atacó en el río —opinó Augusto.
—¿Por qué no dijo nada? ¡Esa terca necesidad de mostrarse fuerte e invulnerable! —rezongó Liam.
—No parece una mordida —opinó Bruno desde atrás—. Además, el veneno le hubiese hecho efecto mucho antes.
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Editado: 19.02.2021