—Buenos días, Liam —dijo Stefan.
Liam reaccionó encogiendo su desnudo cuerpo contra la pared, abrazando sus rodillas contra el pecho con la mano libre. Cada vez que Stefan entraba en su celda, lo saludaba de la misma manera, aun cuando no fuera un nuevo día, lo que mantenía confundido a Liam sobre la cantidad de tiempo que llevaba encadenado en la prisión subterránea.
Stefan recogió su manto azul y se acuclilló junto al asustado Liam:
—Traje algo para mostrarte —desenrolló un viejo pergamino con un retrato frente a los ojos de Liam.
Liam apartó la vista. Stefan lo tomó bruscamente de la nuca y lo obligó a mirar. Los ojos de Liam se abrieron sorprendidos al ver el retrato. Demasiado tarde, se dio cuenta de que había delatado que reconocía al hombre en el retrato. Stefan sonrió complacido al ver la reacción de Liam.
—Hoy no quiero ninguna historia, Liam —dijo el mago—. Hoy solo quiero el nombre del hombre de esta pintura.
Liam cerró los ojos y suspiró con labios temblorosos. Hoy iba a ser uno de esos días, los días en que su resistencia a contestar lo iba a llevar al borde de la muerte.
—No voy a pedírtelo dos veces, Liam, no voy a darte oportunidades, no voy a explicarte lo que te pasará si no respondes a mi pregunta con la total y absoluta verdad —lo amenazó el mago.
Liam mantuvo los labios apretados, mientras las lágrimas comenzaban a correr por sus mejillas.
—Sí —suspiró el mago—, ya me imaginaba que estabas extrañando a Orsi. ¡Orsi! —lo llamó con voz potente.
El mero nombre hizo que Liam se pusiera a temblar de pies a cabeza. El mago le dio un momento para ver si se arrepentía y decidía cooperar, pero Liam no habló, solo apretó los dientes con una fuerza tal que casi los quiebra.
Orsi entró en la celda al escuchar el llamado de su amo. Medía casi dos metros y su voluminoso cuerpo estaba cubierto casi por completo con un atuendo de cuero negro. Llevaba una capucha también de cuero negro en la cabeza, que ocultaba bien su identidad, con orificios en los ojos, la nariz y la boca. Bajo el brazo traía un bulto envuelto en tela gruesa, ceñido con correas de cuero: sus herramientas. Orsi era el torturador y verdugo al servicio de Stefan.
—Nuestro amigo Liam ha decidido que necesita otra sesión —dijo Stefan de forma casual a Orsi.
—Señor… —murmuró Orsi—. Esta es ya la quinta.
—¿Y?
—No va a sobrevivir —le advirtió Orsi—. Los sujetos normalmente solo aguantan tres sesiones.
—Y sin embargo, nuestro Liam ha aguantado ya cuatro, lo que significa que es más fuerte que los sujetos con los que habitualmente trabajas.
—Pero…
—Guarda tu lugar, Orsi —le advirtió Stefan—, y haz tu trabajo. Avísame cuando esté listo.
—Sí, señor —bajó la cabeza Orsi en obediencia.
Stefan se retiró de la celda. El corpulento verdugo fue hasta la robusta mesa de madera colocada en la esquina derecha de la celda y apoyó el bulto de tela, desatando las correas con parsimonia y desplegando su contenido sobre la mesa. Cuando Liam escuchó el tintinear de los frascos de vidrio que Orsi iba ubicando con cuidado sobre la madera, le corrió un escalofrío por la espalda. A pesar de su terror, se atrevió a echar un rápido vistazo hacia la mesa, y justo vio cuando Orsi destapaba un frasco con un enorme escorpión negro vivo y enojado, con la cola levantada en amenaza.
—No… —gimió Liam, desesperado.
Orsi siguió trabajando sin inmutarse, preparándose para la sesión.
—Por favor… no… —lloró Liam.
Ni sus ruegos, ni su llanto, ni sus lastimeros gemidos alteraron al impasible Orsi. Él era un verdugo profesional, inmune al sufrimiento humano. Experto en ignorar el horror de sus víctimas. Orsi nunca hablaba con los prisioneros, nunca los escuchaba ni les dirigía la palabra, pero esta vez, esta única vez, mientras se acercaba a Liam para comenzar con el doloroso tratamiento, le dijo:
—Si crees en algo, este es el momento de encomendarte a su misericordia, porque este es tu final, muchacho.
Liam tragó saliva y aceptó su muerte. Evaluó su vida e hizo las paces con sus errores. Moría por una causa justa, moría protegiendo a quién lo había salvado de su abismo personal. Eso estaba bien, estaba bien, era correcto…
Pero Liam no fue bendecido por la muerte. Su cuerpo reaccionó de forma violenta al potente veneno mezclado con otras substancias que Orsi le había administrado. El dolor lo puso en un estado alterado de conciencia en el que no podía discernir quién era ni dónde estaba.
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Editado: 19.02.2021