En medio de la noche, Liam escuchó unos golpes suaves en la puerta de su habitación en la posada El Refugio del Rey. Desenfundó el puñal de Dana y lo sostuvo oculto en su espalda con la mano derecha, mientras abría la puerta despacio con la izquierda.
—Tu habitación es mucho más pequeña que la mía —asomó la cabeza Sabrina—. Y tu cama también —completó, haciendo a un lado a Liam y entrando en la habitación—. Ya veo por qué no te asignaron compañero de cuarto.
—¿Qué haces aquí, Sabrina? —frunció el ceño Liam, apoyando el puñal en la mesa de noche junto a la cama—. Deberías estar durmiendo.
—No puedo dormir. Dana ronca —se encogió de hombros ella.
—Sabrina, mañana es un día importante. No sé lo que va a pasar en Caer Dunair, pero creo que todos debemos estar descansados.
—¿Has notado que Dana está más taciturna que de costumbre?
—Lo que sea que va a pasar mañana la tiene preocupada —dedujo Liam.
—Exacto —asintió Sabrina—. Tengo un mal presentimiento con respecto a Caer Dunair, Liam.
—Ven —la invitó él a sentarse a su lado en la pequeña cama.
Ella se sentó y él le pasó un brazo por los hombros.
—Lo que sea que pase mañana… debes saber que te protegeré con mi vida, Sabrina —prometió él.
—¿Porque Bernard te lo pidió?
—No, Sabrina —le acarició la negra trenza él—, porque te amo. Te amo desde que te vi por primera vez en Marakar.
Ella lo abrazó y lo besó largamente en los labios.
—Liam —tomó ella el rostro de él entre sus manos—, yo también te amo. Nunca me había sentido así por alguien, nunca. Oh, mi dulce y protector Liam, tengo miedo de que esta sea nuestra última noche juntos.
—No, Sabrina, no digas eso. Todo va a salir bien —la confortó él.
—Hazme el amor, Liam —le pidió ella—. Si esta es mi última noche contigo, quiero que sea la mejor de mi vida.
Liam la volvió a besar mientras ella le desabrochaba el pantalón. Hicieron el amor con desenfreno, toda la noche, como si no hubiera mañana, como si no existiera nada más allá de sus cuerpos y sus caricias, nada más allá de dar y recibir placer, de dar y recibir amor. Aquella no fue solo la mejor noche de la vida de Sabrina, sino también la de Liam.
El amanecer los encontró abrazados en la pequeña cama. Liam acariciaba distraídamente la gema negra que colgaba del cuello de Sabrina en una cadena de plata.
—¿Qué es esta piedra? —inquirió Liam.
—Obsidiana —respondió ella—. Me la dio Bernard cuando cumplí cinco años. Me hizo prometer que nunca me la quitaría. Sé que suena supersticioso, pero para mí es como una especie de talismán protector.
—Tal vez lo es —dijo Liam—. He visto gemas de poder que pueden hacer cosas prodigiosas, y perlas también.
—¿Gemas mágicas? —se interesó ella—. Cuéntame.
—Tal vez más tarde —la besó él en la frente—. Deberíamos vestirnos y bajar a desayunar antes de que Dana se despierte y se dé cuenta de que pasaste la noche conmigo.
—No me importa lo que Dana piense sobre lo nuestro —dijo ella.
—Tienes razón, ¡al diablo con ella! —Liam atrajo a Sabrina hacia sí y la volvió a besar, esta vez, en los labios.
Los dos decidieron hacer que la mañana fuera tan inolvidable como la noche.
Para cuando bajaron a desayunar, sus compañeros de viaje ya estaban en el comedor, listos para partir, esperando pacientemente a la pareja.
—Tendrán que desayunar algo rápido —les dijo Dana a los recién llegados con un tono poco amigable—. Estamos retrasados.
Liam y Sabrina asintieron sin protestar y se sentaron a la mesa donde el mozo les sirvió café caliente y leche.
—Dana quería ir a traerte de una oreja —le susurró Augusto a Liam en el oído—, pero la convencí de que te dejara tranquilo.
—Gracias, viejo —le respondió Liam.
—¿Valió la pena?
—No tienes idea, Gus —sonrió Liam.
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Editado: 19.02.2021