Liam se sentó junto a Sabrina y extendió su manta para cubrirla de la llovizna.
—La próxima vez, traeré una manta impermeable plástica —dijo Liam—. Y una tienda de campaña también. Bolsas de dormir, definitivamente bolsas de dormir.
—Sabes bien que hemos acordado no introducir elementos extraños en este tipo de… culturas, Liam —le dijo Augusto, mirando de soslayo a Sabrina.
—¿Ah, sí? Entonces, ¿por qué Bruno trajo una pistola? —le recriminó Liam—. Un arma de fuego está más alta en la lista de prohibiciones que una inocente bolsa de dormir térmica.
—Es el único tipo de arma que Bruno sabe manejar —dijo Augusto—. No había tiempo de instruirlo en esgrima o en arquería.
—Lo que me lleva a mi siguiente importante pregunta: ¿Por qué las armas? Nunca hacemos incursiones armados —le reprochó el otro.
Augusto guardó silencio.
—Y otra cosa más: ¿por qué todos están armados y yo no? —lo increpó Liam cada vez más enojado.
—¡Ya basta, Liam! —lo reprendió Dana—. Tienes mi puñal, ¿o no?
Liam lanzó un gruñido y se puso de pie.
—¿A dónde crees que vas? —lo cuestionó Dana.
—Tengo que orinar —le espetó Liam—. No querrás que lo haga aquí, ¿no?
—Siéntate y aguántate —le ordenó ella con tono severo— No debemos separarnos.
Enfurruñado, Liam se volvió a sentar.
—¿Y qué estamos haciendo aquí bajo esta maldita llovizna de todas formas? —vociferó Liam, exasperado.
—Esperando —dijo Augusto.
—¿Esperando a quién?
—¡Ya cálmate de una vez, Liam! —lo reprendió Dana.
—¡Esto se acabó! —gritó Liam, poniéndose de pie otra vez y dirigiéndose hacia la salida de la habitación.
—¡Liam! ¡Vuelve acá! —trató de detenerlo Dana.
—Déjame en paz, solo voy al baño, no me voy de excursión —protestó Liam, abandonando el grupo.
—Gus… —le pidió Dana.
—Sí, ya voy —fue Augusto tras su amigo.
Liam apuró el paso y se ocultó tras una columna hasta ver pasar a Augusto hacia otra parte de las ruinas, tratando de seguirlo. Luego se fue en la dirección contraria. Además de orinar, necesitaba estar solo, aunque más no fuera por un momento. El trato que estaba recibiendo de los demás le resultaba cada vez más insoportable. Consideró la posibilidad de huir con Sabrina y abandonar a sus amigos. Las ciudades populosas de Agrimar ofrecían buenas posibilidades para iniciar una nueva vida.
Liam todavía tenía el pantalón abierto y las manos ocupadas cuando sintió la fría hoja de una daga en su cuello.
—Ni un sonido, o será el último —le susurró una voz desde atrás.
Liam se cerró el pantalón lentamente y levantó las manos en señal de rendición.
—Camina —le ordenó su captor sin despegar la filosa hoja de su cuello, mientras lo empujaba en dirección al salón principal de la fortaleza con sus gruesas columnas y sus arcadas.
Liam fue llevado hasta el salón, donde lo esperaban un hombre delgado con rostro enjuto y ojos negros y penetrantes, que vestía un manto azul, y una mujer de mediana edad de pelo marrón recogido en una cola de caballo en la nuca, de mirada vivaz y atenta, vestida con ropas masculinas y cómodas. Detrás de ellos, había cinco hombres más que se desplegaron alrededor de Liam, apuntándole a la cabeza con ballestas cargadas.
El sujeto que amenazaba a Liam con la daga, la despegó de su cuello y lo empujó hacia abajo:
—De rodillas —le gruñó.
Liam obedeció en silencio. El hombre le ató las manos a la espalda con una ligadura fina de cuero que se le incrustó dolorosamente en las muñecas.
—Los demás deben estar cerca —dijo la mujer—. ¿Quieres que vayamos por ellos?
—No —contestó el hombre del manto azul—. Ellos vendrán a rescatarlo a él —señaló a Liam—, y así podremos negociar sin que nuestro objetivo pierda la vida en el proceso.
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Editado: 19.02.2021