—Sí —confirmó Lug—, tu misión y la del grupo es proteger a esa chica. Las implicaciones de nuestra intervención ya han sido consideradas y las he juzgado aceptables, dadas las circunstancias.
—¿Qué circunstancias? —entrecerró los ojos Liam con desconfianza.
—Liam, no tengo tiempo ahora de explicarte toda la trama que hay detrás de esto. La irás descubriendo de camino, como en cualquier incursión normal. Pero si las condiciones de este trabajo no te parecen satisfactorias, todo lo que tienes que hacer es tomar mi mano y te devolveré a tu habitación en la escuela de las Marismas.
Liam guardó silencio por un momento, considerando:
—No, está bien, la ayudaré —decidió al fin.
Bernard suspiró, visiblemente aliviado.
—¿Tienes el mapa? —le preguntó Lug a Bernard.
El bibliotecario asintió.
—Muéstraselo —le pidió.
Bernard extrajo una llave pequeña de su pantalón y se dirigió a un gabinete de madera semioculto entre dos anaqueles de libros. Abrió la puertecita y sacó un tubo de cuero, que llevó hasta su escritorio. Corrió los desordenados papeles, abrió el tubo y sacó un pergamino, extendiéndolo sobre el escritorio.
Liam se acercó y estudió el mapa con atención. Era increíblemente detallado, con cientos de leyendas explicativas de accidentes geográficos, ciudades, caminos y hasta nombres de personas y advertencias.
—Estamos aquí, en el palacio de Marakar, en el imperio del mismo nombre —explicó Bernard, señalando un punto en el mapa—. Y este lugar es Caer Dunair, donde deben llevar a Sabrina para que esté a salvo —indicó el nombre encerrado en un grueso círculo de tinta roja.
Liam asintió, escrutando el mapa y calculando la mejor ruta para ir de un punto al otro. Bernard lo dejó examinar el mapa con tranquilidad y se alejó hacia el otro extremo de la oficina, desde donde Lug le hacía un gesto insistente con la mano para que se acercara a hablar con él.
—¿Qué te parece el muchacho? —le susurró Lug a Bernard.
—Mi opinión sobre él no es la que importa, Lug y lo sabes. ¿Por qué lo trajiste a la biblioteca? Pude darte el mapa simplemente a ti para que se lo pasaras.
—Quería que lo conocieras —se encogió de hombros Lug—. Creo que tienes derecho.
Liam simuló seguir interesado en el mapa, pero su atención estaba completamente puesta en la conversación susurrada de los otros dos.
—Por un momento, creí que no iba a aceptar —dijo Bernard.
—Yo nunca tuve dudas —le retrucó Lug—. El destino es inexorable en casos como este.
—No será fácil —le advirtió Bernard.
—Lo sé.
—Y habrá violencia —siguió el bibliotecario.
—Están preparados, no te preocupes.
Los dos guardaron silencio por un momento.
—Dime algo —comenzó Lug—. ¿Estuviste ahí cuando…?
—Sí, estuve hasta el final —respondió el otro con el rostro grave.
—Quiero saberlo —le tomó la mano Lug a Bernard de forma repentina.
—No, no quieres —se soltó abruptamente Bernard de la mano de Lug—, y menos en este momento —lo reprendió con vehemencia.
—Lo siento —dijo Lug, desviando la mirada al piso.
Bernard se alejó de Lug y se acercó a Liam, tratando de sonreír para disimular su turbación ante el exabrupto con Lug. Liam simuló no haberse dado cuenta de nada y puntualizó:
—La ruta más conveniente parece ser cruzando este puente y tomando este camino ancho hacia el norte, la… Vía Vertis —leyó con dificultad las pequeñas y estilizadas letras.
—Sí, sí, eso es correcto —aprobó Bernard.
—Parece un viaje largo —comentó Liam.
Bernard volvió al gabinete de madera y extrajo un pesado y voluminoso saco de cuero, entregándolo a Liam:
—Aquí hay suficiente dinero para costear el viaje — le dijo.
—Esto es generoso —dijo Liam al notar el peso del saco.
—No tanto —meneó la cabeza Bernard—. No tengo suficiente plata ni posesiones para pagar el servicio que van a brindarme, la ayuda para Sabrina.
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Editado: 19.02.2021