La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE II: BAJO TORTURA - CAPÍTULO 22

—Habla, Felisa —la conminó Myr con tono severo.

Cuando el poder de la Reina de Obsidiana despierte, ella subirá al trono de Ingra con la ayuda de la Llave de los Mundos, y la era de los Magos llegará a su fin. Pero la transición traerá un mar de sangre y sacrificio, porque los Magos no están dispuestos a perder su poder. El destino obedece a quien toma sus riendas  —recitó Felisa—. Desde que se filtró la profecía, la imaginación de todos los poderosos en Ingra se ha disparado y ha comenzado una cacería feroz para hacerse con la supuesta futura Reina de Obsidiana, que, como cualquiera con dos dedos de frente puede deducir, no es ni más ni menos que la joven princesa Sabrina de Marakar. Algunos quieren matarla para evitar su advenimiento, otros, como Stefan, piensan que solo necesitan controlarla como a cualquier otro rey, volviéndola un títere más. Incluso el emperador Ariosto la ha prometido en matrimonio a Gaspar de Novera, príncipe heredero de Istruna, porque piensa que con el presunto poder de su hija, sumado a una alianza con el reino de Istruna, podrá saciar su vieja ambición de apoderarse de Agrimar y cambiar su título de “Emperador de Marakar” a “Emperador de Ingra”. Al principio, pensé que todo el asunto de la profecía era pura fantasía, pues la chica no es más que una rebelde con un temperamento demasiado intrépido y masculino para una princesa digna de la corte de Marakar, o de cualquier otra corte, y nunca ha mostrado inclinación alguna hacia la política o hacia las artes de la magia. Así que como te imaginarás, no presté la más mínima atención al asunto.

—¿Y qué te hizo cambiar de opinión? —inquirió Myr.

—Lo que vi en Caer Dunair, por supuesto —replicó ella.

—¿Cómo llegaste a Caer Dunair?

—Stefan se enteró de que Sabrina había huido de Marakar en circunstancias sospechosas con un grupo de extranjeros. Me contrató para enviar un Ojo a vigilarlos. Así fue como descubrimos que se dirigían a Caer Dunair.

—¿Estás trabajando para ese psicópata de Stefan? —le recriminó Myr—. Creí que ya no te mezclabas más con carroña como esa.

—Bueno, de algo tengo que vivir, ¿no? Y Stefan paga bien.

—No debería sorprenderme que vendas tu alma al mejor postor —le escupió Myr con desdén—. Después de todo, eres una mercenaria.

—No fue solo por el dinero —se excusó ella—. Tenía curiosidad sobre lo que Stefan se traía entre manos. Siempre es bueno tener cerca a tus potenciales enemigos.

—O a tus potenciales amigos —le retrucó Myr con sarcasmo.

—Stefan no tiene amigos, solo sirvientes —dijo ella, sin inmutarse ante la hostilidad de él.

—¿Qué pasó en Caer Dunair? No más rodeos, dímelo de una vez —le exigió Myr.

—No, Myr, no hasta que lleguemos a un acuerdo sobre mi pago —se puso firme ella.

—¿Formar parte de una supuesta facción a la que crees que pertenezco?

—Sí.

—Primero, no pertenezco a ninguna facción, y segundo, si perteneciera, ¿qué te hace pensar que aceptarían a alguien que nos traicionará a la primera oportunidad porque le es más lucrativo trabajar para nuestros enemigos? —le espetó Myr.

—Entiendo, quieres una prueba de lealtad —dijo ella—. Qué tal esto: yo fui testigo de primera mano de lo que Stefan ha estado tratando de sonsacar bajo tortura a uno de los extranjeros que atrapó en Caer Dunair, y sin embargo, no le he revelado nada.

—¿Qué? ¿Stefan capturó a alguien del grupo? ¿A quién? —preguntó Myr, alarmado.

—Un muchacho pelirrojo. Su nombre es Liam MacNeal. Lo sometió a cuatro de sus famosas sesiones. Sus elixires de veneno de escorpión mezclado con drogas hipnóticas son muy efectivos, casi diría que infalibles. La combinación del dolor con…

—¡Maldito, Stefan! —se puso de pie Myr, golpeando con furia la descascarada pared con un puño cerrado—. No necesitaba hacerlo sufrir así, todo lo que requería era un telépata decente que le explorara la mente.

—Stefan no confía en los telépatas, no le gusta la información de segunda mano —dijo Felisa—. Aunque supongo que la razón principal del uso de sus aberrantes métodos es el placer sádico que ese tipo de tortura le da.

—¿Qué sabe Stefan? ¿Qué averiguó? —inquirió él.




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