—Iba a suceder tarde o temprano —dijo Felisa—: Stefan encontró un dato valioso entre todas las divagaciones de Liam.
—¿Qué dato? —se mordió el labio inferior Myr con nerviosismo.
—Un nombre: Bernard de Migliana, jefe de la Gran Biblioteca de Marakar.
Myr se volvió a sentar y suspiró un largo suspiro, tratando de aflojar la tensión de su rostro. El intento no pasó desapercibido a los finos poderes de observación de la espía.
—Stefan me mandó a buscarlo —continuó Felisa—, pero no pude localizarlo, pues ese no es su verdadero nombre y no puedo realizar mis rastreos mágicos sin el nombre real de la persona.
Myr no dijo nada.
—Humm. Veo que no te sorprende que Bernard de Migliana sea un nombre falso —dijo ella, clavando su mirada por un largo momento en los ojos de Myr.
Él no se inmutó ante el comentario de ella.
—Bueno —siguió la espía—, hay otras formas de averiguar cosas sobre una persona, formas que no requieren magia. Stefan me dio un generoso viático con el que fui hasta Cambria, donde el misterioso Bernard estudió hace muchos años. Allí fue donde conseguí esto —Felisa sacó un pergamino de un bolsillo oculto en su vestido y lo desenrolló en la mesa que estaba junto al brasero que calentaba la habitación.
Myr tragó saliva y trató de mantener la compostura, pero al ver la pintura del retrato, su rostro palideció de repente sin que él pudiera evitarlo.
—¿De dónde…? ¿Cómo…? —balbuceó Myr—. Oh, por favor dime que no le diste esto a Stefan —dirigió una mirada suplicante a Felisa.
—Lo siento, Myr, no entendía cómo encajaba este retrato con todo el asunto y…
—Y querías saberlo —la cortó él con tono agrio.
—Todos juegan su juego, y yo juego el mío —replicó ella, irritada.
—No tienes ni la menor idea de lo que se trata este juego, Felisa —le dijo él con voz helada.
—Entonces, dímelo —le pidió ella.
Por toda respuesta, Myr tomó bruscamente la pintura de la mesa y la arrojó al brasero donde comenzó a arder de inmediato hasta consumirse por completo.
—Esa era solo una copia —se encogió de hombros Felisa—. Hice hacer varias antes de darle una a Stefan.
Por un momento, los dos se mantuvieron en silencio. Myr, tratando de refrenar su furia para no ahorcar a Felisa allí mismo. Felisa, tratando de buscar la manera de volver a congraciarse con Myr. La espía sabía que sería casi imposible, especialmente cuando le contara el resto de lo que había pasado después de entregar el retrato a Stefan.
Myr fue hasta la puerta de la habitación y la abrió:
—Vete, Felisa, vete antes de que haga algo de lo que me arrepentiré por el resto de mi vida.
—¿Qué?
—No hay trato, nunca lo habrá. Una persona como tú solo vive de traición en traición.
—Myr… —intentó ella.
—No —la cortó él—. Vete de una vez.
Ella bajó la cabeza con resignación y se dirigió a la puerta. En el último momento, se volvió hacia él:
—Hubo una quinta sesión —dijo con un hilo de voz.
—¿Qué? —inquirió él.
—Liam es un valiente —dijo ella con la voz apagada—. Aun sabiendo lo que le esperaba, se negó a revelar el nombre del hombre del retrato. Estuvo dispuesto a morir por él.
Myr tragó saliva y cerró los ojos.
—No pudo resistir, Myr, nadie puede resistir una sesión de Stefan —siguió ella—. El pobrecito trató de dilatar lo inevitable, recitando todos los títulos de tu líder, pero finalmente confesó el nombre, el nombre verdadero: Lug.
Myr quería gritarle a aquella mujer que no creía en su falsa compasión hacia Liam y que pensaba que ella era tan culpable como Stefan del sufrimiento del muchacho, pero dejó su ira de lado para averiguar algo mucho más importante:
—¿Lo rastreaste? —preguntó con cierta ansiedad en la voz.
—Con los aceites sagrados, sí —asintió ella.
—¿Lo encontraste?
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Editado: 19.02.2021