La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE III: BAJO INSTRUCCIÓN - CAPÍTULO 24

—¡Tranquilos! ¡Tranquilos! —gritó Cormac con las manos en alto, parándose frente a los caballos para calmarlos.

Lug nunca había teletransportado caballos, y los pobres animales habían reaccionado muy mal al re-materializarse.

—Te lo dije, Cormac —le recriminó Lug—. Esto fue mala idea. ¿Para qué necesitamos caballos? Yo puedo teletransportarnos a cualquier lugar que tú proyectes en mi mente.

—A donde vamos, necesitamos dar la impresión de que llegamos por vías normales de transporte —dijo Cormac, que seguía tratando de tranquilizar a los caballos sin mucho éxito—. ¿Quieres ayudarme? —refunfuñó.

Lug suspiró y cerró los ojos.

—¡Agh! —gritó Cormac.

Lug abrió los ojos de golpe al escuchar el grito. No había tenido tiempo de enfocarse en los patrones de los animales para sedarlos. Vio a Cormac tirado en el suelo. Uno de los nerviosos caballos lo había pateado y ahora estaba a punto de caminarle por encima. Lug hizo un gesto rápido y desconectó la conciencia del animal, que cayó dormido junto a Cormac. El otro caballo se asustó aún más al ver desplomarse a su compañero. Lug lo tomó fuertemente de la brida y le tocó el hocico, entre los ojos. El caballo se tambaleó un momento, las patas se le aflojaron y tuvo que echarse en el suelo. Miró a Lug un poco confundido.

—Descansa —le dijo Lug, poniéndose en cuclillas y acariciándole el cuello.

El animal frotó el hocico contra el hombro de Lug y recuperó la serenidad.

—¿Estás bien? —corrió Lug hacia Cormac.

—Creo que… —articuló Cormac con dificultad—. No puedo respirar… —boqueó, agarrándose del brazo de Lug.

Lug le levantó la camisa y vio enseguida la marca en la parte superior izquierda del pecho de Cormac. Apoyó suavemente la mano y cerró los ojos para poder diagnosticar que tan malo había sido el golpe.

—Te rompió dos costillas —dijo Lug al cabo de un momento.

—Genial —bufó Cormac.

—Bueno, si todavía te quedan ganas de dar respuestas sarcásticas, no debes estar tan mal —dijo Lug.

—¡Maldita sea, Lug! ¿Quieres…? No puedo respirar… —reiteró el otro.

—Voy a sedarte primero —dijo Lug.

—Haz lo que… hazlo… —jadeó Cormac.

Lug usó la misma técnica que había usado con el caballo y desvaneció a Cormac. Reparar las costillas quebradas más el daño interno habría causado un dolor indecible  para Cormac si hubiese permanecido consciente.

Cuando Cormac despertó, se encontró con que estaba acostado en una posición cómoda sobre unas mantas. A su lado, vio a Lug alimentando una pequeña fogata. Los caballos se habían recuperado del traumático evento de la teletransportación, y estaban pastando tranquilamente, atados a un árbol con largas sogas que les permitían una moderada libertad de movimiento. Cormac intentó incorporarse con cautela.

—No, quédate acostado —le advirtió Lug—. Necesitas reposo.

Cormac obedeció.

—¿A dónde estamos exactamente? —preguntó Lug, mirando en derredor.

Los rodeaba un pequeño bosquecillo de árboles muy altos y frondosos. Al ras del suelo, no crecía casi vegetación, pues el follaje de los árboles no dejaba pasar la suficiente luz como para que crecieran otras especies de plantas. Cormac había proyectado el lugar en la mente de Lug, y así conectados, habían logrado viajar en un abrir y cerrar de ojos.

—Cerca de la costa —dijo Cormac—, a medio día del puerto de Sansovino. Elegí este lugar porque es apartado y no había muchas posibilidades de que hubiese testigos de nuestra repentina aparición.

Lug asintió su aprobación.

—Podríamos llegar al puerto hacia la noche en los caballos. Hay excelentes posadas y tengo dinero para pagar buenas habitaciones —propuso Cormac.

—No. Pasaremos la noche aquí. No puedes montar con las costillas recién soldadas —dijo Lug.

—De acuerdo —suspiró Cormac—. Ten cuidado con esa fogata —le advirtió a su compañero—. Estamos en la estación seca, no se necesita mucho para provocar un incendio y no tenemos a Calpar cerca para que convoque una lluvia para apagarlo.




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