Marga corrió a abrir la puerta para ganarle de mano a Cormac:
—Bienvenido, adelante —le sonrió al hombre totalmente vestido de negro que estaba parado del otro lado.
El hombre no sonrió. Solo entró con paso vacilante a la sala de estar. Los ojos de Cormac se abrieron sorprendidos al reconocerlo:
—¿Tú? ¿Qué haces tú aquí? —lo cuestionó.
—Tu mujer me invitó, insistió en que tú y yo teníamos que hablar de algo importante —respondió el otro.
Cormac se volvió hacia Marga:
—¿Cómo sabías que Myrddin estaba en Ingra?
—¿Cómo crees? —le retrucó ella.
Por supuesto, una visión, comprendió Cormac.
—¿Por qué no me lo dijiste? Y más importante, ¿por qué lo invitaste aquí?
—Cálmate, Cory, Myrddin vino a ayudarnos —le respondió ella.
—¿Ayudarnos? ¡Más bien a vigilarnos! —protestó Cormac y luego a Calpar: —Te envió Lug, ¿no es así? Toda su supuesta confianza en nosotros fueron solo palabras.
—No seas paranoico, Cormac —le contestó el otro—. Ni siquiera sabía que tú y Marga estaban aquí hasta que ella me contactó. Lo que sí parece es que nos mintió a los dos, porque ella me aseguró que el que iba a ayudarme eras tú a mí y no al revés.
—No les mentí a ninguno de los dos —aseguró Marga—. Se trata de ayudarnos mutuamente. ¿Por qué no nos sentamos y conversamos como personas civilizadas? Preparé té y una torta muy prometedora.
A regañadientes, Cormac y Calpar se sentaron a la mesa en el comedor de la modesta casa, mientras Marga iba y venía a la cocina, trayendo todo lo necesario para tomar el té.
—Te ves… bueno, te ves muy bien, joven… —fue el intento de Cormac para iniciar una conversación.
—Gracias —respondió Calpar, pero no devolvió el cumplido, pues Cormac estaba hecho un desastre.
—¿Estás seguro de que Lug no te envió para…?
—No —lo cortó Calpar, tratando de armarse de paciencia—, Lug no me envió a supervisarte. ¿Cuánto hace que tú y Marga están aquí?
—Cinco años.
—Bueno, yo he estado aquí por más que eso. Llegué aquí antes de que tú siquiera le hablaras a Lug sobre venir aquí.
—¿Llegaste en una de las primeras incursiones de Lug y Dana?
—Así es. Yo fui la primera persona a la que invitaron a sus exploraciones.
—¿Por qué te quedaste?
—Razones personales —evadió Calpar la respuesta.
—¿Qué razones personales? —entrecerró Cormac los ojos con desconfianza.
—Razones que no te incumben —retrucó Calpar, revolviéndose inquieto en la silla.
—¿Qué pudo atraerte tanto de Ingra como para decidir abandonar el Círculo y radicarte aquí? —insistió Cormac.
—La pregunta no es qué, sino quién —intervino Marga—. Myrddin conoció a alguien que dio vuelta su mundo.
—¿Cómo soportas que esta mujer sepa siempre todos tus secretos? —preguntó Calpar a Cormac, irritado.
—Aunque no lo creas, es un alivio que así sea —respondió Cormac—. Marga es la única persona con la que puedo ser yo mismo, con la que no debo esforzarme por mantener una fachada artificial, la única con la que comparto todo.
Marga bajó la mirada ante las cándidas palabras de Cormac. Ella, en cambio, no compartía exactamente todo con él.
—A mí me parecería intolerable —dijo Calpar—, pero bueno, a cada uno lo suyo.
—Entonces, ¿quién es? ¿Cómo se llama? —inquirió Cormac.
—Su nombre es Felisa —confesó Calpar al fin—. Nos conocimos durante la guerra de Virmani. Ella estaba del lado de Agrimar.
—¿Y tú del de Marakar?
—No, yo estaba del lado de los que querían parar la guerra y la devastación del bosque —respondió Calpar.
—Oh, ya veo. Tú fuiste el responsable de esa inclemente tormenta que apagó el incendio del bosque antes de que llegara a las puertas de Marakar —comprendió Cormac—. Ariosto te debió estar muy agradecido.
—Ariosto no sabe que fui yo —retrucó el otro—, y prefiero que las cosas se queden así.
—¿Sabe Lug que rompiste con los protocolos de no intervenir en la política local? —lo cuestionó Cormac.
—Lo que hice, no lo hice para favorecer a ninguno de los reinos, así que no rompí ningún protocolo —protestó Calpar—. Solo me interesaba salvar vidas humanas, no podía permanecer indiferente ante esa masacre.
—Y sin embargo, cuando el rey Rinaldo de Agrimar descubrió que perdería la batalla de Virmani, ordenó la Gran Purga en todo su reino, lo cual llevó a más muertes de las que evitaste en ese bosque —lo acusó Cormac.
—Bueno, si hubiese tenido una esposa capaz de predecir el futuro, tal vez habría podido hacer algo al respecto, algo que no fuera estar todo el día sentado sobre mi trasero en una biblioteca —gruñó Calpar.
—Cuéntanos de Felisa, ¿cómo se conocieron exactamente? —intervino Marga para apaciguar los ánimos.
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Editado: 19.02.2021