La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE III: BAJO INSTRUCCIÓN - CAPÍTULO 35

Lug apoyó suavemente la mano en el hocico de uno de los caballos y luego en el otro, proyectando un pulso energético que tranquilizó a los inquietos animales. Cormac y él estaban entre la bulliciosa muchedumbre que se agolpaba en el puerto, tratando de abrirse paso a empujones con todos sus trastos para poder subir primero al barco de Harris. Dos fornidos miembros de la tripulación, contenían a aquellos que se atrevían a intentar abordar sin permiso, propinando discretos golpes que disuadían al resto de forzar su paso por la movediza pasarela flotante que unía el barco al muelle.

—Si Harris no se apresura a iniciar el abordaje, esto se va a poner feo —dijo Cormac—. Esta gente ha estado esperando mucho tiempo y los ánimos están bastante caldeados.

—¿Dónde está Harris? —inquirió Lug, con su mano todavía apoyada sobre el cuello de uno de los caballos para mantenerlo calmado ante el aire de inquietud que prevalecía en el atestado puerto.

—No lo sé. Ya debería estar aquí —estiró el cuello Cormac, escrutando la multitud.

De pronto, notaron una figura que se abría paso entre el gentío, haciendo señas con las manos y gritando, pero no era Harris, era Gregorio, el dueño de la taberna El Tambor de Racuna.

—¡Señor Bernard! ¡Señor Bernard de Migliana! —gritaba el tabernero a todo pulmón.

—¿Olvidaste pagar la cuenta? —le dijo Lug a Cormac al oído.

—No —negó Cormac con la cabeza, tan intrigado como Lug—. A menos que este bribón haya inventado alguna otra tarifa oculta o impuesto que se le ocurrió a último momento.

El tabernero llegó hasta Cormac casi sin resuello:

—Señor… —jadeó, pasándose la manga de la camisa por la frente para secarse la transpiración—. Un pájaro mensajero, señor —sacó un pequeño rollo de papel de su bolsillo—. Un mensaje para usted y su acompañante, señor. Acaba de llegar.

—Gracias, Gregorio —extendió la mano Cormac, tratando de ocultar su profunda perturbación ante el hecho de que alguien supiera que él y Lug estaban en Sansovino con la suficiente precisión como para mandar un pájaro mensajero precisamente a la taberna donde se habían alojado.

Gregorio entregó el mensaje y se aclaró la garganta ruidosamente. Cormac entendió la poco sutil señal, metió su mano en el saco de cuero que colgaba de su cinto y sacó una moneda que entregó al tabernero en pago por su servicio.

—Gracias, señor —guardó la moneda Gregorio, satisfecho, haciendo una reverencia y retirándose contento.

Cormac abrió el mensaje y lo leyó. Su rostro palideció de repente.

—¿Qué pasa? —se asomó Lug desde atrás.

—Es de Myr —murmuró Cormac—. Dana cruzó sin él.

—¿Qué? ¿Estás seguro que es de él? —manoteó el papel Lug, pero no había dudas, el mensaje no solo estaba escrito con la letra de Calpar, sino que estaba en el idioma de Yarcon, un idioma desconocido en Ingra.

—No lo entiendo —meneó la cabeza Cormac—. ¿Cómo pudo pasar esto?

—Dice que viene de camino, que llega mañana —interpuso Lug—. Seguramente podrá explicarlo, junto con el hecho de que supo a dónde enviar el mensaje.

—No podemos esperarlo. Si no nos vamos con Harris hoy, estaremos varados aquí por otros quince días. Tenemos que llegar a la isla.

—¡Al diablo con la isla! —exclamó Lug—. ¡Dana cruzó sin él! ¿Entiendes lo que eso significa?

—Lo entiendo mejor que tú —le retrucó Cormac.

—Entonces, entiendes que debo ir por ella y por los demás, no puedo dejarlos varados allí.

—Si haces eso, solo lograrás desbaratar el plan.

—¿Qué plan? —le espetó Lug con sorna—. A estas alturas, ya no queda nada del plan.

—Y es por eso que ahora más que nunca debo llevarte a la isla. Es la única forma de averiguar cómo proceder ante estas inesperadas circunstancias.

—¿Qué hay en esa isla?

—Respuestas —contestó Cormac con firmeza.

Lug suspiró, poco convencido.

—Necesito que guardes nuestros lugares. Ya vuelvo —dijo Cormac, entregando a Lug un pesado bolso que llevaba colgado del hombro.

—¿A dónde vas? —lo detuvo Lug del brazo.

—A la taberna, a dejar un mensaje con instrucciones para Myr. No dejes que Harris parta sin nosotros a bordo —le apuntó con un dedo en advertencia.

—Apresúrate —lo soltó Lug.

Para cuando Cormac volvió, los caballos ya habían sido acomodados en un espacio especial del barco destinado a los animales, y Lug estaba apoyado en la barandilla de cubierta, observando con inquietud a los últimos pasajeros cruzando la pasarela para abordar. Para alivio de Lug, Cormac llegó justo a tiempo antes de que quitaran la pasarela y soltaran amarras.

—¿Todo bien? —le preguntó Lug a Cormac cuando llegó a su lado en cubierta.

—Esperemos que sí —sonó poco convencido el otro.

—Siento como si estuviéramos haciendo todo mal —murmuró Lug—. Es irónico.

—¿Qué cosa?




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