Después de cuatro días montando a caballo, internándose cada vez más profundamente en la isla de Everstone, Cormac y Lug llegaron a una gran muralla hecha con ladrillos de barro que bloqueaba el camino.
—Aquí es —anunció Cormac—. Ahora, recuerda lo que te dije: debes ocultar tu rostro y mantenerte en silencio, debes dejar que yo maneje esto. Y no importa lo que pase, no debes usar ninguna de tus habilidades, ¿comprendes?
—Calculo que para estas alturas, ya me lo has dicho unas mil veces —respondió Lug, molesto—, pero lo que sigues sin explicarme es por qué —le reprochó.
—Ten paciencia, Lug. Confía en mí —le dijo Cormac, y también era la milésima vez que se lo pedía.
Lug resopló disgustado, pero asintió y se levantó la capucha de su manto negro, cubriéndose la cabeza y la mitad del rostro. Avanzaron unos quinientos metros, siguiendo la muralla hacia la derecha y encontraron un enorme portón rústico, hecho con troncos de madera. Al costado del portón, había una torre por la que se asomó un individuo vestido con un manto parecido al de Lug y Cormac, pero de color gris.
—Este es un lugar sagrado, no se admiten extranjeros —dijo el guardia desde la torre.
Cormac desmontó, se arrodilló en el suelo, acercó su rostro al polvoriento sendero y besó la tierra. Luego se levantó e hizo una seña extraña con su mano derecha en el aire, se bajó la capucha, descubriendo su cabeza, y le dirigió una sonrisa al guardia:
—¿Cómo estás, Escápulo? —lo saludó—. ¿Qué hiciste esta vez para que Garret te desterrara a la torre de vigilancia?
—¿Hermano Bernard? —entrecerró el otro los ojos, asombrado—. ¡Por el sagrado Faidh! ¡Han pasado…!
—Quince años —completó Cormac.
—El abad siempre dijo que regresaría —sonrió Escápulo—. Deme un segundo.
El guardia bajó de la torre y abrió el portón. Cormac le hizo una seña a Lug para que desmontara y él lo hizo, manteniendo siempre la cabeza gacha y el rostro oculto.
—¿Quién es él? —preguntó Escápulo, señalando a Lug.
—Un amigo —respondió Cormac, sin dar más explicaciones.
—Pueden llevar los caballos a las caballerizas —indicó el guardia con la mano hacia la derecha—. Mientras tanto, le avisaré al hermano Garret de su llegada.
—Gracias, hermano —hizo una inclinación de cabeza Cormac.
Cuando Escápulo se alejó lo suficiente como para no poder escucharlo, Lug tomó bruscamente a Cormac del brazo y le espetó:
—¿Me trajiste a un maldito monasterio?
—Cálmate, Lug —trató de apaciguarlo su amigo.
—¿Y tú eres uno de ellos? ¿Hermano Bernard? —lo acusó Lug, que no tenía intenciones de calmarse.
Cormac suspiró, tomó los caballos de las bridas y los guió hacia las caballerizas, sin responder.
—¿Por qué me trajiste aquí? Sabes bien cuál es mi historia con los fanáticos religiosos, sabes bien que no quiero saber nada con ninguno de ellos, no importa lo que profesen —siguió protestando Lug, mientras seguía de cerca a Cormac—. ¿Has olvidado que me costó veinte años de mi vida lograr salir de un lugar exactamente como este? ¿Tienes idea de lo que monjes como estos me hicieron?
Cormac se detuvo, se volvió hacia Lug y le apoyó una mano en el hombro:
—Por favor, trata de tranquilizarte. No eres ese muchachito indefenso y lleno de culpa de veinte años, subyugado por el miedo y las amenazas de unos monjes sin escrúpulos, eres el Señor de la Luz.
—¿Cómo pudiste hacerme esto, Cormac? ¿Por qué?
—Porque solo en este lugar conseguiremos la ayuda que necesitamos, así que trata de sobreponerte a tus traumas personales.
—Dime ahora mismo exactamente lo que estamos haciendo aquí o te juro que me teleportaré de vuelta a Sansovino y…
—¡Hermano Bernard! —se acercó un monje vestido de blanco, truncando la amenaza de Lug.
—Por lo que más quieras, permanece en silencio y sígueme la corriente —le murmuró Cormac a Lug entre dientes.
Lug respondió con un gruñido y bajó la cabeza.
—Hermano, Garret —se volvió Cormac hacia el monje—, qué gusto verte.
El hermano Garret produjo una sonrisa forzada e hizo una formal inclinación de cabeza:
—Es un honor y un privilegio volverlo a recibir en la abadía, hermano —las palabras de adulación de Garret sonaron vacías y falsas—. ¿Quién es su acompañante? —inquirió, y había un dejo de exigencia en su tono.
—Este es el hermano Miguel, un penitente que viaja conmigo —lo presentó Cormac.
A Lug le corrió un escalofrío por la espalda al escuchar el nombre que Cormac le había dado. Se preguntó si era solo casualidad o si Cormac lo había llamado así a propósito con la intención de perturbarlo más de lo que ya estaba ante la presencia de Garret. La actitud altanera del monje le recordaba demasiado al severo hermano Iván, de cuyos abusos fuera frecuentemente víctima durante su larga estadía en el complejo de los hermanos del Divino Orden. No, no, tenía que sosegar sus emociones, mantenerse en control, sin dejarse hundir por sus traumáticos recuerdos.
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Editado: 19.02.2021