La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE III: BAJO INSTRUCCIÓN - CAPÍTULO 40

Después de un rato en el que los gritos de Marga se hicieron cada vez más fuertes y desesperados, se escuchó el llanto de un bebé. Con lágrimas en los ojos, Cormac se dio cuenta de que ese no era su lugar, que no era justo que él estuviera allí. Ya no tenía caso que le pidiera a ella ninguna explicación por su abandono, por su comportamiento. Venir a verla a Marakar había sido un error.

Descorazonado, Cormac se levantó del sillón y se dirigió a la puerta que daba a la galería.

—Señor de Migliana —escuchó la voz de la mujer de negro desde atrás.

Cormac se volvió y vio que detrás de la mujer, salían de la habitación una enfermera con un bebé envuelto en unas mantas que lloraba sin parar y dos hombres de negro con rostros adustos y serios.

—La reina quiere verlo ahora —dijo la mujer.

—No, está bien —sonrió Cormac con una sonrisa triste—. Entiendo que este no es el momento adecuado.

—No, no es el momento adecuado —concordó la mujer—, pero tal vez sea el único momento, y ella quiere verlo.

Cormac arrugó el entrecejo, sin comprender.

—Por favor —indicó la puerta abierta la mujer con el brazo.

Cormac asintió y avanzó con pasos vacilantes hacia la puerta. La mujer esperó con paciencia y la cerró cuando Cormac terminó de atravesarla.

Ella estaba en la cama, con el rostro pálido y sudado, con el cabello húmedo y enredado. Hacía un esfuerzo por mantener los ojos abiertos y sonrió débilmente al verlo entrar a él. Cormac se dio cuenta de que algo estaba mal cuando vio la cantidad de sangre que manchaba las sábanas.

—Cory… —lo llamó ella con la voz cansada y apenas audible, extendiendo una mano temblorosa hacia él.   

Él corrió a su lado, arrodillándose junto a la cama y tomando su mano.

—Marga, ¿estás bien? —preguntó con urgencia.

—No, Cory. Perdóname, por favor —suspiró ella, esforzándose por mantenerse consciente.

—Llamaré a los médicos —amagó él a levantarse.

—Ellos ya hicieron todo lo que pudieron, no hay más —lo detuvo ella, apretándole la mano para no dejarlo ir.

—Te llevaré a Merkovia, al mejor hospital del Círculo, Rory puede… —balbuceó él, desesperado.

—No, Cory, aunque tuvieras forma de llevarme al Círculo, no hay tiempo —lo cortó ella, acariciándole el cabello—. Solo quédate aquí conmigo, es todo lo que necesito.

—Sí, Marga, aquí estoy —le susurró él con lágrimas corriendo por sus mejillas—. No me voy a ningún lado.

—En el cajón… —indicó Marga con la mirada.

Cormac abrió el cajón de la mesa de noche junto a la cama y sacó un cuaderno forrado con cuero negro: el cuaderno de las profecías de ella.

—Cuando estés listo, léelo —le dijo ella—, pero solo cuando estés listo.

Él asintió.

—Perdóname, Cory, solo dime que me perdonas —le rogó ella.

Él la abrazó, apoyando la cabeza de ella sobre su hombro, besándole el cabello:

—Te perdono. Te amo. No me dejes, por favor no me dejes —sollozó.

—Yo también te amo —suspiró ella, exhalando su último aliento en brazos de él.

Cormac estuvo por un largo rato con el cuerpo inerte de Marga apretado contra el suyo, como si en ese abrazo pudiera retenerla, obligarla a permanecer en el mundo de los vivos. Pero Marga ya había abandonado ese mundo y Cormac se había quedado irremediablemente solo, otra vez.

 

***

Lug se secó las lágrimas:

—Lo siento —murmuró—, no sabía que había sido tan duro, no sabía… —trató de disculparse—. No debí obligarte a recordarlo.

—No puedo olvidarlo —dijo Cormac con la voz apagada—, nunca podré.

Los dos permanecieron en silencio por un largo rato.

—Después de eso, quise matarme, quise irme con ella —dijo Cormac con la voz quebrada—, pero no tuve el coraje de hacerlo. Entonces, solo atiné a huir lo más lejos posible, a aislarme. Así fue como llegué a este monasterio. Esas cámaras de privación que tanto te perturban… Pasé mucho tiempo en ellas, demasiado. Es lo más parecido a estar muerto. Pero el abad no me permitió abandonarme en ese abismo negro. Me sacó de allí y me ayudó poco a poco a volver a la vida, a encontrar otra vez algún tipo de sentido en este mundo. Tardé cinco años en reunir las fuerzas suficientes para estar listo, para finalmente abrir el cuaderno de Marga y comprenderlo todo.

—Sabrina… —asintió Lug.

—Sí —confirmó Cormac—. Aquel día en que Marga estaba tan feliz, el día en que horneó esa torta, el día en que ansiaba darme esa sorpresa, fue el día en que supo que estaba embarazada. El diario de Marga me reveló que Sabrina era mi hija.

—¿Por qué huyó? ¿Por qué la hizo pasar por hija de Ariosto?

—Ella podía ver las líneas de tiempo, podía elegir los sucesos y tomar decisiones para inclinar la balanza de los eventos hacia un lado o hacia otro, pero no todo estaba en sus manos. Al principio, pensó que podríamos criar a nuestra hija juntos, pero un hecho tan insignificante como el robo de la pintura lo trastornó todo.




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