—¿A qué vinimos aquí exactamente? —preguntó Lug—. ¿A buscar el cuaderno de Marga? ¿Está allí la información para reencauzar el plan?
—No —respondió Cormac—, sus escritos no hablan de posibles desvíos ni de cómo remediarlos.
—¿Entonces?
Cormac abrió la boca para contestar, pero fue interrumpido por unos golpes en la puerta de la habitación.
—Capucha —indicó Cormac a Lug.
Lug se subió otra vez la capucha y bajó la cabeza.
—Y recuerda…
—Sí, sí, voto de silencio —refunfuñó Lug.
Cormac abrió la puerta: era Garret.
—Hermano Garret —lo saludó Cormac, tratando de sonar amable—. Supongo que vienes a informarnos que nuestros caballos están bien atendidos —lo provocó.
—Todo está bien con sus caballos, hermano —le respondió el otro fríamente—, pero lo que he venido a hacer es a avisarles que es la hora de Vísperas.
—Gracias, hermano, pero todavía no hemos podido refrescarnos ni cambiarnos de ropa, y…
—Hermano Bernard —lo cortó el otro con severidad—, de seguro no estará insinuando que usted y el hermano Miguel deben ser exceptuados de asistir a una de las Horas Mayores, ¿o sí? Su incomodidad no es excusa para semejante ofensa a la liturgia.
Cormac apretó los dientes para no dejar salir un improperio de su boca. Forzó una sonrisa poco convincente y respondió con total ecuanimidad:
—Por supuesto que no, hermano, nunca soñaríamos con violar las reglas de la abadía. Iremos al templo enseguida.
Cormac amagó a cerrar la puerta, pero Garret apoyó la mano en la hoja y la detuvo:
—Los acompañaré personalmente —dijo.
—Conozco el camino, gracias —le retrucó Cormac.
—Hermano Bernard, por favor no me niegue el honor y el privilegio de acompañarlo y presentarlo en el templo. Su llegada debe ser anunciada con júbilo y de forma oficial a toda la comunidad, y ese es mi trabajo.
Cormac suspiró, acorralado:
—Por supuesto, hermano, faltaba más —hizo una rígida inclinación de cabeza—. Adelante —hizo un gesto con la mano.
Lug y Cormac siguieron a Garret con resignación. Hubiera sido justo pensar que el más incómodo de los tres era Lug, que desde luego no tenía deseo alguno de participar en rituales religiosos de ningún tipo, pero en realidad, el que casi no podía ocultar su nerviosismo era Cormac. Lug notó que Cormac se pasaba varias veces la mano por la frente, secándose el sudor, y que trataba deliberadamente de aminorar sus pasos, arrugando furiosamente el entrecejo como si se estuviera estrujando el cerebro para encontrar la solución a un problema. Hubiese querido preguntarle a Cormac por qué estaba tan preocupado, pero Garret estaba demasiado cerca y no podía violar su supuesto voto de silencio.
Al entrar al templo, Lug agachó la cabeza aún más, clavando su mirada en los hermosos mosaicos que decoraban el piso con coloridos motivos geométricos. Vio que Garret y Cormac hacían una genuflexión profunda, apoyando respetuosamente la frente en el piso por un momento y los imitó con reticencia.
—¡Hermanos! —exclamó Garret, poniéndose de pie y abriendo los brazos.
Todos los monjes de la comunidad, sentados en largos bancos dispuestos a los costados de un pasillo central se pusieron de pie y se volvieron hacia los recién llegados.
—Tengo el honor de anunciarles con gran júbilo en el corazón, el largamente esperado regreso de nuestro querido hermano Bernard, nuestro Heraldo —señaló Garret a Cormac, quien se puso de pie e hizo una reverencia.
Hubo un murmullo general en el templo, seguido de respetuosas inclinaciones de cabeza de los monjes hacia Cormac y saludos entremezclados de bienvenida:
—Bienvenido, hermano.
—Sed bienvenido.
—Que el Protector os cobije y el Faidh os guíe.
—Gloria y honor al Heraldo.
—Bendiciones, hermano.
Cuando las voces se acallaron, Garret continuó con las presentaciones:
—El hermano Bernard nos honra también con la presencia del hermano Miguel —indicó a Lug con la mano—. Un penitente que está bajo su instrucción.
Lug maldijo por lo bajo y mantuvo la mirada clavada en el piso ahora más que nunca. ¿Por qué tenía Garret que anunciarlo públicamente como el amante de Cormac? Algo le decía que eso no era exactamente parte del protocolo, sino solo un deseo perverso y personal de Garret de exponer las intimidades de Cormac a todos. La revelación no pareció abrumar a Cormac, sin embargo, quien permaneció con el rostro impávido, mirando al frente, como si los intentos de Garret para humillarlo fueran el menor de sus problemas.
Las voces de los presentes dieron ahora la bienvenida a Lug.
—Por aquí, hermanos —indicó Garret con una sonrisa falsa—, la primera fila es para ustedes, el lugar de honor —los guió hasta adelante.
Lug levantó la cabeza por un segundo hacia el altar y lo que vio lo hizo quedarse petrificado en el lugar, con la boca abierta. Por un momento, le faltó el aire.
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Editado: 19.02.2021